Titulares

Publicidad

Mostrando entradas con la etiqueta Opinión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Opinión. Mostrar todas las entradas

viernes, 12 de diciembre de 2025

Por Néstor Estévez
Diario Azua / 12 diciembre 2025.-

Lo que comenzó como una visita casual a la Feria del Casabe terminó convirtiéndose en un encuentro revelador con una de las figuras más emblemáticas de la tradición gastronómica y cultural de Monción: Doña Mechi, conocida como la Madre del Casabe.

La feria, tras una noche de reconocimientos y festividades que destacaron a los principales portadores de esta herencia ancestral, continuaba desde temprano con degustaciones, exhibiciones artesanales, talleres y presentaciones folclóricas vinculadas a las tradiciones taínas. En ese ambiente de celebración cultural, la presencia de Doña Mechi se disimulaba entre visitantes y emprendedores.

Con ella me encontré frente a un pequeño puesto donde ofrecían té de cúrcuma, café y otros productos locales. Entre el bullicio, Doña Mechi llegó con su característica sonrisa amplia, esa que la ha convertido en símbolo de hospitalidad para quienes visitan Monción. A pesar de estar trabajando, no necesitó protocolo para recibirme: tomó mi mano con firmeza y dijo una frase que resume su rol en la comunidad: —Aquí uno no viene a vender casabe. Uno viene a contar su historia.

Esa historia no es solo suya. Según explicó, el casabe representa herencia, identidad y memoria viva para las familias que han sobrevivido en esa zona gracias a este producto derivado de la yuca. Monción es reconocido en el país como el principal centro de producción de casabe, tradición que se remonta a la cultura taína. Por eso se llama a este municipio de Santiago Rodríguez “La Capital del Casabe”.

En Monción, desde quienes cultivan la tierra “como si cuidaran a un miembro de la familia” hasta quienes elaboran y consumen los variados subproductos de yuca, cada etapa del proceso sostiene una tradición que ha acompañado al territorio durante generaciones.

Aunque el casabe que produce Doña Mechi no estaba disponible para degustaciones en el momento de nuestro encuentro, ella consideró que yo no debía marcharme sin probarlo. Con la naturalidad de quien entiende el valor de compartir, sin avisar ni esperar aprobación, buscó en su cartera y envió a un pariente a comprar una de sus especialidades. “Esto hay que probarlo”, insistió. Mientras algunos visitantes degustábamos, ella observaba con una mezcla de orgullo y emoción difícil de disimular.

El vínculo de Doña Mechi con esta tradición va más allá del oficio. Ella habla del casabe como quien describe la vida de un hijo: con dedicación, con memoria, con conciencia de que cada gesto conserva siglos de resistencia cultural. A su alrededor, visitantes se acercaban para saludarla, agradecerle o pedirle una fotografía. Uno de ellos le comentó que nunca había visto algo tan auténtico. Ella respondió con sencillez: —Cuando algo se hace con amor, aunque sea pequeño, se siente grande.

Más allá de su papel como productora de casabe, Doña Mechi se ha convertido en una figura de liderazgo comunitario. Mientras conversaba, era evidente su capacidad para orientar, inspirar y generar sentido de pertenencia entre quienes emprenden en la zona. Ella misma lo expresó con claridad: —Si yo crezco sola, no sirvió de nada. Si crecemos todos, ahí sí vale la pena.

Su presencia en la feria no solo celebraba una tradición; también representaba una forma de entender el desarrollo local basado en la colaboración y el arraigo cultural. Durante el resto del recorrido, la vi moverse entre la gente con la naturalidad de quien conoce a cada persona, ofreciendo palabras de ánimo o consejos a quienes emprenden o sencillamente a quienes participan en la Ruta del Casabe.

Quedan conversaciones pendientes y una invitación abierta: recorrer junto a ella la Ruta Ecoturística Descubriendo Cacique Monción con Doña Mechi. En esa ruta, desde la reserva Cañón de Gurabo hasta la Presa de Monción, ella guía a visitantes a conocer sabores, paisajes y relatos que sostienen esta tradición. También tengo pendiente probar, en algún momento, el jugo de yuca que asegura es parte esencial de la experiencia.

