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sábado, 21 de junio de 2025

 

Por Emilia Santos Frias
Diario Azua / 21 junio 2025.-

"Más bienaventurado es dar que recibir”. Este texto encontrado en Hechos 20:35, nos invita a ofrecer una mano amiga a quien sufre, a las personas más vulnerables, sin pensar hacerle un gran favor para llenar nuestro ego..., o mostrar cuán buenos, bondadosos, generosos y compasivos somos.

Lo cierto es que más allá de reconocernos y alabar nuestras cualidades, nos convoca a reflexionar acerca de la actitud de servicio: un compromiso incluso espiritual, cristiano, inculcado por nuestro Padre Creador, quien es bondad.

Cada corazón compasivo, generoso, desinteresado, tiene a Dios como norte, y lo exhibe en su amor al prójimo. Al buscar el bienestar para la colectividad. “Hay más bendición en dar que en recibir”. Afortunadamente, podemos hacer el ejercicio de servir a los demás desde diferentes áreas de la vida, al perdonar, ofrecer ayuda material, orar y extender nuestra mano amiga a quien sufre o está necesitado de apoyo...

En ocasiones ese apoyo no necesariamente es dinero, puede ser tiempo de calidad, un oído que sabe escuchar con paciencia, un abrazo, una acertada recomendación, incluso simplemente acompañar en silencio.

En ese aspecto, para alcanzar paz y el bienestar que esta nos aporta, es necesario vivir una vida desde la generosidad y el servicio a nuestros semejantes. Cuando ejercitamos dar a los demás, encontramos para nosotros y para quienes amamos, felicidad y bendición.

Si el omnipotente en su magnanimidad inherente es benevolente con nosotros, ¿qué nos impide emular o reciprocar sus acciones en nuestro prójimo? Ejemplos de generosidad, compasión, amabilidad, benignidad, y amor, nos elevan como seres humanos.

Sin lugar a duda, hay felicidad y satisfacción cuando damos sin esperar recibir nada a cambio. Sin trueque, simplemente ofreciendo solidaridad desde el amor. De forma genuina y sin imposición, desde la alegría.

“Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría”. 2 Corintios 9:7.

La actividad de dar, fortalece nuestro sentido de propósito en la vida. Se recalca que: “Dios ama al dador alegre”, y sencillamente, quien se convierte en uno, posee actitud positiva, dispuesta, motivada, voluntaria..., al hacer la obra: realizar ofrendas y donaciones.

Estamos seguros de que el Divino derrama bendiciones sobre el dador alegre, y estas, fortalecen su espiritualidad y vida terrenal. Él nos ama tanto que nos dio a su propio Hijo, Jesús, para bienaventuranza de toda humanidad. Para ello, debemos afianzar nuestro plan de salvación conforme sus designios.

Abracemos entonces, con amor y júbilo, la virtud denominada generosidad. Como indica Filipenses 4:4, “Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!”. Tengamos presente que nuestro servicio, ayuda a quien sufre, al estar privado o con carencia de garantía de derechos humanos, fundamentales..., impactamos de forma positiva vidas.

El desinterés es felicidad y plenitud personal. El que es generoso prospera, dice Proverbios 11:25. Estas líneas hacen hincapié en ello. Mediante ellas, hoy te invito a que juntos cultivemos este agradable hábito. A que ejercitemos gratitud, generosidad, escucha activa...,. no solo ofrezcamos cosas materiales, sino, también atención y tiempo significativo, estos, son actos de bondad.

Hasta pronto.

La autora reside en Santo Domingo
Es educadora, periodista, abogada y locutora.


Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 21 junio 2025.-

"Solo la ignorancia nos hace intolerantes." Charles Peguy

Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre un dilema que, a pesar de su antigüedad, aún tiene urgente vigencia, a saber, la intrínseca conexión entre la intolerancia y la necedad. Nos adentraremos en cómo esta peligrosa amalgama no solo dificulta, sino que a menudo hace prácticamente imposible la consecución de la paz en un mundo que parece inclinarse, cada vez más, hacia la insensatez. A través de la filosofía, siempre crítica, nunca servicial, explicaremos cómo esta ceguera intelectual y moral se convierte en el cimiento de conflictos y divisiones, pero también, y de manera crucial, intentaremos abrir una ventana a la esperanza de que la razón y la comprensión aún pueden prevalecer.

En su “Libro de los seres imaginarios” (1967), Jorge Luis Borges atribuye a Confucio la siguiente máxima: “El hombre superior es tolerante, el hombre inferior es intolerante” (Borges, 1967, p. 245). Esta sentencia poderosa, tan concisa como profunda, nos introduce en la complicada relación entre la intolerancia y la necedad, un binomio que se impone como obstáculo insalvable para la paz en un mundo que, con frecuencia alarmante, se revela sumido en la estupidez y la maldad.

En su acepción filosófica, la necedad trasciende la mera falta de conocimiento. Es, más bien, una obstinada adhesión a la propia ignorancia, una cerrazón a la posibilidad de la duda y del aprendizaje. Es, como diría Sócrates- de acuerdo con la interpretación platónica-, la ignorancia de la propia ignorancia. El necio se aferra a sus verdades preconcebidas, a sus prejuicios y dogmas, con una convicción que raya en la patología mental. No hay espacio para el diálogo, para la confrontación de ideas, para la crítica y mucho menos para la autocrítica. Su mundo es un monolito inquebrantable, ajeno a la complejidad del mundo y a la pluralidad de todo lo que en él acontece.

La precitada cerrazón es el caldo de cultivo ideal para el surgimiento de la intolerancia. Si la verdad es una y monolítica, si yo soy el poseedor de esa verdad, entonces todo aquel que disienta de ella es un error, una desviación, un enemigo o una amenaza. La intolerancia, por tanto, no es sólo la incapacidad de aceptar lo diferente, sino la necesidad de exterminar lo diferente. Como afirma con atino Hannah Arendt en su obra “Los orígenes del totalitarismo” (1951), “la intolerancia, como la comprensión, se ha manifestado en la capacidad de comprender lo que no se había entendido antes y la incapacidad de concebir aquello de lo que no se tenía experiencia” (Arendt, 1951, p. 438). En pocas palabras, para Arendt el necio, al no poder comprender la multiplicidad, busca imponer la uniformidad.

El resultado de esta fusión entre la necedad y la intolerancia es, sin duda alguna, la violencia, en sus múltiples manifestaciones. Desde la agresión verbal hasta la persecución física, desde la discriminación sutil hasta el genocidio más aberrante, la historia de nuestra humanidad es un testimonio elocuente de cómo la cerrazón mental se traduce inevitablemente en sufrimiento. Al respecto, José Ortega y Gasset, en “La rebelión de las masas” (1930) advirtió sobre la “barbarie del especialismo”, una forma de necedad que se manifiesta en la incapacidad de ver más allá del propio ámbito del conocimiento, generando así una intolerancia hacia todo lo que no encaja en su estrecho horizonte: “El especialista ‘sabe’ muy bien su mínimo rincón del universo, pero ignora de raíz todo lo demás” (Ortega y Gasset, 1930, p. 177). En este contexto, el “hombre-masa”, en su autocomplacencia y autosuficiencia intelectual, se vuelve refractario al pensamiento crítico y a la apertura de los aportes de los otros.

Ahora procedamos a analizar el concepto mismo de paz que, desde la filosofía, dista de ser la inexistencia de conflicto o el simple interludio entre guerras. Pensadores gigantes, a lo largo de la historia, han buscado dotar a la paz de un significado más profundo, elevándola de un estado pasivo a una condición activa y virtuosa de la existencia humana y social. Si bien encontraremos diferencias entre perspectivas, notaremos una sola coincidencia: en un mundo regido por necios y estúpidos, es imposible que haya paz.

Para Platón, por ejemplo, la paz en la polis (ciudad-estado) estaba intrínsecamente ligada a la justicia y la armonía interna. En su obra “La República”, la ciudad ideal es aquella donde cada parte cumple su función y donde la razón gobierna sobre los apetitos y las pasiones. La discordia y el conflicto (la stasis) dentro de la ciudad eran vistas como la antítesis de la paz. Por tanto, para Platón, la paz se lograba a través de una correcta organización social y una vida individual virtuosa, donde la justicia garantiza el equilibrio y la estabilidad (Platón, La República, Libro IV, 433a-b). Evidentemente, la paz no era un mero cese de hostilidades, sino un estado de orden y rectitud por el que valía la pena esforzarse, cada uno desde su lugar.

Por su parte, Aristóteles también valoraba la paz como un bien, pero la entendía como el fin de la guerra, no como un fin en sí mismo absoluto, sino más bien como condición necesaria para la vida buena y la búsqueda de la virtud. Para él, la eudaimonía (felicidad o florecimiento humano) era el objetivo supremo, y la paz permitía el desarrollo de las actividades que conducen a esa plenitud. En su “Política”, Aristóteles discute cómo la mejor constitución debe orientarse a la paz para que los ciudadanos puedan dedicarse a la vida virtuosa y al ocio noble- es decir, tiempo libre para formarse, no para ser fanáticos de noticieros mediocres- que permite el desarrollo intelectual y moral (Aristóteles, Política, Libro VII, 1333a-b). Vista así, la paz es la base para el ejercicio correcto de la razón y el funcionamiento armónico y ordenado de la vida cívica.

