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martes, 19 de agosto de 2025

Por Francisco Marte
Diario Azua / 19 agosto 2025.-

En todo proceso electoral, sea político o gremial, la imparcialidad de la comisión electoral no es un lujo: es una obligación ética y legal. Su papel es garantizar que cada candidato compita en igualdad de condiciones y que cada votante ejerza su derecho con confianza. Cuando este principio se vulnera, no solo se pone en riesgo la transparencia del proceso, sino también la legitimidad de los resultados y la unidad de la institución.

La Ley 10-91, en el capítulo III Deberes y Derechos de los miembros, en su artículo 16, acápite, a) dice: Derecho a elegir y ser elegible; mientras que el reglamento electoral del CDP del 1999 establecen claramente las atribuciones y límites de la comisión para que ese artículo de la Ley se cumpla. Tomar decisiones fuera de ese marco, por voluntad propia o por presiones externas, es cruzar una línea peligrosa. Cada acción arbitraria puede abrir la puerta a impugnaciones, desconfianza y fracturas internas que, en un gremio, son costosas de reparar.

En este contexto, la figura del presidente de la comisión electoral adquiere una relevancia especial. No basta con dirigir las sesiones o firmar las actas: debe ser garante de que los miembros actúen sin sesgos ni favoritismos. Si algún integrante mantiene posturas públicas o privadas que favorezcan o ataquen a un candidato, su participación activa en decisiones críticas puede contaminar el proceso. La prudencia y el apego a las normas son la mejor defensa contra el conflicto de intereses.

El presidente, por tanto, no puede poner en juego su reputación ni su respeto ganado a lo largo de los años por atender a caprichos personales o ceder ante intereses particulares. Su autoridad moral y credibilidad son su capital más valioso. Perderlo significaría no solo un golpe a su trayectoria, sino una mancha difícil de borrar para todo el proceso electoral.

En un gremio, la confianza se construye con actos, no con discursos. Y la historia juzga con dureza a quienes, teniendo la oportunidad de fortalecer la democracia interna, eligieron el camino del favoritismo y la arbitrariedad. La imparcialidad no es negociable: es la piedra angular sobre la que se sostienen la transparencia, la justicia y el respeto mutuo.

El autor de este artículo es periodista, licenciado en relaciones públicas con especialidad en Administración Política Electoral.

 

Diciendo lo que otros callan.

Por Salvador Holguín
Diario Azua / 19 agosto 2025.-

El presidente de la República Luis Abinader enfrenta hoy uno de los desafíos más complejos de su gestión: el sector eléctrico. Pese a los esfuerzos del gobierno por dar respuestas inmediatas a la reciente crisis, lo cierto es que el sistema continúa mostrando la misma fragilidad que ha caracterizado a la República Dominicana durante décadas.

La pregunta que muchos se hacen es por qué, a pesar de las promesas de cambio, se mantienen en posiciones claves los propios funcionarios y técnicos responsables de la disfuncionalidad que arrastra el sistema desde hace más de 20 años. En efecto, bajo las administraciones del PLD, encabezadas por los presidentes Leonel Fernández y Danilo Medina, no se logró superar el problema estructural, y hoy, esas mismas figuras continúan ocupando espacios de poder.

Este inmovilismo genera una peligrosa señal: si no se adoptan disposiciones seguras, el propio gobierno podría ser víctima de desestabilización. La energía es la columna vertebral de la economía y de la vida cotidiana del país; sin ella no hay competitividad, inversión ni desarrollo. Mantener a los mismos actores de siempre, con los mismos métodos y las mismas excusas, es condenar al país a repetir la historia de fracasos y ofrecimientos incumplidos.

La población necesita resultados concretos, no discursos. Cada apagón representa no solo un golpe al bolsillo de las familias y de los empresarios, sino también un recordatorio de la incapacidad de las administraciones para resolver un inconveniente que afecta de manera transversal a la sociedad.

Abinader debe despertar a tiempo, su liderazgo y su promesa de cambio no pueden verse arrastrados por intereses enquistados en un sector que históricamente ha sido terreno fértil para la ineficiencia y la corrupción. El reto es claro: o se enfrenta con determinación a quienes han sido parte del problema, o corre el riesgo de que el pueblo lo perciba como otro gobernante que pasó por el Palacio Presidencial sin resolver lo esencial.

La historia reciente lo confirma: en RD, la energía puede convertirse en la tumba política de cualquier gobierno, y si no se toman decisiones firmes ahora, esa lápida podría llevar escrito el nombre de Luis Rodolfo Abinader y el Partido Revolucionario Moderno (PRM).

domingo, 17 de agosto de 2025


Por Alfredo Cruz Polanco
Diario Azua / 17 agosto 2025.-

Por considerarlas de gran interés para el país, hemos decidido reproducir estas humildes reflexiones, las cuales fueron publicadas por este prestigioso medio de comunicación hace algunos años.

Muchos dominicanos aún ignoran qué se celebra en nuestro país el 16 de agosto de cada año y el porqué se conmemora esta importante fecha.

En esta ocasión celebramos el 162 aniversario del inicio de la guerra restauradora de la Independencia de la República Dominicana, la cual empezó con el Grito de Capotillo, mediante la cual nuestra nación se liberó del yugo del imperio español, volviendo a ser libre, soberana e independiente, tal como lo soñó, ideó, luchó y se sacrificó el fundador de nuestra nación, el Patricio Juan Pablo Duarte y Diez.

Este acontecimiento ha sido considerado como una de las epopeyas más dignas y patrióticas; como uno de los acontecimientos de mayor trascendencia, arrojo, valentía y alcance de nuestra historia, finalizando en el año 1865, con el retiro y la derrota del ejército español.

Según la Real Academia de la Lengua Española, restaurar significa: reconstruir, reponer, restablecer, rescatar, reparar, recuperar, recobrar, readquirir, volver a lograr lo que alguna vez fuimos o tuvimos.

La Independencia de la República Dominicana, lograda a base de grandes sacrificios, fuego, sangre, sudor y lágrimas el 27 de febrero de 1844, fue usurpada, mancillada, malograda y vendida por el traidor Pedro Santana, el 26 de marzo de 1861, cuando por voluntad propia decidió anexar la República Dominicana a España, convirtiéndonos de nuevo en una colonia de esa potencia europea.

El 16 de agosto de 1863, después de encarnizadas batallas, un puñado de valientes y fervorosos patriotas, encabezados por Gregorio Luperón y entre los que se encontraban: Ramón Matías Mella, Fernando Valerio, Benito Monción, Santiago Rodríguez, José María Cabral, Gaspar Polanco, Pedro Antonio Salcedo, Cayetano Germosén, Marcos Trinidad, Benigno Filomeno de Rojas, Basilio Gil, José Cabrera, José Contreras, Antonio Duvergé, José María Imbert, Antonio Pimentel, Ulises Francisco Espaillat, Pedro Francisco Bonó, Carlos Lora, José Antonio Hungría, Olegario Tenares, José Contreras, Eugenio Perdomo, Alfredo Detjén, entre otros, decidieron ponerle fin a la anexión y devolverle a nuestro país su soberanía e independencia, al derrotar al poderoso ejército español.

Aunque en principios en materia de soberanía somos libres e independientes; que hemos tenido grandes avances en muchos aspectos, aún no nos hemos liberado del flagelo de la: corrupción, tanto pública como privada; delincuencia, inseguridad, pobreza, inversión de valores, aún carecemos de la aplicación de una verdadera justicia; de la permisividad e impunidad, de una mala educación. Del enriquecimiento ilícito, lavado de activos y el narcotráfico; del endeudamiento externo, entre otros.

Necesitamos restaurar urgentemente nuestra familia, que hoy está en crisis; la justicia, la transparencia y la honestidad de nuestros funcionarios públicos; nuestro Congreso Nacional y al sistema de partidos; la confianza, la esperanza y la fe perdidas en nuestro país; el respeto a las leyes, a los recursos na­turales y al medio ambiente; los valores y símbolos patrios, la defensa de nuestra frontera; los valores, los principios éticos, morales y cristianos, el pudor y las buenas costumbres.