Más que un encuentro fortuito, conversar con Doña Mechi sirvió para entender que el casabe en Monción no es solo alimento: es cultura, es memoria y es resistencia. Y mientras existan guardianas como ella, ese legado seguirá vivo y generando bienestar.

Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 12 diciembre 2025.-

“La cruzada anticomunista destruyó las libertades civiles, silenció la disidencia y arruinó vidas y carreras” Ellen Schrecker, Muchos son los crímenes (1998, p. 3)

El macartismo, entendido no sólo como un episodio histórico de persecución en los Estados Unidos durante las décadas de 1940 y 1950, sino como un paradigma político-cultural de estigmatización del disenso, ofrece una clave interpretativa fundamental para comprender la génesis y la naturalización del desprecio hacia la participación ciudadana en la política. El fenómeno original- la caza de “subversivos” mediante listados, audiencias y despidos- mostró con brutal eficacia cómo un aparato moral y mediático logra convertir el compromiso ciudadano en sinónimo de peligro social.

A este respecto, la historiadora Ellen Schrecker nos recuerda que la caza de brujas no fue un incidente aislado, tal como lo podemos apreciar en la cita textual del epígrafe del título (Schrecker, 1998, p. 3). Esta observación nos exige reflexionar sobre la continuidad de sus efectos: no sólo el daño inmediato a los perseguidos, sino la sedimentación de una sensibilidad colectiva que, a largo plazo, asocia la acción política al riesgo, peligro, marginalidad y ruina personal.

Si aceptamos la formulación de Schrecker como un diagnóstico de la época, entonces es posible argumentar que el macartismo produjo una externalidad cultural duradera, en tanto normalización de la apoliticidad como mecanismo de autoprotección. Sin embargo, este trasvase no ocurrió por simple inercia histórica puesto que requirió la acción intencional de las instituciones políticas, mediáticas y económicas que vieron en la desmovilización ciudadana una ventaja estratégica para la preservación del statu quo. La apolítica, por consiguiente, no es solamente la ausencia de lo político, sino su desplazamiento hacia una esfera de resignación e indiferencia inducida. Al respecto, el sociólogo Richard Hofstadter, al analizar las corrientes conservadoras americanas, ya nos había advertido que el anticomunismo podía convertirse en una “forma de vida intelectual y política” (Hofstadter, 1964, p. 5), sugiriendo que el efecto perdurable fue la creación de hábitos cognitivos y afectivos que desincentivan la participación crítica.

Trasladada a Hispanoamérica y Europa, esta formación afectiva y normativa experimentó reconfiguraciones específicas, pero mantuvo su lógica esencial: estigmatizar al participante crítico y presentar la abstención como una virtud “prudente”. Así nos fue…

Puntualmente en Hispanoamérica, donde las memorias de represión estatal, golpes de Estado y censura son recientes, la lección fue doblemente severa: participar podía significar persecución directa y muerte. Además, los discursos hegemónicos se encargaron de asociar la politización con el radicalismo o la violencia. Como señaló Boaventura de Sousa Santos respecto a las formas contemporáneas de exclusión, la marginalización política está profundamente entretejida con proyectos epistémicos y sociales que deslegitiman saberes y actores alternativos: “En la modernidad, la exclusión no es solamente política y económica; es también epistémica” (Santos, 2010, p. 15). De esta forma, la apolítica se alimenta tanto de memorias traumáticas como de estrategias discursivas que amplifican temores y consolidan la distancia entre la ciudadanía y la deliberación pública.

En Europa, por su parte, la dinámica fue sutilmente distinta pero afín en el resultado. Tras la Segunda Guerra Mundial, la construcción de la estabilidad democrática implicó el confinamiento del debate público dentro de los parámetros consensuales que excluían alternativas consideradas subversivas. Jürgen Habermas, aún siendo un férreo defensor del espacio público racional, señaló las consecuencias perniciosas de un espacio mediado por intereses económicos que vacían la deliberación ciudadana: la “colonización del mundo de la vida por el sistema” erosiona la capacidad de la sociedad civil para reproducir normas y legitimidad (Habermas, 1987/1992, p. 172). Desde esta perspectiva, la apoliticidad tiene, pues, un origen estructural: no se trata solo de un miedo individual, sino de condiciones materiales y mediáticas que hacen de la abstención la opción más fácil y aparentemente racional.