Pero es quizás Baruch Spinoza quien ofrece una de las definiciones más concisas y poderosas para la paz, alejándose definitivamente de la idea de una mera pasividad. En su estupendo “Tratado teológico-político”, Spinoza afirma que “la paz no es una ausencia de guerra, es una virtud que brota de la fortaleza de ánimo, de la confianza y de la justicia” (Spinoza, 1670, Capítulo III). Aquí, la paz se convierte en una cualidad intrínseca del ser, una disposición activa del espíritu que se manifiesta en la benevolencia, la confianza mutua y el establecimiento de la justicia. Para él, la verdadera paz no puede ser impuesta desde el exterior, sino que surge como una fuerza interior y de un compromiso con principios éticos y racionales.

Finalizando con el marco teórico filosófico, Kant en su ensayo titulado “Sobre la paz perpetua”, aborda la paz desde una perspectiva jurídica y moral, proyectándola no sólo como un estado interno sino como una aspiración global. Kant argumentaba que “la paz no es el estado natural de los hombres” sino que “debe ser instaurada” (Kant, 1795, Primera Sección). En esta perspectiva, la paz perpetua es un ideal regulativo hacia la cual la humanidad debe tender a través del establecimiento de una federación de estados libres, regidos por el derecho público y el respeto a la autonomía de cada nación y cada individuo (pobre Kant, si pudiera ver cómo funciona la ONU en la actualidad, se llevaría menuda decepción). Se trata de un concepto de paz que se orienta hacia un orden internacional basado en la razón, la justicia y la cooperación, donde la guerra es proscrita como un medio ilegítimo de resolución de conflictos. Es, en pocas palabras, una paz que se construye activamente, a través del derecho y la moral, y no una simple cesación de la violencia.

La paz, en este panorama, se convierte en una quimera. ¿Cómo construir la armonía social si cada individuo o grupo se atrinchera en sus propias “verdades”, negándose a escuchar y a comprender al otro? La paz no es la ausencia de conflicto, sino la capacidad de resolverlo de manera constructiva, a través del diálogo y el respeto mutuo. Pero, para ello, se requiere una dosis de humildad intelectual, la disposición a reconocer que nuestra propia “verdad” puede ser parcial o incompleta, y que la verdad del otro puede enriquecernos. Esto es, precisamente, lo que le falta al necio intolerante.

A pesar de este panorama sombrío, queridos amigos, no todo está perdido. La esperanza reside en la capacidad del ser humano para trascender su propia necedad. La educación, en su sentido más amplio, es una herramienta fundamental para liberar de este tipo de estupidez naturalizada a los ciudadanos del presente y del futuro (lo que vienen de arrastre, poco arreglo tienen realmente). No se trata sólo de acumular conocimientos, sino de cultivar el pensamiento crítico, la empatía, la capacidad de dudar y de cuestionar, como también de participar activamente en el rol cívico en pos de un bien común. Se trata de formar individuos que, como diría Immanuel Kant en “Qué es la Ilustración” (1784), sean capaces de salir de su “minoría de edad” y de pensar por sí mismos: “La minoría de edad es la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro” (Kant, 1784, p. 25).

La filosofía, en este sentido, juega un papel crucial, en tanto que al invitarnos a la reflexión, al análisis de nuestras propias ideas y a la confrontación con las ideas de los demás, nos abre las puertas a una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo en el que habitamos. Nos enseña que la verdad es un camino, no un destino, y que la tolerancia es el combustible que nos permite transitarlo junto a otros. En este sentido, la paz no es un regalo que cae del cielo, sino una construcción colectiva que exige un esfuerzo constante por despojarnos de la necedad y abrirnos a la complejidad del mundo y a la riqueza de la diversidad sin pretensiones de imposición alguna. Solo así, superando la tiranía de la propia ignorancia, podremos vislumbrar la posibilidad de un futuro más pacífico y justo, o sea, menos necio y violento.

jueves, 19 de junio de 2025


Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 19 junio 2025.-

"No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero sí sé que la Cuarta Guerra Mundial será con palos y piedras." Albert Einstein

Otra vez, la sombra de una gran guerra se cierne sobre el Medio Oriente, una región que parece estar condenada a un ciclo interminable de violencia y tensión. Los recientes intercambios de ataques directos entre Israel e Irán han encendido todas las alarmas globales, llevando a la comunidad internacional al borde de un abismo cuya profundidad y consecuencias aún son incalculables. Lo que hasta hace poco se manifestaba a través de guerras subsidiarias y enfrentamientos asimétricos, ha escalado a una confrontación abierta que redefine el tablero geopolítico y exige una profunda reflexión sobre las verdaderas causas y los devastadores efectos de semejante beligerancia.

La situación actual es de una volatilidad extrema. Tras el ataque israelí a un consulado iraní en Damasco, al que siguió una represalia iraní con drones y misiles, y una posterior respuesta israelí sobre objetivos militares de inteligencia dentro de Irán, la región se encuentra en un punto de inflexión. Cada acción parece estar generando una reacción, tejiendo una red de represalias que amenaza con arrastrar a más actores a un conflicto a gran escala. Las informaciones de inteligencia y los análisis militares se centran en la capacidad de disuasión de cada parte, en la precisión de sus armamentos y en la contención- o la falta de ella- de sus aliados internacionales. Sin embargo, más allá de la fría lógica estratégica, subyace una serie de interrogantes que, desde una perspectiva filosófica y crítica, resultan ineludibles.

En este ciclo de venganza interminable, ¿a quién le sirve realmente este conflicto? ¿Quiénes son los verdaderos artífices de esta espiral de violencia y quiénes se benefician de la inestabilidad perpetua en una región tan rica en recursos y tan vital estratégicamente? En contrapartida, ¿quiénes son los grandes perdedores, aquellos que pagarán el precio más alto por decisiones tomadas en despachos y palacios lejanos o en la euforia del fervor imperial o nacionalista?

Este tipo de preguntas no circulan en ningún medio de comunicación ni salen de la boca de ningún comunicador del prime time, justamente porque nos obligan a pensar, es decir, ir más allá de la mera descripción de los eventos y a indagar en las capas más profundas de poder, interés y sufrimiento humano. La geopolítica nos ofrece un marco para entender las dinámicas de poder entre Estados, las alianzas cambiantes y la lucha por la hegemonía regional. Pero la filosofía nos interpela sobre la ética de la guerra, la responsabilidad de los líderes y el valor intrínseco de la vida humana.

La retórica del “ojo por ojo” que ha dominado estas últimas semanas de confrontación directa entre Israel e Irán ha cristalizado en acciones militares muy precisas y calculadas, pero de un riesgo incalculable. Los ataques iraníes, que incluyeron el lanzamiento de cientos de drones y misiles hacia el territorio israelí, fueron presentados como una respuesta directa al bombardeo de un anexo consular iraní en Damasco que resultó en la muerte de altos mandos de la Guardia Revolucionaria. La defensa israelí, apoyada por una coalición internacional liderada por Estados Unidos, logró interceptar la vasta mayoría de estos proyectiles, minimizando los daños materiales y, crucialmente, evitando víctimas mortales significativas. Sin embargo, la posterior respuesta de Israel sobre objetivos militares y de inteligencia en Isfahán, Irán, aunque de alcance limitado y con aparente intención de enviar un mensaje de capacidad más que de aniquilación, mantuvo viva la llama de la tensión.

Detrás de los titulares sobre interceptores y drones, la verdadera tragedia se desarrolla lejos de los cálculos estratégicos. Son los civiles, de ambos lados y en toda la región, quienes se encuentran atrapados en la encrucijada de esta peligrosa escalada. En Israel, la población vivió horas de incertidumbre bajo la amenaza de los misiles, con el trauma latente de la guerra. En Irán, la noticia de los bombardeos, aunque minimizada oficialmente, alimenta el temor a una confrontación abierta que podría devastar la infraestructura y la vida cotidiana. Como señalaba el filósofo Immanuel Kant en su ensayo titulado “Sobre la paz perpetua”, “el estado de paz entre los hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza… el estado de paz debe ser establecido”. La realidad de hoy dista mucho de esta visión kantiana, con la seguridad de los ciudadanos constantemente en vilo, y la esperanza de una vida normal sacrificada en el altar de las ambiciones geopolíticas de dos o tres degenerados que deciden por ellos y sobre ellos. Las familias se preparan para lo peor, los niños crecen bajo la sombra de la amenaza constante, y la vida se convierte en una serie de pausas entre alarmas y ataques de noticias. Las economías locales, ya frágiles, se resienten aún más, y la inversión en armas desvía recursos que podrían destinarse a producción, salud, educación o desarrollo social.