Necesitamos, en fin, restaurarnos nosotros mismos, para de esta manera, poder restaurar nuestras instituciones públicas, los distintos poderes del Estado, y por consiguiente, al país que tanto queremos
.
Cuando cada de uno de nosotros cambie de actitud y actúe correctamente; cuando cumplamos con todas nuestras obligaciones y con nuestros deberes ciudadanos, solo así lograremos la verdadera restauración que tanto requiere nuestro país en estos momentos. Que así sea.


martes, 12 de agosto de 2025

Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 12 agosto 2025.-

“En la modernidad líquida, las relaciones, como todo lo demás, están sujetas a la implacable lógica del consumo y la descarte. La fragilidad se convierte en la norma, y la permanencia, en una carga” Zygmunt Bauman

Antes de zambullirnos en la compleja trama de los vínculos humanos en la era patética de la postmodernidad, resulta ineludible encarar el significado y la esencia misma del amor. La riqueza semántica de esta palabra, que en español aúna múltiples facetas, encuentra su raíz en el latín amor, y su significado ha sido objeto de profunda reflexión desde la antigüedad. Los griegos, con su agudeza filosófica, discernieron distintas modulaciones de este sentimiento, otorgándoles nombres específicos que revelan su intrincada naturaleza. Así, distinguieron entre el eros, un amor apasionado y a menudo posesivo, vinculado al deseo y la atracción física; la philia, un afecto fraternal, de amistad y lealtad, que subyace en la camaradería y el compañerismo y el ágape, un amor incondicional, altruista, que se entrega sin esperar nada a cambio, evocando una dimensión trascendente y universal. En este sentido, Platón nos introduce a una visión jerárquica del eros en su célebre obra titulada “El banquete”, que asciende desde la admiración por la belleza corporal hasta la contemplación de la Belleza en sí, la Idea suprema, inmutable y eterna. Recordemos que para Platón, el amor no era simplemente una emoción, sino una fuerza impulsora que nos eleva hacia el conocimiento y la perfección. La búsqueda de la “media naranja” primigenia, tal como narró Aristófanes en el mismo diálogo, subraya esta añoranza de plenitud y unidad a través del otro.

Sin embargo, en el escenario que nos toca vivir, la posmodernidad, con su descrédito de los grandes relatos, su erosión de las certezas y su entronización del individualismo exacerbado, la concepción platónica del amor, anclada en lo eterno y trascendente, se desvanece en el horizonte de la promocionada volatilidad. La emergencia de la post-verdad, donde la emoción y la creencia personal, a menudo, prevalecen sobre los hechos objetivos y la razón crítica, ha corroído las bases de la confianza y el compromiso, pilares esenciales de cualquier vínculo duradero. En este torbellino de lo efímero, el amor se ha licuado, adoptando formas esporádicas, circunstanciales y, en muchos casos, desechables. La promesa de un vínculo perdurable, forjado en la paciencia y la vulnerabilidad, se ha transmutado en la conveniencia de una conexión utilitaria y momentánea, fácil de establecer y aún más fácil de disolver. Como lúcidamente diagnosticó Zygmunt Bauman en su obra “Amor líquido”, “vivimos en el mundo de ‘conexiones’ en lugar de ‘relaciones’, donde el compromiso se considera una trampa y la ambigüedad una virtud”.

Esta metamorfosis no es accidental, sino el resultado de un proceso de desensibilización que impregna las esferas más íntimas y las más amplias de nuestra vida social. La inmediatez que propugnan las nuevas tecnologías, la cultura del “usar y tirar” trasladada a las emociones, y la constante búsqueda de gratificación instantánea han mermado nuestra capacidad para invertir tiempo, esfuerzo y vulnerabilidad en la construcción de relaciones sólidas y significativas. Los lazos afectivos, lejos de ser refugios de estabilidad y de crecimiento mutuo, se han convertido en plataformas de consumo emocional, donde cada individuo busca satisfacer sus propias necesidades sin la pesada carga de la reciprocidad o el compromiso a largo plazo. En esta lógica, el “otro” no es ya un compañero de viaje en la construcción de una vida compartida, sino una pieza reemplazable en un intrincado juego de utilidades personales. Lo que entendíamos por “amor romántico”, con sus ideales de exclusividad y eternidad, ha cedido su lugar a lo que Eva Illouz denomina “capitalismo emocional” en su obra “El consumo de la utopía romántica”, donde los sentimientos se mercantilizan y las relaciones se evalúan en términos de costo-beneficio, propiciando una instrumentalización del afecto.

Asimismo, esta fragilidad no se limita al ámbito de las parejas. Se extiende, con igual o mayor virulencia, a la totalidad de nuestras relaciones humanas. La pérdida del cariño y el compromiso se manifiesta dolorosamente en las dinámicas familiares: entre padres e hijos, donde la autoridad moral y el afecto incondicional ceden a menudo ante la tiranía de la inmediatez y el distanciamiento emocional, y donde la comunicación se reduce a interacciones superficiales mediadas por pantallas. Los lazos entre familiares en general, antaño pilares de una identidad compartida y un apoyo incondicional, se deshilachan en la indiferencia y la falta de presencia, reemplazados por el contacto esporádico o la ausencia total. La comunidad vecinal, que en épocas no tan lejanas, constituía un microcosmos de apoyo mutuo y solidaridad, se ha fragmentado en una serie de individualidades aisladas, cada una encapsulada en su propio universo digital y ajena al devenir del otro. Este fenómeno no es meramente una cuestión de falta de tiempo, sino una profunda alteración de nuestra disposición a la alteridad, a la co-presencia, a lo que Emmanuel Lévinas llamaría la “responsabilidad infinita” ante el rostro del Otro. El mundo se ha vuelto un conjunto de mónadas leibnizianas, sin ventanas, encerradas en su propia percepción.

Consecuentemente, en el ámbito cívico, la erosión de los vínculos es palpable. La relación entre ciudadanos y gobernantes se ha despojado de la confianza y la responsabilidad mutua, mutando en un espectáculo de desconfianza, cinismo y, a menudo, abierto desprecio. El contrato social, que teóricamente cimentaba la convivencia y el progreso colectivo, se diluye en la percepción de que la política es un juego de intereses particulares, donde la ética y el bien común son meras quimeras, y donde la participación se limita a la expresión de quejas individuales sin articulación colectiva. Como observó el paladín posmoderno Michel Foucault, el poder no sólo reprime, sino que también produce subjetividades. En esta era paupérrima, parece que las subjetividades producidas son aquellas que se retraen al compromiso, que desconfían de la alteridad y que privilegian la seguridad de la soledad autoimpuesta por encima de la rica complejidad de la interdependencia.

Al respecto, Hannah Arendt advirtió, en su obra “Los orígenes del totalitarismo”, sobre la corrosión del espacio público y la desintegración de los lazos sociales como condición para el surgimiento de fenómenos políticos autoritarios. Ante esto, queda preguntarse: ¿Acaso no es esta atomización una forma de control sutil, que nos vuelve maleables y menos propensos a la acción colectiva y al pensamiento crítico, al desactivar la potencia de la solidaridad y el ágape cívico?

Ante este panorama desolador de amores efímeros y vínculos disueltos, ¿estamos condenados a la fragmentación perpetua y a la superficialidad de los encuentros? ¿O existe la posibilidad de reavivar la llama del compromiso y la sensibilidad en un mundo que prioriza la desconexión afectiva? La desensibilización no es nuestro destino ineludible, sino una construcción social que puede ser deconstruida, un hábito cultural que puede ser re-aprendido. ¿Acaso hemos olvidado, en esta vorágine de lo efímero y lo descartable, que la verdadera riqueza reside en la profundidad de los lazos, en la capacidad de construir historias compartidas que trasciendan la fugacidad de lo instantáneo y se anclen en la persistencia del afecto? ¿Es posible que, al abrazar la vulnerabilidad y la paciencia, podamos redescubrir la resistencia inherente a un amor que se atreve a ser permanente, no por obligación o tradición, sino por elección consciente y por la convicción de su valor intrínseco?