El efecto más corrosivo de esta cultura apolítica es la exclusión- a menudo deliberada- de ciudadanos capacitados, empáticos y competentes. Este proceso opera mediante una combinación de técnicas: el etiquetado, el desprestigio profesional, la sensación de peligro personal, la mercantilización de los espacios públicos, y la canalización de la educación cívica hacia una gestión técnica y despolitizada de los asuntos comunes. Recordemos que Hannah Arendt, al analizar la esfera pública y la acción, remarcó la naturaleza esencial de la política como el espacio donde la libertad y la pluralidad se realizan: “la política aparece donde los hombres actúan juntos, hablan y actúan en común” (Arendt, 1958/1998, p. 7). Así, la apatía por lo político fragmenta esta acción compartida y relega la labor pública a una tecnocracia dirigida por inútiles que, inevitablemente, vela por la continuidad de estructuras ya existentes, dificultando el acceso de agentes transformadores.

En este punto de la reflexión, tenemos que analizar, entonces, los mecanismos contemporáneos de adoctrinamiento en la apolítica y cómo combinan estrategias institucionales, culturales y afectivas para lograr sus objetivos. En primer lugar, la industria mediática y las plataformas de información tienden a reducir la política a un show o a conflictos personales, desviando la deliberación sobre los fines comunes hacia el consumo de titulares sensacionalistas. Como ha demostrado Robert W. McChesney, la cobertura superficial y centrada en el escándalo y en el espectáculo produce, de hecho, desafección y cinismo (McChesney, 1999).

En segundo lugar, los sistemas educativos que priorizan la instrucción cívica como memorización de reglas institucionales, en lugar de como formación del juicio público, favorecen activamente la pasividad. Sobre este particular, John Dewey sostenía que la democracia exige un tipo de educación que fomente la capacidad de juicio crítico y la cooperación (Dewey, 1916/2010). Por lo tanto, cuando la pedagogía falla, la política se experimenta como un terreno ajeno.

En tercer lugar, la fragmentación laboral y las exigencias de la vida cotidiana transforman la participación en un coste personal desproporcionado en términos de tiempo, seguridad laboral y reputación expresándose en lastimosas letanías como: “estoy tan ocupado con mi vida privada que no tengo tiempo de ocuparme de los asuntos públicos”. Finalmente, las campañas de desprestigio y las legislaciones punitivas- herederas directas de prácticas macartistas- persisten en formas más sutiles, como listas negras informales, vetos profesionales, descréditos en redes sociales y presiones institucionales, lo que refuerza la narrativa de que la participación es arriesgada y poco rentable.

A esto, debemos añadir una dimensión que es crucial: la emocional. El odio inoculado al activismo no es únicamente una cuestión de miedo, sino que se trata de un afecto dirigido y cultivado que amalgama el desprecio por el otro, el temor a la diferencia y una aspiración a una paz social mantenida a cualquier precio. En este sentido, Martha Nussbaum ha demostrado con rigor cómo las emociones públicas moldean las instituciones y las políticas, y cómo las narrativas del miedo y el desprecio facilitan exclusiones morales (Nussbaum, 2013). De ahí que la despolitización arraigue también cuando la afectividad colectiva privilegia la calma aparente sobre la justicia distributiva y la confrontación ética.

Frente a este diagnóstico, se impone una crítica normativa: la participación política debe ser considerada no sólo como un deber formal, sino una condición ética indispensable para la justicia y la realización de la vida comunitaria. Si aceptamos, siguiendo a Arendt, que la pluralidad y la acción son constitutivas de la vida política, entonces la cultura apolítica constituye una forma de pobreza humana y cívica que empobrece tanto a las comunidades como a los individuos por igual. Además, la exclusión de quienes están capacitados para el bien común vulnera la legitimidad misma de las instituciones: cuando los mejores (entendidos como aquellos con capacidades prácticas y morales para el bien común) son mantenidos al margen mediante mecanismos de estigmatización, las instituciones quedan a merced de intereses particulares, mafias decadentes de inútiles totalmente corrompidos y de burocracias despolitizadas.