En el tablero de este conflicto, los actores principales se encuentran impulsados por su propia percepción de seguridad existencial y ambiciones regionales. Teherán, con su teocracia y una Guardia Revolucionaria que extiende su influencia más allá de sus fronteras, busca consolidar su poder en el “eje de la resistencia”, desafiando la hegemonía regional y protegiendo sus intereses, incluyendo sus programas nucleares y de misiles. Del otro lado, Jerusalén, con un gobierno que prioriza la protección de su población y su territorio, percibe la expansión iraní y su retórica como una amenaza directa a su supervivencia, lo que pareciera justificar sus acciones preventivas y reactivas.

Pero esta confrontación no se limita a dos capitales. Se extiende como una vasta red de intereses y alianzas, donde los actores indirectos ejercen una influencia considerable. Grupos como Hezbollah en Líbano, Hamas en Gaza o los Hutíes en Yemen operan como brazos armados de la proyección de poder iraní, capaces de abrir múltiples frentes y desestabilizar rutas comerciales vitales. Del lado israelí, el apoyo inquebrantable de los Estados Unidos ha sido un pilar fundamental en la disuasión y defensa, con Washington actuando como garante de seguridad y, a su vez, como mediador para evitar una escalada incontrolable. Sin embargo, el rol de Estados Unidos no es ajeno a sus propios intereses estratégicos en el control del flujo energético global y la contención de rivales.

Mientras tanto, potencias como Rusia y China observan con cautela, buscando proteger sus propias esferas de influencia y sus relaciones con todos los actores, a menudo utilizando su peso diplomático para oponerse a intervenciones occidentales o para abogar por una estabilidad que favorezca sus intereses económicos. Los países árabes moderados, como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, aunque comparten la preocupación por la influencia iraní, temen ser arrastrados a una guerra regional que devastaría sus economías y sociedades. Europa, por su parte, clama por la desescalada, consciente de las ramificaciones económicas, energéticas y migratorias de un conflicto ampliado.

Así, las posibilidades futuras se mueven en una cuerda floja, tensa entre el estallido total y la precaria esperanza de un cese el fuego. La doctrina actual parece ser una disuasión mutua, donde ambos bandos calibran sus golpes para enviar un mensaje de capacidad y voluntad sin provocar una guerra abierta que, dadas las consecuencias catastróficas, ninguno parece desear plenamente. Pero esta línea es peligrosamente fina. Cualquier error de cálculo, cualquier ataque no intencionado o cualquier acción percibida como una humillación insoportable, podría romper el delicado equilibrio y desencadenar un conflicto a gran escala con ramificaciones globales.

La búsqueda de un acuerdo de paz o un cese el fuego requeriría una diplomacia hoy inexistente, es decir, exhaustiva y multifacética, involucrando a potencias globales y regionales. Sería necesario abordar las causas subyacentes de la desconfianza y la hostilidad, incluyendo las ambiciones nucleares de Irán, la cuestión palestina, la seguridad de Israel y la influencia iraní en la región a través de sus proxies. Como argumenta el teórico político John Mearsheimer en su obra “La tragedia de la política de las grandes potencias”, los Estados “están condenados a competir por el poder, porque el sistema internacional es anárquico y las capacidades militares son los medios con los que los Estados pueden sobrevivir”. Superar esta lógica de suma cero requeriría un cambio paradigmático en la percepción de seguridad y una voluntad genuina de compromiso. Básicamente, un milagro. No obstante, la historia nos enseña que, incluso en los escenarios más sombríos, la diplomacia y el diálogo pueden abrir brechas hacia la desescalada. El cese el fuego, por más precario que sea, es siempre preferible a la anarquía de la guerra, ofreciendo un respiro a los civiles y una oportunidad para la razón y la sensatez.

Más allá de las fronteras de Oriente Medio, la escalada actual entre Israel e Irán proyecta una sombra ominosa sobre el orden mundial. Como dijimos previamente, las ramificaciones económicas son inmediatas y profundas: la interrupción del suministro de petróleo a través del Estrecho de Ormuz, una arteria vital para el comercio global, disparará los precios energéticos a niveles insostenibles, desestabilizando los mercados y las economías ya fragilizadas. Las cadenas de suministro globales, aún recuperándose de crisis anteriores, se verían severamente afectadas, impactando desde la producción industrial hasta el coste de vida de millones de personas en cada rincón del planeta.

En el ámbito político, un conflicto abierto desafiaría la ya patética y erosionada arquitectura de la gobernanza actual. Las organizaciones internacionales y el derecho internacional, también en terapia intensiva hace años, se verían aún más debilitados si las potencias no logran contener la beligerancia. Se intensificarían las divisiones entre bloques, con el riesgo de acudir a una nueva Guerra Fría que polarice aún más las relaciones internacionales, desviando la atención y los recursos de desafíos globales apremiantes como las pandemias, la desigualdad y la pobreza. La proliferación nuclear, ya una preocupación latente, está cobrando una urgencia aterradora, ya que la inestabilidad puede incentivar a otros Estados a buscar capacidades atómicas como medida de seguridad.

Los grandes perdedores, en última instancia, somos todos los seres humanos que no tenemos acceso a la protección total de los jefes de Estado. La guerra, en su esencia, es un fracaso de la razón y la empatía. Cada explosión, cada vida perdida, cada desplazamiento forzado no es sólo una estadística, sino una herida en el tejido colectivo de nuestra ya vapuleada civilización. Este conflicto, como tantos otros, revela la cruda realidad de que la seguridad de una nación a menudo se persigue a expensas de la seguridad y el bienestar de otras, creando así un círculo vicioso de miedo, agresión y muerte masiva.

Frente a este panorama espantoso, nuestra postura no puede ser otra que la de una neutralidad activa en favor de la paz. No se trata de culpar a unos u otros, sino de reconocer la complejidad histórica y las múltiples capas de agravios que alimentan esta confrontación. La paz, sin embargo, no es la ausencia de conflicto, sino la capacidad de resolverlo sin recurrir a la violencia, a través del diálogo, la negociación y el respeto mutuo. Es imperativo que la comunidad internacional abandone la red social X y redoble sus esfuerzos diplomáticos. La presión concentrada sobre todos los actores, directos e indirectos, para que se abstengan de nuevas acciones militares y se sienten a la mesa de negociaciones es crucial. Se necesitan garantes confiables y marcos robustos que permitan una desescalada sostenida y el inicio de un proceso de construcción de confianza a largo plazo.

Por último, queridos lectores, es preciso indicar que el cese el fuego no es sólo una tregua militar, sino un imperativo moral. Es la única vía para romper el interminable ciclo de venganza, para sanar las heridas, para reconstruir las sociedades y para que las futuras generaciones no sigan heredando un legado de odio, resentimiento y destrucción. Es hora ya de que la razón sensata guíe la geopolítica, y que la humanidad elija el camino de la ardua concordia sobre el abismo de la exterminación.
 El autor es:
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan - Argentina

Por Néstor Estévez
Diario Azua / 19 junio 2025.-

Señores, la estupidización “va en coche”. Aunque, en honor a la verdad, creo que cuenta con medios mucho más veloces.

Me explico: lo que antes implicaba espera, que muchas veces parecía eterna, ahora suele ser asunto de “un clic”. De entrada, todo parece color de rosa. ¡Se acabó el esperar! Y eso, cuando se toma a la ligera, parece bueno y hasta genera una extraordinaria sensación de poder.

Pero, ¿es realmente positivo que todo ocurra “a la velocidad del rayo”? ¿Cómo influye la rapidez en las interacciones humanas? ¿Cuáles son las consecuencias de conseguir objetivos “más rápido que a la carrera”?

Al tema se refiere Daniel Kahneman, en su libro Pensar rápido, pensar despacio. El científico reseña que el pensamiento rápido resulta eficiente para situaciones donde la solución es conocida y hasta familiar, mientras que el pensamiento lento es necesario para problemas difíciles o que requieren un análisis cuidadoso, como resolver una operación compleja o tomar una decisión de negocios.

Estupidización por sus fueros

De manera generalizada asociamos la estupidez con la lentitud para pensar y entender. De hecho, la RAE la define como “torpeza notable en comprender las cosas”. Pero algunos estudiosos plantean que se trata de algo mucho más profundo y dañino.

Dietrich Bonhoeffer, pastor y pensador alemán, dice que “la estupidez es más peligrosa que la maldad”. Explica que el mal se ve y se puede combatir, pero la estupidez es como un muro: no escucha razones ni acepta hechos, y puede ser usada por personas malintencionadas para engañar o controlar a otras. Así, un grupo de gente que no piensa por sí misma puede permitir que sucedan cosas malas sin darse cuenta.

La tecnología, sobre todo cuando se usa sin criterios claros, se convierte en generadora de estupidez. Una muestra de ello es un fenómeno con nombre en inglés: el phubbing. Es algo muy común. Consiste en poner más atención al teléfono celular que a la persona con la que se “interactúa”. El término está compuesto por las palabras inglesas “phone” y “snubbing” (teléfono y desaire, en español).

Estudios recientes han demostrado que el phubbing provoca que las personas se sientan tristes, excluidas y desconfiadas. Algunos tratadistas han encontrado que, si alguien interrumpe la conversación tres veces por estar pendiente al teléfono, la otra persona experimenta una emoción negativa y termina perdiendo la confianza.