Quizá, la clave resida en una revolución silenciosa, que comience en el ámbito individual y familiar, que nos invite a cuestionar la lógica del descarte y a abrazar la complejidad inherente a cualquier vínculo genuino, reconociendo que el conflicto y la diferencia no son razones para la huida, sino oportunidades para el crecimiento. Entonces, ¿podemos, como individuos, resistir la tentación de la inmediatez y apostar por la construcción lenta, a veces dolorosa, pero profundamente gratificante, de lazos duraderos, tanto personales como comunitarios? ¿Es momento de reconocer que la verdadera libertad no radica en la ausencia de ataduras, sino en la elección consciente de aquellas relaciones que nos enriquecen y nos permiten crecer, incluso cuando nos desafían, y que la felicidad no se encuentra en la acumulación de experiencias superficiales, sino en la profundidad de las conexiones?

La reflexión crítica, el pensamiento autónomo y la chispa de un pensar sensible que no se da por vencido son, quizás, las herramientas más poderosas para reclamar el amor de las garras de la liquidez de la moda posmo-progre y su correspondiente post-verdad. Sólo al mirar de frente esta crisis de los lazos, al interrogarnos sobre nuestro propio papel en ella y al atrevernos a redefinir el valor del compromiso, podremos aspirar a reconstruir una sociedad donde el afecto, en todas sus nobles formas, recupere la centralidad y su potencia transformadora. ¿Nos atreveremos a utilizar estas herramientas, a salir de la comodidad de la indiferencia y a asumir el riesgo de volver a amar con profundidad y a construir con permanencia? La pregunta no es menor, y la respuesta, implica un imperativo ético para nuestro tiempo plagado de gente rota que no sabe amar (y tampoco le importa aprender).
El autor es docente, escritor y filósofo
San Juan - Argentina - 2025









lunes, 11 de agosto de 2025

 

Por Oscar López Reyes
Diario Azua / 11 agosto 2025.-

Desde que toman las riendas de instituciones del Estado, funcionarios de alta y mediana jerarquía se rodean de personas de confianza y competentes, para no participar en el doloroso trance de sacar plumas de gansos, por lo general a un muy elevado precio. A partir de ese momento emprenden un viaje en una especie de bote, navegando por una impetuosa vía fluvial, hacia una selva tropical tupida y con un cielo claroscuro, que puede derramar petardos fósiles.

Al asumir la función oficial, la pista luce despejada para un buen baile de medianoche. En un principio -sin lentejuelas transparentes- la música suena con un bajo resonante y el paisaje se muestra sin humos, en un silencio sin risas ni pausas, como semiótica de la voluntaria complicidad sin diafanidad.

Sin abrir el paraguas antes de que llueva, los incumbentes recién designados conforman nuevos equipos de trabajo. Más adelante, bandadas de gansos se trasladan, en la cola de un viento de calor, desde la susodicha selva hasta oficinas urbanas con alfombras rojas, y revolotean a corto vuelo, subiendo y bajando, emitiendo gruñidos y cacareos estrépidos y repetitivos: “¡On, on!”, como señal de advertencia, y no por el cambio climático.

Por ser ahijados de anteriores titulares, por amistad, adhesión política, inconformidad, trastornos conductuales u otras razones, empleados del Estado sangran por la herida y, con falsos elogios y sonrisas fingidas, a sus nuevos jefes clavan los tres puñales por las espaldas, desde la soledad de rincones tenebrosos.

Y es que, en sus sentidos nublados, discretamente pisotean y tiran por la borda el acuerdo de confidencialidad que suscriben cuando son incorporados a instituciones oficiales. Comúnmente, se obliga al firmante a guardar reserva de la información, a no revelarla, a evitar su pérdida o robo por negligencia, sustracción dolosa o la utilización no autorizada, en perjuicio de la institución y sus líderes, ya que presenta un riesgo patrimonial.

Los impuros abalanzan la espada de la traición por distintos costados:

1.- Suministran veladamente informaciones sensibles a las autoridades precedentes o desplazadas.

2.- Boicotean con inteligencia tareas y proyectos en marcha.

3.- Manipulan informaciones y bloquean la entrega de documentos requeridos.

4.- Amañan datos y los filtran a redes sociales y medios de comunicación.

5.- Formulan acusaciones ante el Departamento de Recursos Humanos, el Comité de Ética y ante la Justicia.

Los inescrupulosos no reparan en los daños que causan a los ejecutivos principales, como son:

1.- Pérdida de credibilidad ante la sociedad.

2.- Descrédito que afecte la familia.

3.- Despido del cargo.

4.- Prisión carcelaria.

5.- Suicidio. Un exadministrador eléctrico y un exlegislador recibieron tantas informaciones sobre sus gestiones desde la Procuraduría General de la República -con las cuales pronto serían procesados judicialmente por corrupción- que decidieron apretar el gatillo y ausentarse en la eternidad, para no presenciar la vergüenza del deshonor, las congojas y dolencias de los tribunales, que se traduce en un baldón que jamás de borra del imaginario colectivo.

Por las estipulaciones dichas, la Ley 41-08 de Función Pública valida con un espaldarazo a los incumbentes de las instituciones estatales en lo relativo a la designación de los recursos humanos de empuje, lo que permite el advenimiento de la certidumbre, la seguridad y la tranquilidad. En su artículo 21 estatuye que “Los cargos de confianza son los de secretarios, ayudantes, asesores, y asistentes de alta confianza de las máximas autoridades ejecutivas del sector público, salvo aquellos cuya forma de designación esté prevista por ley”.

Esa disposición jurídica plasma tres párrafos complementarios. El primero enuncia que “Son funcionarios públicos de confianza quienes desempeñan los puestos expresamente calificados por sus funciones de asesoramiento especial o la asistencia directa a los funcionarios de alto nivel. No será acreedor de los derechos propios del personal de carrera”.

El párrafo segundo especifica que “el personal de confianza será libremente nombrado y removido, cumpliendo meramente los requisitos generales de ingreso a la función pública, a propuesta de la autoridad a la que presenten su servicio”.

¿Qué dice el tercero? “La Secretaría de Estado de Administración Pública autorizará en cada caso, y después del análisis correspondiente, la creación de cargos para el asesoramiento especial o la asistencia directa a los funcionarios de alto nivel. La creación de estos cargos estará sujeta a la exigencia de disponibilidad presupuestaria”.

Como apreciamos, tener empleados con ética, discreción y lealtad para la ejecución de tareas de alta responsabilidad y la gestión de información confidencial, garantiza un ambiente laboral positivo, que concede un aumento de la productividad. ¿Ya identificó usted a los fieles competentes, y a los fariseos que están a su lado, espiándolo agudamente?

El autor es periodista, mercadólogo, escritor; ex presidente del Colegio Dominicano de Periodistas (CDP).

domingo, 10 de agosto de 2025

Por Narciso Isa Conde
Diario Azua, 10 agosto 2025.-

El problema fue que, en La Semanal mentirosa, con un cartel detrás que decía “Mientras la Pobreza crece en el Mundo”… República Dominicana ha sacado 2 millones de personas de la pobreza”, montó unos de sus inefables shows mediáticos.

Pura ficción.

Porque una cosa es lo que se expresa en espectáculos comunicacionales de la post verdad y otra la realidad que sufre una gran parte de este pueblo. Veamos:

De acuerdo a un estudio realizado recientemente por la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (FCES) de la UASD y la Fundación Bosch, casi el 50 por ciento de las personas que habitan esta seudo-república viven por debajo de la línea de la pobreza, si esta se calcula en función de los ingresos laborales de los hogares.