La pregunta práctica que nos podríamos hacer aquí es la siguiente: ¿cómo contrarrestar la herencia macartista y la carencia de participación política actual sin recurrir a una pura retórica de exhortación? La respuesta requiere un planteamiento integrado. En primer lugar, transformar la educación cívica hacia prácticas deliberativas que cultiven la argumentación, la escucha y la responsabilidad compartida. En segundo lugar, reformar los mediadores públicos para priorizar la deliberación de calidad, fomentando el periodismo investigativo y limitando la mercantilización de la agenda pública. En tercer lugar, diseñar estrategias institucionales que apunten a la protección de la pluralidad real y que reduzcan los costos personales en la participación política: leyes anti-discriminación política en el empleo, mecanismos de protección para denunciantes de atropellos y marcos de seguridad social que amorticen los riesgos asociados al activismo cívico. Es cierto, querido lector, estas propuestas no eliminan la dificultad de la acción política, pero al menos se atreven a sugerir una reducción a la eficacia del miedo y del desprestigio como herramientas de exclusión en manos de degenerados con poder perenne.

No obstante, es necesario señalar que la crítica debe mantenerse atenta frente a una tentación autoritaria: el elogio de la participación tampoco puede transformarse en una coacción moral que atosigue a quienes legítimamente eligen otros modos de vida político-culturales. La distinción entre la abulia cívica inducida (producto del miedo y la manipulación) y la apolítica reflexiva (una elección consciente) es crucial. Una democracia madura debe tolerar el retiro crítico, pero distinguirlo siempre de la desmovilización promovida por estrategias de poder.

La herencia del macartismo revela que el combate contra la apolítica no es solo técnico o estructural, sino ético y estético, justamente porque requiere reconstruir imaginarios de lo público en los que la acción conjunta aparezca como valiosa, digna y posible. En suma, resultan imprescindibles prácticas culturales que re-humanicen el debate, que transformen la enemistad en desacuerdo argumentado y que desafíen los relatos que asocian peligro a la diferencia.

Ante este panorama, la tarea normativa es doble: desmantelar los mecanismos de exclusión y cultivar instituciones y prácticas que hagan la participación atractiva y segura. La reflexión final se impone, no como un resumen, sino como una apertura a la acción ética. La primera tarea que le cabe al ciudadano consciente es la de afinar el juicio para distinguir en la comunidad inmediata entre una retirada política que es legítima y aquella apolítica que es inducida por el miedo o la coacción sistémica. ¿Cómo asegurar, de hecho, que la desmovilización masiva no sea el resultado de un terrorismo suave y estructural, y que la abstención sea una elección crítica y no una rendición? El desafío ético se complejiza al enfrentar el futuro de la acción cívica: ¿es posible que la imaginación política construya formas de participación que no reproduzcan los antagonismos profundos y destructivos, pero que al mismo tiempo garanticen la justicia distributiva y la pluralidad irrenunciable en el espacio público?

También, es preciso interrogar si los cambios concretos en la educación y en el ecosistema mediático que hemos propuesto precedentemente serían, en efecto, suficientes para revertir décadas de desmovilización sin caer en la instrumentalización de la ciudadanía para fines partidistas. Más aún, la fragilidad de la reputación digital y la persistencia de mecanismos informales de desprestigio obligan a la sociedad a pensar en las garantías institucionales necesarias para que quienes hoy son excluidos por su activismo puedan incorporarse efectivamente a la vida pública sin sufrir represalias o ruina profesional. La superación del legado macartista, en definitiva, demanda una acción tan profunda en las estructuras como en las subjetividades.