Y todavía más: explican que el phubbing no solo afecta a quien es ignorado, sino que también causa malestar en quien lo practica. Sostienen que el hecho de no hablar cara a cara puede ser una forma de "estupidez". Explican que, en esos casos, por no prestar atención, no usamos la razón para entender a la otra persona.

Esta situación genera serias dificultades en las relaciones humanas. Provocar o permitir que el teléfono interfiera puede llegar a ser motivo de conflictos y sentimientos heridos entre amigos, familiares, en el trabajo y hasta entre parejas. A esto se suma la reducción en la confianza ante quien parece dar más importancia a su celular que a la relación. Y, como si faltara más, el daño se completa con la soledad y desconexión, que se disfrazan de “compañía virtual”, y terminan reduciendo el rendimiento por déficit de concentración.

Por fortuna hay ejercicios sencillos que solo requieren disposición y terminan ayudando a que nos mantengamos humanos, felices y productivos. Hay muy buenos resultados con prácticas como compartir sin celulares o tener momentos de juego sin pantallas. Esto ayuda a escuchar y conversar cara a cara.

Algunos expertos recomiendan silenciar notificaciones y apagar celulares durante las comidas, en clase o en otras actividades que requieran concentración. Otra ayuda clave consiste en leer textos largos, pensar y hacerse preguntas al respecto. ¿Cómo me siento con esto? Esa pregunta es de gran valor para escoger lo que aporta y desechar lo que daña.

Existen valiosos juegos de concentración que ayudan a prestar más atención. Pero también hablar con respeto y honestidad sirve para apoyar a relacionados que van en camino a dejarse arrastrar por la corriente.

Como se puede apreciar, con prácticas sencillas nos encaminamos a analizar lo que nos llega y a no asumir todo sin pensar. Pero lo más importante: así logramos escaparnos de la estupidización acelerada.


Testigo del tiempo

Por J.C. Malone
Diario Azua / 19 junio 2025.-

El ataque de Israel contra Irán es una copia al carbón del que lanzó George W. Bush contra Irak en el 2003. Usan los mismos argumentos. Ayer, acusaron a Sadham Hussein de tener armas de destrucción masiva, todo era mentira, hoy acusan a Irán de “querer tener” las mismas armas, también es mentira. Tulsi Gabbard, la Directora Nacional de Inteligencia, niega que Irán tenga programa nuclear.

Bush quería controlar el petróleo iraquí, y el presidente Donald Trump quiere controlar el iraní.

Ayer el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu estuvo detrás de las decisiones de Bush, hoy está “delante” de las decisiones de Trump, esta es una operación conjunta. Trump hizo el planteo más descabellado que ha hecho desde “desalojar” a los palestinos de Palestina. Trump “invitó” a los residentes de Teherán, la capital de Irán, unos 10 millones de personas, a “desalojarla”.

Esto se puede complicar, si esta guerra interrumpe el suministro de petróleo iraní a China su economía colapsará. Esto podría duplicar los precios del petróleo de $75 a $150 el barril la inflación se tragará todas las economías.

Quizá Trump espera que esta Guerra unifique la nación en torno a él.

Estados Unidos perdió en Vietnam, Iraq y Afganistán, Irán es superior a esos países, y está militarmente más preparada.

Esta aventura fratricida no es improvisada, está fríamente calculada. Todo esto empezó dentro de la perversa cabeza de Netanyahu, quien está haciendo guerras para evitar la cárcel.

En su libro “Luchando contra el terrorismo”, (enero 2001) Netanyahu pide destruir los gobiernos de Irak, Irán, Siria, Libia, Líbano, Somalia y Sudán, por “patrocinar terroristas” (ellos defienden a Palestina). Nosotros ponemos votos e impuestos, para que los presidentes estadounidenses ejecuten las aventuras guerreristas de Netanyahu.

George W. Bush destruyó Irak, Barack Obama destruyó Libia, empezó a destruir Siria, Joe Biden terminó, Trump bombardeo Somalia, Israel bombardeó el Líbano, juntos, Netanyahu y Trump, atacan a Irán.

Trump prometió terminar las guerras de Ucrania y el Medio Oriente, pero ahora inicia esta Guerra con Irán.

domingo, 15 de junio de 2025

 

Por Emilia Santos Frias
Diario Azua / 15 junio 2025.-

Hoy nuestras líneas hacen análisis a otras de las grandes obras de Robin Sharma: ¿Quién te llorará cuando mueras?, un libro que ofrece más de 100 sugerencias para vivir una vida significativa, satisfactoria y encontrar su verdadero propósito al enfrentar desafíos y desarrollar habilidades.

Es un documento que aporta soluciones a dificultades que el ser humano enfrenta diariamente. Entre sus consejos está: dormir menos, pero procurar mayor calidad del descanso. Centrarnos en la calidad del sueño, no en la cantidad de horas dormidas. Por consiguiente, es preferible no comer después de las ocho de la noche.

Cenar temprano, evitar leer en la cama, ver o escuchar las noticias. Es recomendado dormir menos, pero de manera inteligente, para no perder oportunidades. Nunca dormir para evadir responsabilidades.

“Los mayores placeres suelen ser los más sencillos, como disfrutar la belleza y simplicidad de la naturaleza…, los alimentos, animales, regar una planta, sembrar un árbol…, descubrir la paz que da la naturaleza en sus pequeños detalles”.

Siempre con hincapié en descubrir nuestra vocación en la vida, porque eso, nos hace únicos y especiales. De esta forma podemos convertirnos en extraordinarios. “La vida es un camino lleno de opciones y decisiones que tomamos diariamente”.

Otra recomendación es buscar lo que nos hace feliz. Conectar con nuestro potencial y agregar valor a la vida de quienes nos rodean. Trabajar para que sea plena y llena de significado. “Mi vida es única y merece ser vivida al máximo”.

De igual forma, crear buenos hábitos, vivir cada momento con intención y propósito. “Las oportunidades perdidas rara vez vuelven a presentarse. Por eso, debemos tener autodisciplina. Ser más estrictos con nosotros mismos, para alcanzar las metas propuestas.

Para ello, tenemos que descomprimir; hacer una actividad que nos relaje: cocinar, levantarnos temprano, meditar, reír, llevar un diario, tomar fotos, leer, llevar un libro con nosotros…

El autor indica que requerimos de 21 días para crear un nuevo y buen hábito saludable. Pero, solo lograremos todo lo propuesto, con disciplina y perseverancia. ¿Quién se preocupará por mí cuando muera? Es necesario que programemos nuestras tareas diarias y dediquemos tiempo a lo que es importante para nosotros: lo que es realmente importante, como la familia, amigos, naturaleza, tiempo a solas…

Identificar en nuestra lista de tareas diarias esenciales, qué debemos dejar de hacer para ser más productivos. Al no perder oportunidades importantes, alcanzaremos el éxito y con él la felicidad que merecemos. Otra recomendación es que seamos más honestos: ser el mejor tú, más auténtico y transparente en todo lo que hacemos. Esto es, más cariñoso. 

También, realizar pequeños actos de bondad, que forman parte de nuestra cuenta de amor. Asimismo, practicar la humildad, el perdón y la gratitud. Al mismo tiempo, aprender a aceptar a los demás como son. Esto nos ayudará a vivir feliz.

Asimismo, ser positivo y vivir en el presente, son recomendaciones significativas. Poseer menos preocupación, decidir enfrentar el futuro, dejar atrás el pasado y sus errores. Porque la positividad puede cambiar nuestras vidas. De igual forma, el autor nos dice que los primeros 30 minutos al despertar cada día, son cruciales para dedicarlos a nuestras metas.

Por ejemplo, 15 minutos de ellos a contemplar en silencio la naturaleza, todos los regalos que poseemos, y visualizar un día positivo. Además, leer para mantenernos inspirados, y algo muy importante, aprender a decir no con elegancia.

Es necesario, tener un enfoque selectivo y estratégico; realizar actividades importantes y enfocarnos en ellas. Hacer las cosas correctas, y para ello, hay que seguir el ejemplo del niño curioso. Bondad, inocencia, sencillez, acción..., jamás detenernos, nunca perder la curiosidad.

Sencillamente, pensar positivo y tener una actitud creativa. En ese orden, aprender cosas nuevas cada día. ‘El que pregunta podrá ser tonto 5 minutos, pero el que no lo hace, lo será toda la vida”.

Esencial leer un libro que nos haga reflexionar y nos llene de ideas. Ver una película que me haga soñar. Escuchar música edificante, que nos llene de energía y nos haga sentir vivos. Asistir a una conferencia que aporte nuevas perspectivas y ayude a alcanzar las metas. Al tiempo de tener momentos de inspiración y motivación, para alcanzar nuevo nivel y objetivos con éxitos.

Al probar algo nuevo cada día nos reinventamos. “El éxito también se mide por los obstáculos superados en busca de triunfar”. Esto es asumir riesgos, no conformarnos con la seguridad que podamos poseer. Si no, buscar oportunidad diariamente, sin temor a los obstáculos.

En consecuencia, es necesario no olvidarnos de vivir. “La vida es una tragedia cuando dejamos morir cosas dentro de nosotros, mientras vivimos. Morimos cuando dejamos de pensar, soñar y crear nuevas ideas, cuando abandonamos nuestros sueños”. Hay que vivir plenamente y no permitir que algo lo impida.