En el 2023, la pobreza general, medida por los salarios, afectó al 49.7% de los hombres y el 56.8 % de las mujeres trabajadoras y sus dependientes. La pobreza extrema afecta un 23.3% de los hombres y un 28% de las mujeres.

El PIB por hora trabajada fue de EE. UU. 21.89 en 2023, superior al promedio regional, y los crecimientos de los ingresos laborales fueron muy bajos, con un aumento anual promedio de 0.8 por ciento desde 2007; lo que refleja una mínima mejoría en el poder adquisitivo, que aumentó RD$1,171 en 17 años, a pesar del crecimiento económico.

La masa salarial real, como proporción del PIB, ha disminuido progresivamente desde 2007, lo que indica que la clase trabajadora recibe una parte cada vez menor de la riqueza producida, aunque la productividad laboral ha aumentado considerablemente.

Los salarios reales siguen por debajo de los niveles del año 2000, existiendo un divorcio entre el crecimiento económico y los ingresos laborales.

Un dato curioso, que llama la atención, es que el ingreso laboral en el boyante sector turismo está por debajo de los niveles del año 2000, mientras la productividad se ha duplicado.

El estudio de la Fundación Bosch-UASD muestra que al año 2023, el salario en ese sector es inferior en 35.8% al nivel registrado en el 2000.

En el sector industrial, los ingresos laborales reales se han incrementado en solo 15.2 %, en los 23 años revisados, mientras la productividad laboral ha aumentado en un 83%.

El ingreso laboral de un trabajador promedio se sitúa en RD$25,447.6 al mes en 2023, mientras la canasta básica promedio está en RD$43,985, con una brecha de RD$18,547.47 en contra.

¡En fin, crece el capital, exprimiendo el trabajo!

martes, 5 de agosto de 2025

Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 05 agosto 2025.-

"Sin música, la vida sería un error" Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos

Seguramente se habrán percatado que en redes sociales circula, a modo de meme, una afirmación de Friedrich Nietzsche que versa: “Sin música, la vida sería un error”. Más allá de la banalidad de la circulación de esta frase, lo que allí se está estableciendo es la diferencia de cualquier otro ser en la naturaleza como el único que es capaz de crear obras de arte, y dentro de esa creación, la música ocupa un lugar privilegiado y fundamental. Si la vida sin arte sería una existencia despojada de su máxima expresión, la vida sin música sería, para Nietzsche, un vacío insalvable. Esta cita no es una mera hipérbole, sino una tesis ontológica que eleva la música al rango de fuerza primordial, un pilar sobre el cual se sostiene la experiencia humana. Pues bien, en esta reflexión intentaremos explorar la centralidad que tiene la música en la filosofía, la conectaremos con pensadores que la han abordado desde diversas perspectivas y la confrontaremos con la degeneración de la creación sonora en la época detestable llamada postmodernidad, un síntoma de un error vital que la música, en su esencia, debería contrarrestar.

Tengamos en cuenta que, para Nietzsche, el lenguaje y la razón, a menudo reductores, intentan encapsular la vastedad de la existencia en conceptos rígidos. La música, en cambio, opera en un plano distinto. Es el lenguaje de la voluntad misma. En su obra “El nacimiento de la tragedia”, Nietzsche sostiene que “el lenguaje de la música es anterior al concepto”, y en una carta a su amigo y confesor Peter Gast en 1877 expresó que “la vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio”. Esta idea nos indica que la música, al ser un lenguaje de la voluntad, nos permite acceder a la realidad de una manera más directa y auténtica.

Esta perspectiva se entrelaza directamente con la de Arthur Schopenhauer, mentor intelectual de Nietzsche. En su obra titulada “El mundo como voluntad y representación”, Schopenhauer eleva la música por encima de todas las demás artes, argumentando que no es una copia de las ideas del mundo, sino un reflejo directo de la voluntad misma. De hecho, llegó a afirmar allí que “la música no es en absoluto, como las demás artes, una copia de las Ideas, sino una copia de la voluntad misma”, confirmando con ello que la melodía expresa el constante fluir de la voluntad, con sus anhelos insatisfechos y sus penas inherentes, convirtiéndose así en una forma de conocimiento metafísico.

Si bien Nietzsche veía en la música una fuerza de rebeldía dionisíaca, la tradición filosófica griega la entendía como un elemento clave para el orden social y la formación ética. Platón, en su “República”, dedicó un espacio considerable a la música como pilar de la educación de los guardianes. Para él, la música no era un simple pasatiempo, sino una “ley moral” que daba “alma al universo, alas a la mente, vuelos a la imaginación”. Los diferentes modos musicales (escalas) fluían directamente en el carácter de los ciudadanos, y por ello, los modos que promovían la virtud y la moderación debían ser cultivados.

Por su parte, Aristóteles profundizó en la idea de la mímesis (imitación) musical. En su “Política”, sostenía que la música “imita las pasiones mismas” de tal forma que “reproduce” el carácter, y por ello, su importancia en la formación del alma de los jóvenes. La música, además de evocar pasiones, las purifica a través de la catarsis, un concepto central en su “Poética”. De esta manera, la música se convierte en una herramienta para templar el alma y alcanzar el equilibrio emocional fundamental para la vida en la polis.

Esta idea de un orden subyacente en la música volvería a tener vigencia siglos más tarde en Gottfried Wilhelm Leibniz, quien la definió como “el placer que experimenta la mente humana al contar sin darse cuenta de que está contando”. Para el filósofo racionalista, la armonía musical no es casualidad, sino el resultado de complejas relaciones matemáticas que el alma humana percibe de forma inconsciente. En la música, Leibniz veía un reflejo de la armonía preestablecida del universo, una correspondencia entre las leyes que rigen el cosmos y las percepciones de la mente humana.

La visión de los precitados filósofos, que veían en la música la esencia de la voluntad o la armonía del cosmos, se ve desafiada por la decadencia de la calidad del ruido llamado música en la era postmoderna. En el siglo XX, pensadores como Theodor W. Adorno, desde la Escuela de Frankfurt, ya advertía sobre los peligros de la industria cultural. En su ensayo titulado “Sobre el carácter fetichista en la música y la regresión del oído” (1938), Adorno argumenta que la música popular ha sido estandarizada y convertida en una mera mercancía, sosteniendo asimismo que “el valor fetichista de la mercancía penetra hasta en la música popular, y la estandarización de los productos crea una escucha regresiva”. Tengamos en cuenta que, para Adorno, la música de masas ya no es algo que se vive o se siente, sino que se consume de forma pasiva, perdiendo su potencial crítico y transformador.

Esta crítica se profundiza aún más al incorporar la reflexión de Walter Benjamin sobre la pérdida del aura en la obra de arte. En su célebre ensayo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” (1936), Benjamín define el aura como “el aparecimiento único de una lejanía, por cercana que pueda estar”. Se trata de la unicidad de una obra en su “aquí y ahora”, su historia, su autenticidad y su tradición, elementos que le confieren una presencia irrepetible. Pues bien, la reproducción técnica masiva, ya sea a través de la fotografía o, en el caso de la música, de grabaciones y streaming, destruye esa aura: “incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra”. Pobre Walter, si supiera que ahora las personas asisten a los conciertos y, en lugar de mirar y escuchar con atención a los artistas, la totalidad del auditorio está grabando la experiencia con un dispositivo móvil.

