Titulares

viernes, 20 de noviembre de 2020

Erudito y Padre de la literatura Mexicana


Por Araceli Aguilar Salgado 

“El valor no consiste en la bilis, ni en la sangre; consiste en la dignidad.“ Ignacio Manuel Altamirano

Ignacio Homobono Serapio Altamirano Basilio, fruto de la mezcla racial entre indios, negros y mulatos, Ignacio era un mestizo de lengua náhuatl, procedente de Tixtla del Estado de Guerrero, Nació el 13 de noviembre de 1834. Su padre era Francisco Altamirano y su madre Juana Gertrudis Basilio, según la fe de bautismo, su nombre completo era Ignacio Homobono Serapio Altamirano Basilio. 

Ignacio vivió su niñez en un pueblo rodeado de verdes serranías, los ríos, el lago y los manantiales del lugar facilitaban las cosechas de maíz, frijol, verduras, naranjas, limones, plátanos, zapotes, chirimoyas e incluso de mangos, melones y sandías. 

No obstante, el jardín florido de Tixtla compartía el espacio con la humildad de muchos de sus habitantes, ignorante del castellano, el niño Altamirano fue alumno de primeras letras en la escuela de Cayetano de la Vega, en el barrio de Santiago, donde aprendió el catecismo y nociones de lectura, escritura y aritmética. 

En ello influyó el nombramiento de su padre como alcalde del pueblo en 1848, a los trece años de edad, Ignacio ya había sido ayudante de herrero y de pintor. 

Más la fortuna llegó a este muchacho bajo la forma de un decreto del gobierno del Estado de México que exhortaba al envío de los alumnos con las mejores calificaciones para continuar sus estudios en la capital mexiquense con el apoyo de una beca otorgada por Ignacio Ramírez, de quien fue discípulo. 

En 1849 estudió en el Instituto Literario de Toluca, y derecho en el Colegio de San Juan de Letrán. Perteneció a asociaciones académicas y literarias como el Conservatorio Dramático Mexicano, la Sociedad Nezahualcóyotl, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, el Liceo Hidalgo y el Club Álvarez. 

Gran defensor del liberalismo, tomó parte en la revolución de Ayutla en 1854 contra el santanismo, más tarde en la guerra de Reforma y combatió contra la invasión francesa en 1863. 

Después de este periodo de conflictos militares, Altamirano se dedicó a la docencia, trabajando como maestro en la Escuela Nacional Preparatoria, en la de Escuela Superior de Comercio y Administración y en la Escuela Nacional de Maestros; también trabajó en la prensa, en donde junto con Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez fundó el Correo de México y con Gonzalo A. Esteva la revista literaria El Renacimiento, en la que colaboran escritores de todas las tendencias literarias, ideológicas y políticas, que tenía entre sus principales objetivos suscitar el resurgimiento de las letras mexicanas y fomentar la noción de unidad e identidad nacional. Fundó varios periódicos y revistas como: El Correo de México, El Renacimiento, El Federalista, La Tribuna y La República. 

Para 1861 en la actividad pública, se desempeñó como diputado en el Congreso de la Unión en tres períodos, durante los cuales abogó por la instrucción primaria gratuita, laica y obligatoria. 

Fue también procurador General de la República, fiscal, magistrado y presidente de la Suprema Corte, así como oficial mayor del Ministerio de Fomento. 

También trabajó en el servicio diplomático mexicano, desempeñándose como cónsul en Barcelona y París. 

Sentó las bases de la instrucción primaria gratuita, laica y obligatoria el 5 de febrero de 1882. 

Fundó el Liceo de Puebla y la Escuela Normal de Profesores de México y escribió varios libros de gran éxito en su época, en que cultivó diferentes estilos y géneros literarios. Sus estudios críticos se publicaron en revistas literarias de México. 

Altamirano fue uno de los oradores nacionales más talentosos del siglo XIX, como lo demuestran las piezas oratorias que se conservan. Sus palabras tenían fuerza, sentido moral y pasión por la circunstancia. Cuando hablaba era sincero e iba directamente al objeto de su intervención con una fluidez que conjugaba los recursos de la emoción, el elogio, el sarcasmo, la interrogación, el enojo ante las contradicciones y el regocijo por la verdad descubierta. Con palabras combatió las ideas conservadoras, las impugnaciones contra la república y las adhesiones a favor de la intervención extranjera. 

También se han publicado sus discursos. Altamirano amó las leyendas, las costumbres y las descripciones de paisajes de México. En 1867 comenzó a destacar y orientó su literatura hacia la afirmación de los valores nacionales, también ejerció como historiador literario y crítico 

Escribió varios libros de gran éxito en su época, cultivó el cuento y el relato, la crítica y la historia; el ensayo y la crónica, la biografía y los estudios bibliográficos, la poesía y la novela. 