De igual manera, revisar nuestro tiempo, priorizar el que dedicamos a nuestras familias, relacionados y amigos…, iseamos selectivos al responder llamadas o atender el teléfono o el celular!, y siempre practicar el perdón. Porque el rencor es veneno que roba paz y felicidad. Al liberarnos de el avanzamos. Dejar ir el pasado, concentrarnos en el presente y el futuro.

Es preciso que planifiquemos nuestras metas y objetivos de vida, con los plazos para alcanzarlos. No podemos perder de vista esos objetivos y metas. El pensamiento positivo tiene poder, por lo tanto, debemos evitar pensamientos negativos, estos impactan nuestra salud física y mental.

“Son fuego que queman por dentro y privan la libertad de vivir plenamente”. Como es bien sabido, producen estrés que causa daños a largo plazo: enfermedad cardiovascular…, en ese aspecto, la recomendación es cuidar nuestro cuerpo para tener vida plena y satisfactoria.

“En un cuerpo sano descansa una mente sana”. Por este motivo, la sana alimentación y hacer ejercicio nos ayuda a vivir más y en buen estado. Con una mente tranquila y equilibrada.

Además, ser productivos, no ocupados. Asegurarnos de que las tareas sean positivas y alineadas con los objetivos y las metas. Entender que el dolor es un maestro y el fracaso es un camino hacia el éxito. Así que, todos los seres humanos lo enfrentamos, pero solo se transforma si lo usamos para auto descubrirnos: crecimiento personal.

Es sensato encontrar felicidad en cada situación, sabiendo que cada dificultad nos hará más fuertes. “Centrarnos en nuestras bendiciones en vez de en nuestros sufrimientos, como forma de encontrar la felicidad interior”, entendiendo que: “siempre hay algo porque agradecer”. ¡Hay que avanzar hacia el objetivo con pequeñas acciones!

En conclusión, usar nuestras palabras con cuidado, recordar el poder de ellas. Por eso, debemos ser cuidadosos con lo que decimos y hacia dónde dirigimos nuestras conversaciones. “Las palabras son las herramientas más poderosas e importantes cuando se usan de forma responsable”.

El autor nos invita a imaginar una realidad más rica, al cultivar pensamientos positivos, porque nuestras percepciones moldean nuestra realidad. De ahí que, debemos tener una actitud optimista, y eso atraer. Las palabras tienen un impacto duradero.

Entonces, no nos preocupemos por las cosas que no pedemos cambiar; no puedo atrasar ni adelantar el tiempo. Como bien nos dice el autor. Enfoquémonos en nuestro potencial, dejando atrás preocupaciones.

Creemos momentos perfectos e impecables para nosotros y quienes amamos: nuestros entornos..., y siendo el tiempo nuestro, hay que aprovecharlo al máximo.

Sencillamente, esta obra nos invita a vivir fortaleciendo relaciones significativas y duraderas, con verdadera felicidad, creando anécdotas e historias. Contiene consejos prácticos para vivir con gratitud. Conscientes de la vida y nuestros sueños, para perseguirlos con valentía, al tiempo de entender y encontrar nuestro propósito en la vida.

Hasta la próxima entrega.

La autora reside en Santo Domingo
Es educadora, periodista, abogada y locutora.

Por Néstor Estévez
Diario Azua / 15 junio 2025.-

¿Y qué hacemos con el negocio de la comunicación? Así me preguntó un amigo y colega. Lo hizo mientras yo hablaba de educomunicación, como urgente necesidad para superar esta etapa en la que cualquiera dice y, además de que le creen, le ayudan a difundir el más soberano disparate.

Para responder a la pregunta, partamos del hecho de que los negocios nacen como una “negación del ocio”. Sencillamente, alguien detecta una necesidad y ofrece soluciones tan valiosas que otros deciden pagar por ellas. Así pasa con áreas tan básicas como la salud, la alimentación y la educación.

Bajo esta premisa, el de la comunicación se ha convertido en uno de los negocios más influyentes y, a la vez, más controvertidos de nuestro tiempo. Informar, entretener y conectar son funciones esenciales para la vida democrática y social.

Una diferencia clave para entender las complejidades del negocio de la comunicación es su carácter transversal. Cualquier negocio, incluyendo los de las tres áreas básicas que he mencionado, necesitan de la comunicación. Basta con la sencilla prueba de suponer lo que ocurriría con un establecimiento de salud, alimentación o educación que no hace saber de su existencia.

Ahora bien, con cierta frecuencia escuchamos y hasta vivimos experiencias relacionadas con quejas por malos servicios y hasta malos tratos, además de fraudes y otros delitos, en determinados negocios. Podríamos afirmar que esas y otras situaciones reñidas con el bien hacer son “pan de cada día” en múltiples negocios. Pero ¿qué ocurre cuando el negocio de comunicar entra en conflicto con los principios éticos que deberían regirlo?

Los medios de comunicación —prensa, radio, televisión, redes sociales— son hoy más empresas que nunca. Su sostenibilidad económica depende de la publicidad, las suscripciones y, cada vez más, de la famosa “monetización”.

Como es entendible, esta lógica de mercado suele tener efectos perniciosos: el más común es la primacía del clic sobre la calidad. Pero también el sensacionalismo, la polarización y la erosión de la confianza pública son síntomas de un ecosistema mediático que suele poner los intereses comerciales por encima de su función social.

Estamos viviendo una etapa con transformaciones muy aceleradas. La aparición de las famosas “plataformas” ha forzado una transformación en las narrativas mediáticas, acercando a quienes las usan a diversidad de audiencias mediante la inmediatez y la interacción directa.

Pero esta “modernización” implica serios riesgos: de un lado, el entretenimiento prima sobre la veracidad; pero también el negocio amenaza con devorar la esencia misma del oficio. Eso nos remite al reputado periodista y escritor polaco Rysard Kapuściński: "Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante".

Y como si faltara más, ahora tenemos un aceleramiento extraordinario con la irrupción de la inteligencia artificial (IA) en la producción y distribución de mensajes. Si bien la IA acelera y pone “eficiencia” a la relación con las audiencias, su uso plantea desafíos éticos significativos. Ahora se ha vuelto más necesario y urgente que los denominados medios (empresas) de comunicación adopten estándares claros para el uso ético de estas tecnologías.

Pero los retos éticos del negocio de la comunicación no se limitan a la tecnología. La transparencia y la rendición de cuentas siguen siendo asignaturas pendientes. ¿Qué ocurre en los medios con temas como participación del público y transparencia editorial? Lo real es que estos principios deberían ser adoptados como requisito para merecer la confianza ciudadana.

Hoy, la llamada “economía de la atención” recompensa los contenidos que polarizan y escandalizan, deteriorando la calidad del debate público. Las redes sociales, más que herramientas de amplificación informativa, operan como canales de desinformación y manipulación.

En este contexto, el empresariado y los comunicadores tenemos una responsabilidad urgente. Los negocios basados en la comunicación no son como cualquier otro: su materia prima es la verdad, y su impacto modela la opinión pública y la salud democrática. Es por eso que la ética no debe ser un adorno, sino el cimiento para construir modelos de negocio sostenibles y responsables.

En definitiva, el negocio de la comunicación debe preguntarse para quién y para qué comunica. Solo así podrá recuperar la legitimidad y la confianza que tanto necesita. En un mundo saturado de información, la ética es el verdadero diferencial competitivo.

 

Por Narciso Isa Conde
Diario Azua / 15 junio 2025.-


¿Entonces, no dizque EE.UU. era el país de los grandes sueños, el más desarrollado, poderoso, civilizado, libre y democrático, mágico y maravilloso del mundo? Dónde las oportunidades caían del cielo para hacer realidad todas las ilusiones.

Hasta hace unos días el sistema de medios de comunicación y opinión de este país derramaba esas y otras alabanzas, dirigidas a presentar a EE. UU. como modelo de libertades.

¿Qué le pasó al imperio y a su llamada democracia? Estamos frente a un sistema de dominación en absoluta y agresiva decadencia y descomposición, con un tránsito hacia un neofascismo desconocedor de todos los derechos de sus pueblos y demás pueblos del mundo. Fabricante de inmensas desigualdades sociales, racismo, xenofobia, homofobia, guerras y ecocidios.

Es el imperio de la minoría mega-capitalista que se consideraba dueña del mundo: represivo, genocida, criminal… El que se convirtió en el centro del sistema imperialista occidental y arrastró hacia el abismo de su descomposición a la UNIÓN EUROPEA y a sus principales potencias capitalistas.

Por mucho tiempo, su dictadura mediática, su sistema de agencias y medios de comunicación y plataformas digitales, impusieron silencios y mentiras para ocultar sus podridas entrañas; pero lo mucho, lo tanto, en el ejercicio maldades y perversidades, no solo lo ha obligado a chorrear más sangre y mucho más pus, sino a develar sus hipocresías y simulaciones, y a exhibir en grado superlativo su descomposición interna y externa.