En este contexto de crisis de la calidad estética, son muy pocas las voces críticas contemporáneas que se alzan para denunciar la anarquía y la falta de sustancia en el arte posmoderno. Sin ir muy lejos, en diciembre de 2024 publiqué un artículo titulado “Recuperando la distinción entre arte y bodrio”, en el cual planteaba que la cultura actual parece haber abrazado una “cultura de la mediocridad” que ha borrado esta línea entre la creación genuina y el mero simulacro. Así, la música posmoderna, en su búsqueda de lo “plural” y lo “ecléctico”, ha sucumbido a un eclecticismo vacío que mezcla y destruye géneros sin una coherencia interna real. Al respecto, el musicólogo Ramón Barce (1928-2008), crítico de la música de vanguardia, señalaba que esta “patológica necesidad de lo nuevo” conducía a una superficialidad que carecía de la profundidad que, para Nietzsche, era la esencia misma de la música. En la actualidad esta tendencia se agrava con la lógica de las plataformas digitales, donde la música se reduce a clips de segundos, a singles desechables y a algoritmos que dictan lo que el oyente debe consumir. La infinitud de la reproducción digital ha aniquilado el aura. Un concierto en vivo, repito, un vinilo desgastado por la aguja, una grabación con imperfecciones, poseían una historia y una presencia. Hoy, un track digital es una entidad sin historia, sin un “aquí y ahora”, un fetiche estandarizado despojado de su valor cultural. En este contexto, la música ya no es una afirmación de la vida, sino un ruido molesto de fondo que disimula el vacío. Lejos de ser un antídoto contra el nihilismo, se convierte en un síntoma de este.

Hemos realizado un recorrido, desde la visión nietzscheana de la música como afirmación de la vida hasta su degeneración en la era del consumo masivo. La crítica de Adorno, Benjamín y otras tantas voces contemporáneas nos ha mostrado que el error no es la ausencia de la música, sino la presencia de una música asquerosa, vacía, despojada de su esencia vital y de su aura. La pregunta crucial que nos queda, entonces, no es si la música es necesaria, sino qué tipo de música estamos dispuestos a aceptar en nuestras vidas.

¿Acaso hemos sucumbido al nihilismo que la música, en su esencia dionisíaca, debería contrarrestar? ¿Hemos renunciado a la búsqueda de la belleza en la armonía y la complejidad en favor del ruido estandarizado que nos adormece? La frase inicial de Nietzsche, en este contexto, se convierte en un espejo que debería confrontarnos. Si la vida sin música es un error, ¿qué dice de nosotros el hecho de que elijamos la música que se nos impone, la que nos exige de nosotros ninguna pasión ni compromiso, mucho menos una mínima reflexión, sino solo una escucha molesta y pasiva? El verdadero error no está en el mundo, sino en nuestra capacidad para dejar de escuchar la melodía del ser y conformarnos con el eco hueco de la industria cultural que nos impone un Bad Bunny mientras nos hace olvidar a Mozart. La interpelación, al final, es personal: ¿qué sinfonía estamos componiendo con nuestras vidas? Y, más importante aún, ¿estamos dispuestos a dejar de escuchar el error para volver a encontrar la verdadera música, esa que representa el lenguaje universal de la humanidad?

El autor es docente, escritor y filósofo
San Juan - Argentina

Testigo del tiempo

Por J.C. Malone
Diario Azua / 05 agosto 2025.-

El general Chris Donahue, comandante estadounidense en África y Europa, dijo hace unos días, que podrían tomar “rápidamente” a Kaliningrado, una región de Rusia. Después, el presidente Donald Trump dijo que Rusia “debía terminar” la guerra este viernes ocho, y reveló que “ordenó “ desplegar dos submarinos nucleares” cerca de Rusia.

La CIA advirtió que había “más de un 50%” de posibilidades de un enfrentamiento nuclear entre Washington y Moscú, antes de terminar el gobierno de Joe Biden. Las provocaciones de Biden, quien inició todo esto, nunca llegaron a anunciar que desplegaba armas nucleares contra Rusia.

Hablar de armas nucleares es“normal”, en tres años y medio guerreando, Occidente dilapidó sus arsenales convencionales, la guerra no termina, una pregunta obligada, ¿con cuáles armas terminarán?

Los globalistas “reconstruirán mejor” el mundo en el 2030, pero primero necesitan “destruirlo”, ¿Llegamos al espeluznante Punto de No Retorno (PNR)?

Lo mas curioso de todo esto es que Trump dice haber reaccionado a un mensaje de X publicado por Dmitry Medvedev, el segundo en control en Rusia.

Medvedv dijo que con sus acciones Estados Unidos forzaba a Rusia a activar la “Mano muerta” un sistema de defensa instalado desde la Unión Soviética.

Si Rusia se siente atacada, la “Mano muerta” dispararía múltiples ojivas nucleares contra el agresor. Ni en la “Guerra Fría” ni después, habíamos estado tan cerca de una debacle similar.

Mientras Trump patrocine y fomente el genocidio de Israel contra Gaza, no tiene ninguna autoridad moral para demandarle a nadie que haga nada.

Por momentos sospecho que el presidente realmente actúa como un quien ignora las consecuencias de sus palabras y acciones. En este preciso momento los submarinos rusos deben estar rastreando los estadounidenses en todos los mares, esa declaración de Trump, ojalá me equivoque, puede ser el inicio del conflict mas destructivo de la historia.

domingo, 3 de agosto de 2025


Por Jory López
Diario Azua / 03 agosto 2025.-

Aunque valoro la participación de muchos compañeros y compañeras en el proceso electoral interno, considero que nuestra jornada pudo haberse desarrollado con mayor dinamismo y entusiasmo. En lo personal, lamento que no se realizaran elecciones en todos los niveles, pues ello habría demostrado un compromiso más firme con la democracia interna, un aspecto que ha sido históricamente debilitado en el sistema de partidos de nuestro país.

No me resulta cómodo guardar silencio cuando creo que hay oportunidades de mejora. Con respeto, disiento de algunas decisiones tomadas por la Dirección Política del partido. Por ejemplo, en la mayoría de las provincias, municipios y distritos municipales, la Dirección Política decidió no realizar elecciones internas en esas estructuras locales. En su lugar, se optó por reservar esos espacios.

Además, considero un error que no se haya permitido a las bases del partido elegir a los principales cargos de la organización, como el presidente, vicepresidente y la secretaria general. Esta decisión limita la participación real de la militancia y debilita la legitimidad de quienes ocupan esos puestos.

Otra medida que, en mi opinión, también redujo la competencia interna fue la cantidad de reservas de oficio en la Dirección Central. Un ejemplo de ello es que, en una provincia donde tenemos 21 miembros centrales, solo se compitió para elegir 7. Desde mi punto de vista, estas decisiones no son estratégicas ni responden al contexto político actual.

La meritocracia, cuando se aplica de manera limitada o arbitraria, lejos de fortalecer, puede debilitar los principios democráticos. No es posible construir una organización sólida sin garantizar espacios reales de participación, ni sin escuchar la voz de las bases.

Sigo creyendo firmemente en la Fuerza del Pueblo y en todo lo que representa, pero también pienso que debemos ser cuidadosos para no recorrer un camino donde la incertidumbre y el desánimo sustituyan al entusiasmo colectivo que nos ha caracterizado.

El autor es miembro de la Fuerza del Pueblo

domingo, 27 de julio de 2025


Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 27 julio 2025.-

"Una de las penas por rehusarse a participar en política es que terminarás siendo gobernado por tus inferiores." Platón, La República, Libro I

Hoy quiero invitarlos a reflexionar en torno a un fenómeno recurrente en las democracias occidentales, a saber, la ilusión de una política decadente que ha logrado con éxito que ningún voto rompa ninguna cadena. La creencia inquebrantable en el sufragio como catalizar de un cambio profundo define una de las grandes ficciones perversas de nuestro tiempo. En los gobiernos no dictatoriales, millones de ciudadanos acuden a las urnas con la esperanza de que su voto, individual o colectivo, transforme las estructuras de poder y mejore sus vidas. Sin embargo, un examen crítico de las últimas décadas revela una realidad desoladora: los problemas estructurales persisten y, en muchos casos, se agudizan, independientemente de quién sea el degenerado de turno al que le toque asumir el poder. Esta desconexión entre la expectativa democrática y la realidad política nos invita a una profunda crítica filosófica sobre la naturaleza de nuestra participación cívica y la verdadera capacidad de incidencia del voto en un sistema que, lejos de evolucionar, parece haberse instalado en una decadencia persistente y cada vez más putrefacta.