Referencias

Arendt, H. (1998). La condición humana (2.ª ed.). Paidós. (Obra original publicada en 1958). Dewey, J. (2010). Democracia y educación. Morata. (Obra original publicada en 1916). Habermas, J. (1992). Teoría de la acción comunicativa. Vol. 2: Crítica de la razón funcionalista. Taurus. (Obra original publicada en 1987). Hofstadter, R. (2009). El estilo paranoico en la política estadounidense. Anagrama. (Obra original publicada en 1964). McChesney, R. W. (1999). Rich media, poor democracy: Communication politics in dubious times. University of Illinois Press. Nussbaum, M. (2013). Emociones políticas: ¿Por qué el amor importa para la justicia? Paidós. Santos, B. de S. (2010). Descolonizar el saber, reinventar el poder. CLACSO. Schrecker, E. (1998). Many are the crimes: McCarthyism in America. Little, Brown and Company. Sunstein, C. R. (2011). República.com 2.0. Ariel. (Obra original publicada en 2009). Walzer, M. (1984). Esferas de la justicia: Una defensa del pluralismo y la igualdad. Cátedra. (Obra original publicada en 1983). Young, I. M. (2002). Inclusión y democracia. Alianza. (Obra original publicada en 2000).

El autor es docente, escritor y filósofo
San Juan - Argentina (2025)




Testigo del tiempo

Por J.C. Malone
Diario Azua / 12 diciembre 2025.-

 Juro que esto no es chisme, es historia pueblerina. El doctor Santiago Hazim fue acusado de sustraer unos RD$200 mil millones del Seguro Nacional de Salud (SENASA), en dinero presupuestado para la salud de los pobres.

El presidente Luis Abinader ganó al denunciar la corrupción. Hazim le sumó muchísimos votos extrapartidarios. Su hija, Yamilé Hazim, “luchó contra la corrupción" en la Plaza de la Bandera. ¿Pura hipocresía? ¡Qué ironía!

El hermano de Santiago, John, fue alcalde de Guayacanes, su hijo, John Hazim Brugal, es regidor.

Ese ayuntamiento declaró a John y a Santiago “hijos meritorios” del municipio. Santiago nunca vivió allí. Y renombró el Bulevar Juan Dolio en honor a John Hazim Subero (Johnny), padre de John y Santiago.

Johnny era alto, formido, elegante, piel clara, pelo negro reluciente, como plumas de cuervos, amplia sonrisa, y finísimos modales.

Vestía poloshirts ajustados, exhibiendo su musculatura, y pantalón de kaki relucientemente almidonado, impecablemente planchado.

Conducía un lujoso convertible rojo escarlata, blanco marfil, con tapabocinas resplandecientes y neumáticos de bandas blancas.

Entre prostitutas, proxenetas y clientes de “La Arena”, la “zona de tolerancia”, Johnny era “el hombre romo”, promovía el Ron Bermúdez.

En las madrugadas, cuando apagaban la “bellonera” donde “Julito Los Perros” (Bar Los Jau Jau) había suspenso, ¿sería la patrulla pidiendo cédulas, o “el hombre romo” repartiendo potes?

Los domingos, el lujoso convertible del “hombre romo” era la “vidriera móvil” del exclusivo burdel de Toñé.

“Yo lo vi; a mí nadie me lo dijo”, escribió el inmenso Bobby Capó.

“El hombre romo”, lentamente, conducía varias veces alrededor del parque Duarte, en San Pedro de Macorís, exhibiendo hermosas “debutantes”, la “carne fresca” que ofrecía Toñé.

Promovía alcohol y prostitución, pero “el hombre romo” fue buen padre, hoy sus descendientes intentan inmoralizarlo.

Usaron el Estado para construir una mitología familiar, insertándola en la historia y la geografía nacionales. SI es cierto que Santiago usó a SENASA para enriquecerse, y financiar la reelección de Abinader, ¿caerá sólo?.

Otra pregunta: ¿Podemos beber y conducir en el bulevar de “El Hombre Romo”? ¿Esto es el “Cambio”?

domingo, 7 de diciembre de 2025

 

Por Oscar López Reyes
Diario Azua / 7 diciembre 2025.-

Las escuchas telefónicas ilegales a periodistas, ejecutadas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, en el inicio de la encubierta Operación Mockingbird para esconder datos desfavorables a esa nación, fueron dispuestas por el presidente Jhon F. Kennedy. Aletea como un capítulo sombrío, que vulneró un derecho inalienable, y como un referente de grado máximo en el silenciamiento de la labor informativa con repercusiones inextinguibles.