La propia y la de sus aliados y subordinados. EE. UU. y la Unión Europea se han quedado en cuero, exhibiendo sus indecencias, sus crueldades y mentiras. Sus silencios y ocultamientos ya no pueden encubrir sus fechorías. Lo mucho hasta los dioses los vislumbran y los diablos también.

La heroicidad palestina y la rebeldía del mundo migrante y países empobrecidos y sin soberanía, los tiene en jaque. El recurso de culpar de su crisis a las mayores víctimas, se le ha vuelto en contra. Palestinos y migrantes, manifestando las más variadas formas de insumisión, junto a la solidaridad mundial y el despertar de amplios sectores de sociedades cínicamente vejadas, están erosionando los pies de barro del ex Coloso del Norte.

No es accidental que el inicio del quiebre o caída del imperialismo occidental, lo protagonicen los más brutalmente oprimidos y excluidos, que ya han entendido que no valen súplicas ni ruegos, que lo que vale es luchar dignamente en defensa de derechos conculcados, por la autodeterminación y por un orden mundial justo y solidario.


Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 15 junio 2025.-

"El problema de nuestro tiempo es que la gente prefiere ser destruida antes que cambiar de opinión." Leon Tolstói, El Reino de Dios está en vosotros (1894)

Todos los mortales que gozamos de una pizca de conciencia hemos sido testigos, en los últimos años, de un cambio político significativo a nivel global, un viraje poco pronunciado que nos invita a la reflexión profunda sobre las ideologías que compiten por el dominio del espacio público. De la hegemonía total de una agenda posmo-progresista deconstructiva, conocida como “movimientos woke”, estamos pasando a un auge del populismo de derecha posmoderna, con figuras como Donald Trump, Javier Milei y Giorgia Meloni liderando lo que ellos mismos denominan una “batalla cultural”. Pues bien, hoy quiero invitarlos a analizar este fenómeno, describiendo los extremos para luego proponer una vía racional intermedia que apele al sentido común, la ética, la razón y el cuidado de la dignidad humana.

La agenda progre, en sus diversas manifestaciones, ha tenido un impacto innegable en la promoción de privilegios, derechos y reconocimientos a minorías históricamente marginadas. Sus raíces se hunden en las corrientes filosóficas de la postmodernidad y la teoría crítica, que han cuestionado las grandes narrativas, las estructuras de poder tradicionales y las categorías esencialistas. La deconstrucción, concepto popularizado por Jacques Derrida, buscaba desentrañar los supuestos ocultos en el lenguaje y las instituciones, abriendo espacio para su utilización en cuanta pseudo-causa oportunista apareciera y adquiriendo prestigio por ser el marco teórico de la diversidad y la pluralidad selectiva.

Sin embargo, en su implementación, esta agenda nefasta financiada por capitales particulares, ha enfrentado críticas significativas. Una de las más recurrentes es la percepción de que ha derivado en una cultura de la cancelación o una excesiva preocupación por la “corrección política”, lo que a menudo ha sido caricaturizado como “woke”. Al respecto, el filósofo esloveno Slavoj Žižek ha señalado que esta tendencia, si bien pretendidamente bienintencionada, puede llevar a una fragmentación social y a una pérdida de la capacidad de diálogo. Concretamente, Žižek afirma en “Primero como tragedia, después como farsa” (2009), que “el wokeismo se convierte en una nueva forma de censura, donde la ofensa, real o percibida, es suficiente para silenciar a cualquier voz disidente”.

Paradójicamente, pensadores ultra progres como Pierre Bourdieu, aunque no específicamente sobre el “wokeismo” contemporáneo, ya advertían sobre los peligros de una elite intelectual desconectada de las realidades populares. Bourdieu, en su obra “La distinción” (1979), nos recuerda que “la cultura dominante, con sus pretensiones de universalidad, tiende a enmascarar su carácter de cultura de clase y de poder”. La proliferación de debates identitarios insoportables y el énfasis en la deconstrucción de categorías básicas como el género o la nación, si bien pueden ser medianamente legítimos para un minúsculo reducto elitista de las universidades, han sido percibidos por amplios sectores de la población como ajenos a su realidad cotidiana y a sus preocupaciones más acuciantes, generando así una brecha enorme entre las élites progresistas que viven del curro de la agenda de moda y el ciudadano común.

En respuesta a lo que muchos consideran excesos o la desconexión de la agenda posmo-progre, ha emergido con fuerza el populismo de derecha. Como señalé al principio, figuras políticas como Trump, con su retórica de “América Primero”, o Milei con su discurso “anticasta” y “anti-izquierda”, han sabido capitalizar el descontento de sectores de la población que se sienten estafados, ignorados y amenazados por los cambios culturales impuestos por la agenda de George Soros. Por su parte, en Italia, Meloni encarna una derecha conservadora que apela a valores tradicionales y a la soberanía nacional frente a la globalización y las agendas transnacionales.

Pues bien, estos líderes se presentan como defensores de la “gente común”, frente a las vedettes globalistas y progresistas. Ahora su “batalla cultural” se centra en la recuperación de valores tradicionalistas, la defensa de la familia, la nación y la libertad individual frente a lo que perciben como imposiciones ideológicas del post-marxismo cultural. Al respecto, el politólogo holandés Cas Mudde, experto en populismos, ha caracterizado este fenómenos como una ideología “delgada” que divide la sociedad entre “el pueblo puro” y “la élite corrupta”, afirmando puntualmente en su obra “El populismo. Una brevísima introducción” (2017) que “el populismo de derecha no ofrece soluciones complejas a problemas complejos, sino que simplifica la realidad en una dicotomía moralista”.

Dadas así las cosas, el populismo de derecha no está exento de contradicciones. Si bien apela al sentido común, a menudo cae en la simplificación excesiva, la desinformación y la polarización forzada y violenta. La retórica de la nueva “batalla cultural” puede exacerbar las divisiones sociales y obstaculizar el diálogo realmente constructivo. Además, en su énfasis en la soberanía nacional y el individualismo puede, en ocasiones, ir en detrimento de la cooperación internacional y la solidaridad al interior de cada nación.

Puesto que no concibo una filosofía que sea servicial a ningún poder en particular, es necesario que pensemos, entonces, en una vía intermedia, que evite los extremos y los fanatismos interesados. Ante esta polarización, se hace urgente y necesario buscar un sentido que trascienda los polos y nos permita avanzar como sociedad. Esta vía no implica renunciar a los avances que podrían haberse dado en ciertos derechos y libertades, ni tampoco ignorar las preocupaciones legítimas de quienes se sienten desatendidos. Más bien, se trata de una aproximación que ponga en el centro al verdadero sentido común, la ética del cuidado mutuo y el uso de la razón al servicio del bien común.

El “sentido común” al que hacemos referencia no debe ser confundido con el prejuicio o la ignorancia. Se trata de la capacidad de discernir lo que es razonable y práctico en la vida cotidiana, sin caer en los extremismos ideológicos. Implica una valoración de la experiencia y la sabiduría de cada pueblo, pero también la apertura a la crítica y a la evidencia empírica. Sobre este particular, el filósofo Jürgen Habermas, con su teoría de la acción comunicativa, nos invita a un diálogo racional donde la fuerza del mejor argumento prevalezca, no la imposición de una ideología. Para ilustrar su postulado, en su obra titulada “Teoría de la acción comunicativa” (1981), nos dice que “la razón comunicativa es la capacidad de alcanzar un entendimiento mutuo a través del discurso, superando las meras estrategias de poder”.

A su vez, la ética, entendida como la búsqueda del bien común y el respeto por la dignidad de cada persona, debe ser el faro que guíe nuestras decisiones. Esto implica una ética del reconocimiento, que valore a cada uno en su especificidad, pero también una ética de la responsabilidad, que nos impele a asumir las consecuencias de nuestras decisiones y a construir una sociedad más justa para todos. En este punto, la filósofa española Adela Cortina ha destacado la importancia de una “ética de la razón cordial”, que combine la argumentación racional con la empatía y el reconocimiento de la vulnerabilidad humana”. Para describir de manera muy sucinta su pensamiento, podríamos acudir a su obra “Ética mínima” (1986), en la cual Cortina afirma que “la ética no es sólo una cuestión de principios abstractos, sino de actitudes concretas de cuidado y reconocimiento hacia los otros”.

Por su parte, la razón, lejos de ser una herramienta de dominio o imposición, es la capacidad de analizar críticamente la realidad, de buscar la verdad y de construir argumentos sólidos. Es la base para el diálogo constructivo, la resolución de conflictos y el avance del conocimiento. Pues bien, en un mundo saturado por información basura (desinformación) y post verdad (relativismo absoluto y absurdo), el cultivo de la razón se vuelve esencial para discernir entre la realidad y la ficción, y para tomar decisiones informadas y atinadas.