Tengamos en cuenta que el acto de votar se ha consolidado como un ritual sagrado, una catarsis colectiva que valida la legitimidad de un sistema. Desde la niñez, se nos inculca que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, y que nuestra participación electoral es la máxima expresión de soberanía. Pues bien, amigos míos, esa narrativa oculta una trampa fundamental: la reducción de la política a la mera gestión administrativa y la perpetuación de un statu quo que beneficia única y exclusivamente a las élites.

Ya en la antigüedad, Platón nos advertía sobre las consecuencias de la apatía política. En su célebre obra La República, si bien criticaba a la democracia ateniense por sus excesos y su susceptibilidad a la demagogia, también subrayaba la responsabilidad de los ciudadanos. A él se le atribuye la sentencia que versa: “Una de las penas por rehusarse a participar en política es que terminarás siendo gobernado por tus inferiores” (Platón, La República, Libro I, 347c). La ausencia de ciudadanos virtuosos en la vida pública, para Platón, abre la puerta al ascenso de aquellos menos capacitados o éticos, nada más cercano a lo que podemos observar en la actualidad, donde nos encontramos con bestias analfabetas y bruscas ocupando ministerios, secretarías y, en más de una ocasión, gobernaciones e incluso presidencias de la Nación.

Por su parte, Sheldon Wolin en su obra fundamental Democracy Incorporated (2008), argumenta que la democracia moderna ha evolucionado hacia un “totalitarismo invertido”. A diferencia de los totalitarismos clásicos basados en la movilización masiva y la represión abierta, el totalitarismo invertido opera a través de la despolitización de la ciudadanía y la integración del poder corporativo en el Estado. En sus palabras, también sostiene que “las grandes empresas dominan el Estado y moldean la política en interés propio, mientras que la participación pública se limita a ritos electorales cuidadosamente coreografiados" (Wolin, S., 2008, p. 25). En este escenario, el acto de votar se convierte en una distracción, una coartada para la inacción y la resignación frente a los problemas fundamentales, desviando la atención de las verdaderas palancas del poder. Así, la apatía que Platón lamentaba se ha transformado en una política educativa de despolitización estructural cuyo único objetivo es mantener al ciudadano entretenido pero políticamente inactivo.

La alternancia entre partidos políticos de distintas ideologías ha sido una constante en el panorama político occidental, muy valorada por los medios masivos de comunicación. Ahora bien, los problemas estructurales que aquejan a nuestras sociedades, como la creciente desigualdad económica, la atroz precarización laboral, el abandono de los sistemas públicos de salud y educación y la corrupción endémica, persisten y se intensifican, con la total anuencia de los gobiernos de turno.

Al respecto, en su obra Deshaciendo el demos: La revolución silenciosa del neoliberalismo (2015), Wendy Brown analiza cómo el neoliberalismo ha desmantelado la noción misma de ciudadanía democrática, transformándola en una figura de “consumidor” o “capital humano”. La democracia, bajo esta lógica, se mercantiliza y se subordina a los imperativos económicos de un puñado de empresas y de funcionarios corruptos que no trabajan para usted, querido lector, sino para ellos mismos. Brown incluso afirma que “la razón neoliberal no es la forma de racionalidad económica entre otras, sino una forma de racionalidad totalitaria (Brown, W., 2015, p. 17), indicando con ello que, al pervertir los valores democráticos y reducir la vida a una lógica de mercado, se anula la capacidad de los ciudadanos para incidir en las políticas públicas de manera significativa. Las promesas de campaña se diluyen en la vorágine de intereses corporativos y financieros que operan por encima de cualquier voluntad popular expresada en las urnas. Asimismo, la despolitización inherente a esta lógica no sólo perpetúa las desigualdades, sino que socava la soberanía popular y la capacidad de los gobiernos para actuar en favor del bien común.

Complementariamente, bien sabemos que la desilusión política no es un fenómeno reciente. La burocratización creciente de los Estados modernos, por ejemplos, ya era una preocupación central para Max Weber quien, en su ensayo titulado La política como vocación (1919) describe la política moderna como un campo dominado por la burocracia, donde los partidos políticos se transforman en “máquinas” gestionadas por profesionales. Esta racionalización y especialización de la política terminó conduciendo a una pérdida de la pasión y el propósito original del bien común. En torno a esto, el mismo Weber nos advierte sobre la naturaleza coercitiva y despersonalizada de las estructuras de poder, señalando que “la burocracia es la forma más racional y eficiente de dominación, pero también una ‘jaula de hierro’ donde el individuo queda atrapado en una rutina racionalizada y deshumanizada” (Weber, M., 1919, Escritos políticos, p. 86). Estas advertencias de Weber, junto a los análisis proporcionados por la Escuela de Frankfurt sobre la industria cultural y la manipulación de las masas, han alertado sobre los peligros de una democracia desprovista de sustancia, tal como hoy la podemos vivenciar.

Sin embargo, la particularidad de la decadencia política actual reside en la sofisticación de la ilusión. La posibilidad de “cambiar” cada cierto tiempo, a través del voto, ofrece una válvula de escape para la frustración social, evitando así rupturas más profundas con el sistema. Se promete un futuro mejor, se señalan chivos expiatorios y se manipulan las esperanzas de la ciudadanía, solo para que, una vez en el poder, los nuevos “salvadores” sigan el guion preestablecido por las fuerzas económicas y mediáticas que realmente ostentan el poder. Esta dinámica convierte las elecciones en un mero espectáculo, un circo que distrae a la ciudadanía de las agendas impuestas por los verdaderos portadores del poder.

Consecuentemente, la persistente creencia de que el voto es el instrumento supremo para un cambio genuino, a pesar de la evidencia abrumadora de lo contrario, nos sumerge en un ciclo perpetuo de esperanza y desilusión. La alternancia de gobierno no ha logrado desmantelar las estructuras de poder que consolidan la desigualdad, precarizan la vida y ponen en jaque el futuro de la gran mayoría de los habitantes de este planeta. La política decadente no es sólo una simple disfunción, sino una ilusión cuidadosamente construida que nos mantiene cautivos en un juego predeterminado que nos separa mediante grietas ficticias que sólo le sirve a la demagógica para mantener sus negocios, por izquierda y por derecha por igual.

En este panorama, la pregunta fundamental ya no es “a quién votar”, sino ¿cómo podemos desmantelar las estructuras que perpetúan esta ilusión y recuperar la política como un espacio de verdadera transformación? Si el voto, tal como se lo concibe hoy, no es la herramienta para romper las cadenas, ¿qué formas de acción cívica y comunitaria debemos construir para resistir la mercantilización de la vida y la despolitización de la ciudadanía?

Además, frente a la desilusión y la apatía, urge la siguiente reflexión: ¿Será que la decadencia política se alimenta de la retirada de las mentes más sensatas y éticas de la arena pública? Si, como intuía el gran Platón, la ausencia de los mejores en la política condena a la sociedad a ser gobernada por los peores, entonces, ¿cuál es nuestra responsabilidad individual y social para incentivar la participación de aquellos ciudadanos con vocación de servicio, visión crítica y compromiso genuino con el bien común? ¿Estamos dispuestos a ir más allá de la urna, a enfrentar la incomodidad de la acción directa y la construcción de alternativas por fuera de los circuitos de poder establecidos, o seguiremos atrapados en el ciclo de la ilusión y la inacción? El despertar de esta ficción exige no solo una crítica aguda, sino también una profunda revalorización de la política como esfera de acción transformadora, impulsada por la participación consciente y sensata de todos, sí, todos, porque mientras uno cede a la desidia, los delincuentes acceden al poder.