Su concepto del hombre y de la patria, su incansable actividad cultural, su defensa de los valores indigenistas y su decidida apuesta por las ideas de progreso justifican que se les haya situado junto a figuras míticas de la historia de México: de él se ha dicho que fue el apóstol de la cultura mexicana, del mismo modo en que Benito Juárez lo fue de la libertad. 

La obra educativa de Manuel Altamirano fue también notabilísima, y puede afirmarse que, sin su figura, la cultura mexicana se habría visto notablemente empobrecida. 

Sus novelas Clemencia (1869), Julia (1870) y La Navidad en las montañas (1871) se consideran fundacionales para la narrativa mexicana. En ellas ponía de relieve los males que aquejaban al país: el militarismo, la deficiente enseñanza y las desigualdades sociales. 

El Zarco, publicada en 1901, es su obra más importante; rica en matices expresivos, giros idiomáticos y descripciones del paisaje, la novela narra las aventuras de un bandido de ojos azules, líder de la banda "Los Plateados". 

En su poesía (Rimas) se identifica con el paisaje en una sentida interpretación lírica. Su abundante producción en el género costumbrista se reunió bajo el título genérico de Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México, compendio de escritos y artículos agrupados en dos volúmenes, el primero de los cuales había de editarse en 1884, mientras el segundo sólo pudo ver la luz en 1949, cuando había transcurrido casi medio siglo desde la muerte de su autor. 

En sus trabajos de crítica literaria reiteró la necesidad de superar la dependencia de los modelos europeos y de encontrar un estilo y una temática autóctonos, y manifestó su voluntad de crear una novela nacional, independiente de la europea, en la que figurasen el indio, la historia mexicana y el paisaje patrio. 

Sus obras literarias retratan la sociedad mexicana de época, entre las más destacadas se encuentran: Clemencia (1869), La Navidad en las montañas (1871), El Zarco (póstuma), Rimas (1880), Antonia y Beatriz, Atenea, Cuentos de invierno (1880), Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México (1886), Crónicas de la semana (1869), La literatura nacional (1849), Obras (1899), Obras literarias completas (1859), Obras completas (1886) 

En 1870 fue iniciado en la masonería y alcanzó el grado 33 en 1879. 

Como hombre de ciencia y de cultura, perteneció a numerosas sociedades, entre las que sobresalen la Academia Nacional de Ciencias y Literatura, la Sociedad de Geografía y Estadística, la Sociedad de Historia Natural, la Sociedad Filarmónica, el Conservatorio Dramático, la Sociedad de Libres Pensadores y la Sociedad Mutualista de Escritores. Como abogado y funcionario, fue fiscal y magistrado de la Suprema Corte de Justicia, Procurador General de la República y Presidente interino del Poder Judicial. 

También se desempeñó como oficial mayor del Ministerio de Fomento, donde impulsó la creación de los Observatorios Astronómico y Meteorológico. 

Como ciudadano preocupado por la justicia social, fue miembro de la Sociedad de Carpinteros Hidalgo, de la Sociedad de Artesanos Balderas, López y Villanueva, de la Junta Lancasteriana y de la Sociedad de Beneficencia. Rebosante de sabiduría y amor por México, en 1889, Ignacio Altamirano fue designado cónsul general de México en Barcelona. 

Al año siguiente, ocupó el cargo homólogo en París. Aprovechó su estancia en Europa para recorrer Italia en compañía de su esposa, Margarita. 

Juntos visitaron las ciudades de Roma, Nápoles, Florencia y Venecia. 

A los 58 años de edad, la salud de don Ignacio se quebró por los estragos de la tuberculosis y falleció en San Remo, Italia, el 13 de febrero de 1893. 

Su última voluntad fue que su cuerpo se cremara y sus cenizas se enviaran a México. Lo anterior se cumplió y 41 años después, en el centenario de su natalicio, la urna con sus restos mortales fue depositada en la Rotonda de los Hombres Ilustres. 

Se creó la medalla Ignacio Manuel Altamirano con la finalidad de premiar los 50 años de labor docente. 

El 13 de febrero de 1993 se inscribió su nombre con letras de oro en los muros de la Cámara de Diputados. 

Ignacio Manuel Altamirano, es y seguirá siendo un ejemplo para niños, jóvenes y adultos; para todos aquellos que tengan el deseo de lograr éxito en la vida, ¡Comenzar pequeño para llegar a ser grande!

Lustre Tixtleco Orgullo de la Historia de México.

"Antes que la amistad está la patria; antes que el sentimiento está la idea; antes que la compasión está la justicia" Ignacio Manuel Altamirano. 

Araceli Aguilar Salgado Periodista, Abogada, Ingeniera, Escritora, Analista y comentarista mexicana, del Estado de Guerrero, México. 
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