Por último, el elemento del “cuidado” emerge como un pilar fundamental. El cuidado de nosotros mismos, de nuestros semejantes y del planeta en el que habitamos es un asunto discursivamente avalado pero prácticamente escondido por todas las agendas políticas y educativas mundiales. La ética del cuidado, desarrollada por pensadoras como Carol Guilligan, enfatiza la interdependencia y la responsabilidad hacia los otros. En este contexto actual de polarización permanente, el cuidado implica la construcción de puentes, la escucha activa y la búsqueda de soluciones que beneficien a todos, no sólo al grupo que apoya la agenda de moda del momento. En esta perspectiva, y puntualmente en su obra titulada “In a Different Voice” (1982), Gilligan argumenta que “el cuidado implica una atención a las necesidades de los otros y una respuesta responsable a ellas, lo que contrasta con una ética de la justicia más abstracta”. Eso sí, queridos amigos, es crucial también que tengamos el discernimiento cabal para poder distinguir entre necesidad, capricho y derecho (no son lo mismo).

El precitado viraje político, que estamos observando en este momento, desde el progresismo violento y deconstructivo al populismo, también violento, de derechas, es un síntoma de una sociedad que busca respuestas y se siente completamente desorientada. Queda claro que los extremos, si bien ofrecen narrativas claras, fáciles de memorizar y a menudo, atractivas para la gente que anda floja de papeles, rara vez proporcionan soluciones sostenibles y justas. La vía intermedia que nosotros proponemos, anclada en el bien común, la ética del cuidado y el uso de la razón, nunca fue un camino fácil (por eso nunca se impuso). Requiere de autocrítica permanente, de voluntad de diálogo y de la capacidad de trascender las trincheras de los quioscos ideológicos, que enriquecen a unos pocos y ayudan a casi ninguna víctima real. Sólo así podremos construir sociedades más cohesionadas, justas y resilientes, donde la verdadera “batalla cultural” se transforme en un diálogo enriquecedor que nos impulse hacia un futuro compartido cuyos únicos enemigos sean la estupidez y la maldad.

 

Por Araceli Aguilar Salgado
Diario Azua / 15 junio 2025.-

"La Revolución Industrial ha sido una bendición y una maldición para la humanidad." Eric Hobsbawm

La Revolución Industrial marcó un punto de inflexión en la historia de la humanidad, transformando radicalmente la producción, la economía y la sociedad. Desde sus inicios en el siglo XVIII hasta la actualidad, ha evolucionado en distintas fases, cada una con avances tecnológicos que han redefinido la manera en que los seres humanos trabajan, se comunican y viven.

Sin embargo, aunque la Revolución Industrial ha traído progreso y crecimiento económico, también ha generado desigualdades, explotación laboral y crisis ambientales.
Las Cuatro Revoluciones Industriales: Avances y Consecuencias

Primera Revolución Industrial (Siglo XVIII - XIX): La Máquina de Vapor y la Producción Mecánica

La Primera Revolución Industrial surgió en Inglaterra con la invención de la máquina de vapor, lo que permitió la mecanización de la producción y el auge de la industria textil. Este periodo trajo consigo un crecimiento económico sin precedentes, pero también condiciones laborales precarias, explotación infantil y una migración masiva del campo a las ciudades.
Segunda Revolución Industrial (Siglo XIX - XX): Electricidad y Producción en Masa

La introducción de la electricidad y la producción en cadena revolucionaron la manufactura, permitiendo la fabricación masiva de bienes y el desarrollo de industrias como la automotriz y la química. Sin embargo, este avance también consolidó el capitalismo industrial, aumentando la brecha entre empresarios y trabajadores, y dando lugar a movimientos sindicales en busca de derechos laborales.
Tercera Revolución Industrial (Siglo XX - XXI): Digitalización y Automatización

Con la llegada de la informática, la robótica y el internet, la producción se automatizó y la información se volvió accesible a nivel global. Este periodo trajo consigo una mayor eficiencia en la producción, pero también la deslocalización de empleos y el crecimiento de la desigualdad económica.

Cuarta Revolución Industrial (Siglo XXI): Inteligencia Artificial y Convergencia Tecnológica

La actual revolución industrial está marcada por la inteligencia artificial, la biotecnología, la nanotecnología y la automatización avanzada. Aunque promete avances en salud, educación y productividad, también plantea desafíos como el desplazamiento laboral, la concentración del poder tecnológico y la necesidad de regulación ética.
¿Progreso o Explotación?

Si bien la Revolución Industrial ha impulsado el desarrollo económico y tecnológico, también ha generado profundas desigualdades. La explotación laboral en fábricas del siglo XIX encuentra paralelismos en la precarización del empleo actual, donde la automatización amenaza con reemplazar millones de puestos de trabajo.

Además, el impacto ambiental de la industrialización ha sido devastador. La contaminación, el cambio climático y la sobreexplotación de recursos naturales son consecuencias directas de un modelo de producción basado en el crecimiento ilimitado.
¿Hacia Dónde Nos Dirigimos?

La Revolución Industrial no es solo un fenómeno del pasado, sino un proceso en constante evolución. La Cuarta Revolución Industrial nos enfrenta a dilemas éticos y sociales que requieren una respuesta colectiva. ¿Cómo garantizar que la tecnología beneficie a todos y no solo a unos pocos? ¿Cómo equilibrar el progreso con la sostenibilidad?

El futuro de la Revolución Industrial dependerá de las decisiones que tomemos hoy. La educación, la regulación y la innovación responsable serán clave para construir un mundo donde el desarrollo tecnológico esté alineado con la justicia social y el bienestar humano.

La Revolución Industrial ha sido un motor de cambio, pero también un generador de desigualdades y crisis. Su legado nos obliga a reflexionar sobre cómo aprovechar sus beneficios sin repetir los errores del pasado. La tecnología debe estar al servicio de la humanidad, y no al revés.

El desafío no es detener el progreso, sino dirigirlo hacia un futuro más equitativo y sostenible. ¿Estamos preparados para asumir esa responsabilidad?

"El progreso es imposible sin el cambio, y aquellos que no pueden cambiar sus mentes no pueden cambiar nada." George Bernard Shaw

La autora es periodista, abogada, ingeniera, escritora, analista y comentarista mexicana, del Chilpancingo de los Bravo del Estado de Guerrero E-mail periodistaaaguilar@gmail.com


jueves, 12 de junio de 2025

Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 12 junio 2025.-

“Cuando se suprime la autoridad del padre, la vida se convierte en un laberinto sin salida para el hijo”. Erich Fromm, El miedo a la libertad

Bien sabemos que vivimos en un mundo que a menudo parece empeñado en deconstruir cada pilar de su propia estructura, y entre ellos, la figura del padre ha emergido como uno de los blancos más recurrentes en las últimas décadas. A las puertas de la celebración del día del padre en Argentina, este 15 de junio, se impone una profunda reflexión sobre cómo el rol paterno, y por extensión la masculinidad misma, ha sido sistemáticamente bastardeado por ciertas corrientes ideológicas que, bajo el paraguas del progresismo posmo progre, han sembrado la duda y el desprecio sobre lo que alguna vez fue un pilar fundamental de la familia y la sociedad. No se trata aquí de añorar un patriarcado opresor, sino de discernir la diferencia entre la crítica necesaria y la anulación ideológica.

Nuestro nefasto presente, la postmodernidad, con su inherente fragmentación y su cuestionamiento de las grandes narrativas, ha propiciado un terreno fértil para la reevaluación de los roles de género. Sin embargo, lo que comenzó como una legítima crítica a un sistema estructurado de relaciones sociales y sus desequilibrios de poder, derivó en ocasiones hacia una deslegitimación generalizada de la masculinidad misma. La figura del hombre, y con ella la del padre, ha sido etiquetada y demonizada bajo la sombra de una opresión histórica que no existe desde hace, por lo menos, medio siglo.

Al respecto, Jordan B. Peterson, señala que “la patologización del dominio masculino y la equiparación de la jerarquía con la tiranía están destruyendo la confianza de los hombres en su propio potencial constructivo” (Peterson, J. B. 12 reglas para vivir: Un antídoto al caos, 2018, p. 116). De esta forma, se gesta una narrativa donde el hombre, en tanto portador de una masculinidad tradicional, es inherentemente problemático, un agente de desigualdad cuya autoridad debe ser socavada. Esta crítica, en su versión más radical, no busca una masculinidad sana y equitativa, sino que parece apuntar a su erradicación como fuerza natural y cultural significativa.

Este proceso intencional de deconstrucción ha penetrado el imaginario colectivo, permeando las dinámicas familiares y la percepción social del rol paterno. El padre, que otrora representaba la ley, la autoridad y el sostén, ha sido progresivamente desdibujado. En el afán de romper con moldes rígidos, se ha llegado a proponer la prescindibilidad de su figura, o peor aún, a representarla como una amenaza latente. Zygmunt Bauman, al abordar la “modernidad líquida”, describe una fluidez en las relaciones humanas donde los lazos duraderos se desvanecen. Si bien Bauman no se centra exclusivamente en la figura del padre, su análisis de la fragilidad de los vínculos y la precarización de las instituciones tiene bastante relación con la actual disolución del rol paterno. Al expresar que “las instituciones duraderas que solían proporcionar una estructura firme para la vida humana están siendo desmanteladas o se están volviendo cada vez más débiles, efímeras y provisionales” (Bauman, Z. Modernidad líquida, 2000, p. 11) nos presenta un panorama claro en el que el padre, como institución familiar y social, no escapa a esta licuefacción. Su autoridad, antes incuestionable, se ha diluido en un mar de relativismos, a menudo sin ofrecer un sustituto que brinde la misma estabilidad y dirección.