El autor es docente, escritor y filósofo
San Juan - Argentina



Por Rafael Méndez

Diario Azua / 27 julio 2025.-

Cómo un carismático analista político peruano se convirtió en pieza clave de la propaganda anticomunista estadounidense utilizando a la República Dominicana como “cabeza de playa”.

La década de 1980 encontró a la República Dominicana en una encrucijada. Tras los "Doce Años" de Joaquín Balaguer (1966-1978), un periodo marcado por la represión política y la continuidad de la injerencia estadounidense, el país había iniciado un proceso de apertura democrática. A partir de 1978, con la llegada del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) al poder, se respiraban nuevas libertades: sin presos políticos, exiliados que regresaban y un ambiente ciudadano con mayor margen para la expresión.

Sin embargo, esta "primavera democrática" no significó el fin de la "Guerra Fría" para Washington, sino una adaptación de sus métodos de influencia. La lucha contra el comunismo, lejos de amainar, simplemente se trasladó a otros frentes, y uno de los más importantes sería el mediático.

Mientras la República Dominicana experimentaba su particular transición, la región centroamericana ardía. La Revolución Sandinista en Nicaragua (1979) había derrocado a la dictadura de Anastasio Somoza, inspirando a movimientos de izquierda en toda América Latina y el Caribe. El Salvador y Guatemala estaban inmersos en sangrientas guerras de guerrillas, y la invasión de Granada por Estados Unidos en 1983, para derrocar un gobierno de tendencia marxista, demostraba la férrea determinación de la administración Ronald Reagan de no permitir "otra Cuba".

La región vivía una intensa "guerra de guerrillas" y contraguerrillas, y la ideología era un arma tan potente como las balas. La doctrina del Plan Cóndor, aunque centrada en el Cono Sur, reflejaba la visión continental de liquidar la izquierda armada y cualquier vestigio de subversión. En este escenario volátil, la República Dominicana democrática seguía siendo una pieza estratégica fundamental para Estados Unidos, un espacio geopolítico vital y una "cabeza de playa" para contener el supuesto avance del comunismo en Centroamérica y el Caribe.

RD: "Cabeza de playa" y laboratorio del anticomunismo

Es en este preciso momento de ebullición social y estratégica que emerge la figura de Jaime Bayly, un reconocido periodista, escritor y presentador peruano que llegó a Santo Domingo en 1985, con apenas 20 años. Él mismo ha relatado que fue contactado por un productor cubano que lo trajo a Santo Domingo, ofreciéndole un sueldo "formidable", muy superior a lo que ganaba en Perú. Lo más revelador de su testimonio es la afirmación recurrente de que el programa de televisión que conduciría sería financiado por los Estados Unidos.

Aunque los detalles específicos del programa o el canal exacto a menudo han sido difusos en sus relatos públicos, Bayly ha descrito un espacio de "política internacional" que no solo tuvo éxito en Santo Domingo, sino que también era retransmitido en otros países de Centroamérica (Costa Rica, Guatemala, El Salvador), Colombia y Ecuador. La presencia de un joven, carismático y elocuente presentador como Bayly, liderando un programa sobre política internacional con financiamiento estadounidense, encaja perfectamente en la estrategia de "poder blando" de Washington.

RD: Punto estratégico del "poder blando"

El "poder blando" es una forma de influencia que utiliza la cultura, los valores y las ideas para persuadir y atraer, en lugar de la coerción militar o económica. En un contexto de libertades ampliadas, la influencia a través de los medios de comunicación se volvió una herramienta indispensable para Estados Unidos. De ahí que el programa de Bayly, en este sentido, habría tenido múltiples objetivos.

Por un lado, buscó contrarrestar narrativas en un ambiente precedido por la "poblada" de abril de 1984 que estremeció la República Dominicana durante tres días, con un saldo estimado de cerca de 200 fallecidos y una inmensa cantidad de heridos y encarcelados. La izquierda se sentía revitalizada por la movilización popular, lo caracterizaba una coyuntura crucial para EE. UU, por lo que ofrecer una contranarrativa robusta, y con la presencia de Bayly, el programa habría buscado deslegitimar los ideales revolucionarios y socialistas.

También habría buscado promover la visión occidental, y presentar una imagen positiva de los valores democráticos y de libre mercado impulsados por Estados Unidos, en contraposición a los sistemas comunistas o de izquierda. Además, el programa podría haber expuesto los "peligros" del comunismo, por lo que a través del análisis de la política internacional, el programa se propuso alertar sobre la injerencia soviética o cubana en la región y mostrar una visión negativa de regímenes como el cubano o el sandinista.

Al tener un alcance regional, el programa podría haber influido en la percepción de amplias audiencias sobre los conflictos y las dinámicas de la Guerra Fría en América Latina, buscando alinear la opinión pública con los intereses de Washington. Al mismo tiempo, se propuso aislar la influencia de los regímenes de izquierda y los movimientos considerados subversivos, pintando un cuadro negativo de ellos. El programa ayudaría a aislar a estos grupos y a sus ideas, evitando que ganaran mayor atracción en la población dominicana y regional, especialmente entre una juventud expuesta a las dificultades económicas y la violencia social.

Jaime Bayly, con su estilo directo y su capacidad para conectar con el público, se convirtió así en un "pivote" mediático crucial. Su experiencia, viviendo en hoteles de lujo en Santo Domingo (como el Dominican Concorde, el Lina y el Jaragua) y en San Juan, Puerto Rico, denota el alto nivel de vida que llevaba gracias a este empleo, un indicativo del valor que sus patrocinadores daban a su misión, lo que ha de entenderse que para él significó una etapa de gran libertad profesional y personal, pero también un periodo donde su talento fue canalizado, para servir a una agenda geopolítica mayor.

La evolución de la injerencia

La presencia de Jaime Bayly en la televisión dominicana en los años 80, conduciendo un programa de opinión sobre política internacional, es un ejemplo claro de cómo la estrategia de "cabeza de playa" de Estados Unidos evolucionó. Ya no se trataba solo de intervenciones militares directas como la de 1965, ni únicamente de la ayuda económica condicionada a través de la AID, sino de una sofisticada "guerra de ideas" que utilizaba los medios de comunicación como un campo de batalla. En un ambiente de mayor apertura democrática, la persuasión ideológica y la formación de opinión pública se volvieron tan importantes como la coerción militar o económica.

La República Dominicana, a pesar de sus transiciones internas, permaneció firmemente en el foco de Washington, demostrando cómo los intereses geopolíticos de una superpotencia pueden adaptarse y persistir, buscando siempre asegurar la alineación de las naciones estratégicas con sus objetivos globales. El caso de Jaime Bayly es un testimonio fascinante de cómo la Guerra Fría se libró también en el éter, en los hogares, a través de las pantallas de televisión.

  



Por Oscar López Reyes

Diario Azua / 27 julio 2025.-

La Justicia dominicana asoló la vida de René Fortunato, quien en la madrugada del sábado 19 de julio de 2025 fue rematado por un extraño cáncer. Sobrecoge que un juez ordenara la incautación y destrucción de “Una primavera para el mundo. La revolución constitucionalista de 1965, álbum 50 aniversario", agravio que arruinó el propósito y la propia existencia de este gran dominicano, en su afán por tributar -con esta obra fotográfica- esa heroica acción del pueblo dominicano, en el medio siglo de su conmemoración.

Este expediente -consumación de un flagrante abuso judicial- contra este periodista (graduado en la UASD), documentalista y cineasta constituye un referente de cómo se puede maniobrar en la Justicia hasta lograr una decisión inicua, a merced del empuje de “buenas relaciones”, y en contraposición con el derecho.

Como un ser humano sano, no alcanzó a visualizar cómo se mueven los hilos invisibles del grosero tráfico de influencias, aupado por abogados ilustrados que, con caras de niños se autoproclaman pulcros, medran en alcurnias tenebrosas, buscando el ingreso de partidas monetarias. ¡Qué vivan los consejos de magistraturas y las escuelas de derecho!

