Por Néstor Estévez
Diario Azua / 05 diciembre 2024.-
Eso de “la mesita del teléfono” le puede parecer raro a muchas personas. Para quien haya vivido o hurgado en torno a esa etapa previa a la irrupción de internet, el referido mueble le podrá resultar desde conocido hasta muy familiar.
En ese tiempo había mobiliarios muy diversos para colocar el teléfono. Desde uno en donde apenas cabía el equipo hasta otros que, además de espacio para el dispositivo y hasta para un florero pequeño, disponía de asiento para quien hablaba, un tope para colocar papel (regularmente, una libreta) y un bolígrafo, así como otro espacio para colocar revistas o libros.
El asunto es que el entorno del dispositivo estaba organizado para que en relación con una llamada telefónica se pudiera mucho más que solo hablar y escuchar.
Como es lógico, también existía la posibilidad de que no estuviera en el lugar, ni en la cercanía, la persona a quien procuraban por ese medio. Ahí encontraban sentido de oportunidad los instrumentos para tomar notas.
En ese tiempo era completamente normal que una llamada telefónica generara comunicación entre personas que compartían un espacio físico y hasta entre vecinos, cuando no todos disponían de teléfono en el sector. Era completamente normal que alguien acudiera a un lugar a esperar o realizar alguna llamada.
A ello se sumaba, cuando el destinatario de la llamada no estaba, una sugerente pregunta. ¿Le quiere dejar algún mensaje? Esa pregunta podía ser respondida de muchas maneras. Entre ellas destacan: no, gracias; solo dígale que llamé, y también la posibilidad de un mensaje con más detalles.
Esto puede ser entendido como simple expresión de añoranza. Pero invito a que lo veamos con más riqueza. Propongo que reparemos en cómo la tecnología ha cambiado la forma en que vivimos, trabajamos y nos comunicamos. Hoy en día, usamos teléfonos inteligentes, redes sociales, cámaras de seguridad y aplicaciones que nos facilitan la vida.
¿Sólo nos facilitan la vida o por algún otro lado nos la complican? Lo real es que todo este avance tecnológico también ha traído un problema importante: la reducción de nuestra privacidad, lo que de por sí ya es bastante. Pero hay más. Vale preguntarse: ¿cómo esto afecta nuestras relaciones con los demás y nuestro crecimiento personal?
Con el denominado “rastro digital” que dejamos cuando navegamos en internet, con las fotos y videos que publicamos en redes sociales y cuando, sabiéndolo o no, compartimos nuestra ubicación, que muchos teléfonos rastrean o es un requisito para el “mejor funcionamiento” de ciertas aplicaciones, nuestra privacidad va dejando de existir.
Las empresas y gobiernos utilizan esta información para diferentes propósitos. Las empresas, por ejemplo, la usan para ofrecernos publicidad personalizada, mientras que los gobiernos pueden usarla para controlar actividades sospechosas. Aunque esto puede sonar útil, también significa que no tenemos tanto control sobre quién sabe cosas de nosotros, y menos aún sobre cuál será el uso que le dará a eso que sabe.
Como es fácil notar, estos adelantos tecnológicos tienen su contrapeso. Esa agilidad para enterarse o hacer saber también contribuye al deterioro de la confianza en las relaciones y hasta puede terminar generando conflictos.
A ello se suma que cada vez son menos los momentos privados. Cuando compartimos todo en redes sociales, desde nuestras comidas hasta nuestras vacaciones, es fácil olvidar que no todo necesita ser público. Esto puede llevar a que las relaciones pierdan su sentido de intimidad, ya que los momentos privados se vuelven menos comunes.
Y todavía hay más: estos cambios terminan limitando nuestro crecimiento personal. Recordemos que, como parte de su avance, toda persona necesita aprender, mejorar y sentirse cómoda con quién es. Pero la reducción de la privacidad puede hacer este proceso más difícil.
Cuando todo es público, hasta los errores, tan útiles para aprender y crecer, son aprovechados por cualquiera para frustrar las posibilidades de crecimiento de quien los comete. A eso se suma la reducción y hasta la inexistencia de tiempo para reflexionar. La mayoría asume que “siempre hay que estar disponible”. ¿Cuándo piensa quien así opera? ¿Cómo se relaciona todo esto con los crecientes problemas de salud mental?
En definitiva, tenemos remembranzas, pero sobre todo tenemos lecciones y tareas al remitirnos a la mesita del teléfono.
Social Buttons