El impacto de esta violencia sistemática no es menor. El rol del padre, entendido clásicamente como el portador de la ley, el que introduce al niño en el orden simbólico y social más allá de la díada materna, ha sido objeto de una permanente relativización intencional. La noción de que la autoridad paterna es intrínsecamente opresiva ha llevado a que muchos hombres duden de su propio papel, e incluso se inhiban de ejercer una paternidad que, si bien debe ser amorosa y empática, también requiere firmeza y establecimiento de límites.

Sobre este último aspecto, Christopher Lasch, en su obra titulada “La cultura del narcisismo”, aunque escrita en otro contexto, anticipa una sociedad donde el individualismo y la atomización familiar erosionan la base de la crianza. La ausencia de figuras paternas fuertes, o la devaluación de su función, contribuye a la proliferación de personalidades más frágiles y menos aptas para afrontar los desafíos del mundo exterior. En pocas palabras, si el padre no representa el vector que conecta al hijo con el mundo externo de las normas y los desafíos, ¿quién lo hará? La ideología posmo-progre, al vaciar de sentido el rol paterno, deja un hueco que no puede ser llenado simplemente con la noción de un progenitor indistinto.

Frente a este panorama triste e injusto, es imperativo trascender el discurso simplificador y reivindicar la irremplazable importancia de la figura paterna. No se trata de realizar un llamado al retorno de modelos obsoletos de autoritarismo, sino de reconocer la singularidad y la complementariedad del rol del padre en el desarrollo integral de los hijos y en la estabilidad misma de la sociedad. El padre, en su mejor expresión, es fuente de seguridad, un modelo de fortaleza y resiliencia, y el portador de una perspectiva diferente que enriquece la dinámica familiar. Sobre este aspecto, Jacques Lacan, la función del padre es la introducir la “ley”, el “Nombre del Padre”, que permite al sujeto salir de la relación especular con la madre e ingresar al orden simbólico del lenguaje y la cultura (Lacan, J. Escritos 1, 1966, p. 280, en referencia a la función simbólica del padre en el Edipo). Pues bien amigos, esta función, lejos de ser opresiva, es estructurante, es decir, es lo que permite al individuo internalizar las normas sociales y diferenciarse, construyendo su propia identidad sin que ninguna moda pasajera la moldee por él.

También, es fundamental destacar que la presencia de un padre comprometido no sólo ofrece una figura de autoridad amorosa, sino que también fomenta la autonomía, la capacidad de asumir riesgos y la templanza en los hijos. La figura paterna, con su alteridad respecto a la madre, ofrece un modelo de relación distinto, vital para la comprensión de las diferencias de género y la construcción misma de la identidad sexual. Un padre presente y activo es crucial para el equilibrio familiar y para la formación de ciudadanos capaces de enfrentar los desafíos de la vida con responsabilidad y entereza. Despreciar o pretender anular esta figura es, en última instancia, un acto de autosabotaje social, una renuncia a una de las fuerzas más potentes y necesarias para la formación de individuos libres y sociedades cohesionadas.

La precitada denigración ideológica sobre la figura del padre no se ha limitado al ámbito discursivo, sino que se ha incrustado violentamente en la realidad social, dejando una estela de daño y dolor palpable y concreto en la vida de muchos hombres y sus hijos. Las consecuencias de esta campaña de desprestigio se manifiestan en escenarios judiciales, en la dinámica familiar y en la percepción pública, generando una profunda distorsión del vínculo paterno-filial.

Uno de los ejemplos más lacerantes de este daño se observa en el distanciamiento y la alienación parental, a menudo facilitados o exacerbados por procesos judiciales. En innumerables ocasiones, tras una separación conflictiva, se instrumentaliza a la justicia para alejar a los hijos del padre. Esto puede manifestarse a través de la obstrucción sistemática del régimen de visitas, la negativa a cumplir con los acuerdos de tenencia o, incluso, la promoción activa de un rechazo irracional hacia el padre por parte de la madre.

Aunque el concepto de alienación parental es debatido en el ámbito psicológico, sus manifestaciones en la práctica son innegables: niños que, sin razón aparente, se niegan a ver a sus padres, repiten acusaciones sin fundamento o expresan un miedo infundado hacia ello, sembrando una brecha emocional que suele ser irreparable. El sistema judicial, totalmente corrompido y degenerado, en su afán de proteger a la “parte más vulnerable”- a menudo interpretada automáticamente como la versión de la madre-, se convierte en cómplice de esta fractura, al no actuar con la contundencia y objetividad necesaria ante la evidencia de manipulación o impedimento de contacto.

Aunado a todo esto, las falsas denuncias emergen como una de las herramientas más perniciosas utilizadas para destruir la reputación y la relación del padre con sus hijos. En un contexto de creciente sensibilización sobre la violencia de género, algunas personas, amparadas en la presunción de veracidad que a menudo acompaña a estas acusaciones, recurren a imputaciones infundadas o falsas de violencia, abuso o incumplimiento, para obtener ventajas en litigios de familia o simplemente para aniquilar la figura paterna en cada caso particular.

Estas denuncias, incluso cuando posteriormente se demuestran falsas, dejan una huella indeleble. El proceso judicial en sí mismo es una condena social que implica el escarnio público, la pérdida del empleo, el estigma social y, lo más doloroso, la suspensión o limitación inmediata del contacto con los hijos. Como bien apuntaba el sociólogo y filósofo Jean Baudrillard en su crítica a la simulación y la hiperrealidad, “la realidad se ha convertido en una imagen, un signo, y no en un referente de algo que se ha producido en el mundo real” (Baudrillard, J. Cultura y Simulacro, 1978, p. 7). Pues bien, en el ámbito de estas acusaciones, la “realidad” construida por la denuncia falsa, la imagen que proyecta, anula la verdad objetiva y condena al individuo en el plano simbólico, independientemente de la absolución legal posterior.

Finalmente, tenemos que mencionar las campañas difamatorias en las redes sociales o en círculos personales, que complementan este asalto sistemático a la figura paterna. Espacios que deberían ser de conexión se convierten en foros de linchamiento, donde la imagen del padre es pulverizada mediante la difusión de rumores, acusaciones no verificadas y juicios sumarios. Estas campañas buscan aislar al padre, minar su autoridad ante sus hijos y ante la comunidad y destruir cualquier posibilidad de una relación sana. La facilidad con la que se viralizan estas narrativas, sin la necesidad de pruebas o del debido proceso, crea un ambiente de “justicia paralela” que es devastador para el padre afectado. Así, amigos míos, la postverdad, concepto tan acuñado en nuestros tiempos, encuentra en estas prácticas un terreno fértil, donde las emociones y las creencias priman sobre los hechos objetivos, y donde la reputación de un padre puede ser demolida sin un juicio justo, simplemente por la fuerza del relato prevalente que la moda progre avala sin miramientos.

En suma, el discurso de deconstrucción del padre no se queda en la teoría. Se materializa en acciones concretas que, al amparo de ciertas lecturas ideológicas y a través de mecanismos legales o sociales pervertidos, despojan al padre de su lugar, de su dignidad y, trágicamente, del irrenunciable derecho a ejercer una paternidad plena y amorosa. Este es el precio de abrazar irracionalmente una ideología que, en su radicalidad, confunde la lucha por la igualdad con la aniquilación de uno de los pilares esenciales de la vida familiar.

Para terminar, queridos lectores, la crítica esbozada a lo largo de este texto no es un lamento nostálgico por un pasado idealizado, ni una negación de los avances en materia de igualdad de género. Es, en cambio, una crítica frontal a una ideología que, en su afán de deconstrucción radical, ha despojado a la figura del padre de su dignidad, de su valor intrínseco y de su innegable función social. El progresismo decadente, en su vertiente más dogmática (es decir, la que más financiamiento ha recibido) ha contribuido a un desprecio sistemático de la familia como institución fundamental y ha marginado el rol del padre, concibiéndolo como una reliquia de un patriarcado opresor ya inexistente, en lugar de reconocer su potencial transformador y fundante.

No es momento de sumarse al coro que busca disolver las identidades y los roles en una indistinción que empobrece. Es el momento de reivindicar al padre, no como un vestigio del pasado, sino como una necesidad imperiosa del presente y del futuro. Es hora de restaurar la confianza en la masculinidad sana, aquella que se construye sobre la responsabilidad, la protección, el ejemplo y el amor incondicional. La familia, en su diversidad de formas, sigue siendo el crisol donde se forjan las futuras generaciones, y en ese crisol, la figura del padre, con su autoridad amorosa y su perspectiva única, es irremplazable. Negar este rol, o reducirlo a la caricatura de un opresor, es debilitar el tejido social y privar a los hijos de una de las brújulas más importantes para navegar la complejidad de la existencia humana. Por ello, reivindico al padre, en su autenticidad y su potencia, como un pilar fundamental para reconstruir un mundo más íntegro y menos líquido.

El autor es Docente. Escritor. Filósofo
San Juan - Argentina