La obra fue puesta en circulación el 21 de julio de 2015, y tres meses después -el 20 de octubre- René Ernesto del Risco Bobea y Minera Elvira Rosa del Risco Musa incoaron una demanda -por 7 millones de pesos- por la supuesta violación a los derechos de autor, por el uso del título “Una primavera para el mundo”. ¡Válgame Dios!

Estos sucesores del poeta René del Risco Bermúdez ampararon su reclamo en el artículo 51 de la Ley 65-00 sobre Derecho de Autor, que expresa: “Si el título de una obra no fuere genérico sino individual y característico, no podrá ser utilizado por otra obra análoga, sin el correspondiente permiso del autor”. Han querido significar que el título como parte de la obra se beneficia de la protección del derecho de autor lo que, a nuestro entender, tiene el carácter de presunción, hasta prueba en contrario, porque no fue destruido, ya que no se acreditó en el tribunal.

El historiador visual argumentó que la canción titulada “Una primavera para el mundo” es una composición musical, que fue empleada por primera vez por el poeta persa Chami, en 1414, y repetida en más de 15 obras, y que su producción es un original álbum fotográfico que posee sus registros correspondientes. ¿Acaso conocieron los jueces las opiniones del maestro Rafael Solano, coautor de la citada pieza artística; de Fernando Casado, quien intervino en la selección del título y fue el primer intérprete de ella, así como Carlisle González, profesor universitario de lingüística?  

Se entinta como temerario, sin más ni menos, el recurso interpuesto por los sucesores de René del Risco Bermúdez, quien, como relevante columna literaria de la memorable gesta del 24 de abril de 1965, se hubiera avergonzado con esa desacertada demanda.

El acto procesal contra Fortunato fue acogido por el juez de la Segunda Sala de la Cámara Civil y Comercial del Juzgado de Primera Instancia del Distrito Nacional, Danilo Caraballo Núñez, quien -ni lento ni apresurado- dispuso la condena al pago de un millón de pesos como indemnización y la demolición del álbum.

Nunca el magistrado referido fue investigado por la Suprema Corte de Justicia, no obstante elevarse una solicitud en ese sentido, porque no cumplió con su deber de motivación e incurrió en falta de base legal. Obvió las normas del debido proceso, desconoció la tutela judicial efectiva y contradicción al no tener una correlación entre las pretensiones de las partes, reconoció que el título había sido utilizado por otros autores en épocas anteriores y, sin embargo, estimó que era original, individual y característico.

El 27 de marzo de 2019, el director de cine recurrió dicha sentencia ante la Segunda Sala de la Cámara Civil y Comercial de la Corte de Apelación del Distrito Nacional, que rechazó el recurso y ratificó el dictamen de primer grado. Y, en desacuerdo con el fallo y esperanzado en que encontraría espíritus justicieros y sabios, acudió en casación ante la Suprema Corte de Justicia, pero su empeño resultó en vano: el 30 de marzo de 2022 confirmó la decisión del tribunal de apelación.

El último visaje de optimismo para que, por fin se hiciera justicia, estuvo cifrado bajo el amparo del Tribunal Constitucional. Confió en el quorum calificado, en la protección a los derechos ciudadanos, la administración del mejor derecho y la más sana administración de justicia. Pero, ¡qué va!, al zafacón todo esto… El dispositivo resolutivo llora ante la presencia de Dios.

En esa mácula, la Justicia no solo le cercenó su derecho de propiedad intelectual, sino también el de la libertad de empresa, sin poder vivir del arte que cautivó como reputado cineasta que fue siempre. Con la sentencia impugnada, su carrera recibió un mazazo.

Apegado a los únicos recursos que se reserva a quienes actúan en la vida de manera honesta, Fortunato confió en que, como colofón, la buena y sana administración de justicia se expresaría sin parcialidad. Tampoco pudo proveer que, esta vez, se clavarían en el centro de su cuerpo punzantes y cortantes espinales de tan largas ramas que comprenden la distancia desde Santiago hasta la capital. En los pasillos de los palacios judiciales a menudo escuchamos esta frase: “más vale una pulgada de juez que un kilómetro de derecho”.

Insólito, todos los tribunales que fueron apoderados del sumario vulneraron el derecho a la propiedad industrial que legítimamente tenía el productor y guionista sobre una marca de fábrica debidamente registrada e identificada con el certificado de registro marcario número 225630, emitido por la Oficina Nacional de Propiedad Industrial (ONAPI) el 2 de noviembre de 2015, registrada bajo la clase 16, destinada a la protección de libros.

Este viacrucis fue recogido por René Antonio Fortunato en uno de sus últimos trabajos cinematográficos: “El laberinto de la injusticia”, donde pudo rumiar su lamento, más no desahogarse como quiso, por lo que se aceleró su transición hacia el infinito. Descansa en paz, gran patriota y exitoso cineasta, que tanto contribuiste con la difusión y proyección de la historia dominicana y los grandes valores de esta Patria. En nombre de la sociedad, hagámosle un homenaje póstumo, para desagraviarlo, por esa alevosa muerte judicial.

lunes, 21 de julio de 2025


Por:Víctor Peña

Diario Azua / 21 julio 2025.-

Por primera vez en muchos años estamos viendo una fuerte pugna dentro de la estructura del movimiento periodístico Marcelino Vega, todo esto bajo la coyuntura de la escogencia de sus candidaturas para las próximas elecciones a celebrarse el próximo 29 de agosto.

Al parecer no han encontrado, como en años anteriores, una fórmula que los ponga de acuerdo, en lo que tiene que ver con la elección de la candidatura presidencial que los represente para mantener el dominio del Colegio de Periodistas Dominicanos.

En ese sentido, y vistas así las cosas, parecería que estamos ante la antesala de una ruptura o división del más poderoso de todos los movimientos representados en el CDP, en los últimos 25 años.

Es inverosímil que, a lo interno del Movimiento Marcelino Vega, se haya llegado tan bajo como tener que recurrir a los ataques personales con tal de denostar y sacar de juego a un candidato en particular y peor aún, siendo este, un dirigente importante de esta corriente periodística.

Parece hasta sospechoso que miembros del MMV se hayan dedicado a atacar sin piedad a José Beato, sin que haya reprimendas o alguna acción disciplinaria para remediarla, dando la impresión de que quienes lo hacen reciben el apoyo para esto.

La apuesta es, que el actual secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa, no sea el candidato que los represente a la presidencia del colegio, con la banal excusa de que no es egresado de una escuela de comunicación de una universidad, aunque si de término y graduado de otras carreras.

Esto es inverosímil e inaceptable por dos razones fundamentales, primero: porque Beato tiene una trayectoria periodística de más de 35 años y segundo: porque el Marcelino Vega, ha manejado a su antojo quien entra o no al colegio sin importar si es graduado, a lo que por cierto le ha sacado provecho cada vez que hay elecciones.

También se han olvidado que José Beato, ha sido pieza clave para que este movimiento se haya mantenido tanto tiempo dirigiendo el CDP, pero además en las asambleas realizadas por él, ha demostrado un liderazgo importante, que debe ser tomado en cuenta.

A estas alturas, el tema de las colegiaturas debe tratarse más seriamente y no coyuntural, dado el hecho que el colegio a tenido presidentes que no fueron graduados, incluso hay presidentes de seccionales que tampoco han hecho una carrera universitaria, a eso súmele que actualmente más de mil miembros no son graduados de escuelas universitarias.

Finalmente, creo quela falta de objetividad de algunos directivos en su afán de querer destruir un compañero, les ha impedido verquesin Beato, se pueden perder las elecciones y peor aún, ese ataque feroz y desmedido, podría terminar fragmentando el movimiento, llevándolos incluso a perder la hegemonía que habían mantenido en el Colegio Dominicano de Periodistas durante los últimos años.