Un documento de 702 páginas de la CIA, desclasificado en 2007 y con los cuales fue redactado el libro Joyas de la Familia, así como investigaciones de la Comisión Rockefeller, el Centro Miller de Asuntos Públicos y otras especifican la participación del director de la CIA, John McCone, junto con el Fiscal General de Estados Unidos, Robert F. Kennedy; el secretario de Defensa, Robert McNamara, y el director de la Agencia de Inteligencia de Defensa, Joseph Carroll.

El anglicismo Mockingbid en español significa sinsonte o ruiseñor, que literalmente quiere decir pájaro imitador. Fue utilizado por primera vez por Deborah Davis en el libro “Catalina la Grande: Katharine Graham y su Imperio del Washington Post”, donde describe una supuesta infiltración de la CIA en medios de comunicación, parecido a otras dos obras: Espía estadounidense: Mi historia secreta en la CIA, Watergate y más allá, por E. Howard Hunt, y El Poderoso Wurlitzer: Cómo la CIA manipuló a América, por Hugh Wilford.

Otros libros que abordan el tema son “Operación Mockingbird: La controvertida historia de los medios de comunicación y la inteligencia de Estados Unidos”, de M. William (Bill) Cooper, y “Killing Hope” (Matando la esperanza): Military and CIA Interventions Since World War II, que cubre una amplia gama de intervenciones militares de esa agencia norteamericana de espionaje.

El proyecto Mockingbid abrió la compuerta para otras operaciones de espionaje gubernamentales de Estados Unidos: el presidente Richard Nixon, quien creó la unidad de “fontaneros”, compuesta por veteranos de la CIA para detener las filtraciones de información, Lyndon Baines Johnson y George H. W. Bush.

En su afán por ocultar los acontecimientos, quebrantando el derecho a saber de los ciudadanos, dos partes han incurrido en la negación de la facultad del libre acceso a la información. Tipifica como violaciones civiles y penales, y a las normas y principios éticos:

Primero, el Gobierno de Estados Unidos apeló a métodos turbios: interceptación telefónica ilegal para la extracción clandestina de informaciones basadas en conversaciones de periodistas con funcionarios públicos y otras personas, y fomento de la corrupción mediante el soborno.

Y, segundo, periodistas comprometieron su responsabilidad ética con la aceptación del silencio, la autocensura y la delación, que deriva en sanciones, arrestos y asesinatos. Envuelve una deshonra, porque embadurna la reputación, más con la desclasificación de documentos, que sus nombres quedan registrados, inexorable y perennemente, como cómplices de una negación de derecho por poderes del Estado.

Como vemos, el periodismo es una profesión delicada en la complejidad, conflictiva y riesgosa; exigente y comprometida con la sociedad. Por lo tanto, su ejercicio ético implica el respeto a la verdad, impulsando, con transparencia informativa, el derecho de informar y ser informado, y desechar el plagio, la calumnia, la difamación y la maledicencia. Los códigos nacionales y supranacionales son claros:

1.- El periodista debe adoptar una actitud analítica frente a las fuentes, confrontarlas y comprobar sus afirmaciones. Código del Círculo de Periodistas de Bogotá.

2.- Los periodistas no deben aceptar bienes de valor de las fuentes informativas o de otras personas ajenas a la profesión. No deben aceptarse obsequios ni viajes, agasajos, productos o alojamientos gratuitos o a precio reducido. Los gastos relacionados con la tarea periodística deben ser pagados por el periódico. Deben evitarse los privilegios especiales y el tratamiento especial para los miembros de la prensa. Declaración de Principios de la Sociedad Estadounidense de Redactores Periodísticos.

3.- No omitir nada de cuanto el público tiene derecho a saber. Código de Ética de la Asociación Interamericana de Prensa.

4.- El periodista no admite ninguna presión, dádiva, prima o favor que pueda poner en peligro, disminuir o subordinar su libertad de acción, obligándole a transgredir las normas de la profesión. Código de Ética de la Federación Nacional de los Sindicatos y Asociaciones Profesionales de Periodistas Franceses.

5.- En las necesarias relaciones que en el ejercicio del periodismo se mantengan con los poderes públicos o con los sectores económicos, se evitará llegar a una connivencia tal que pueda repercutir en la independencia y la imparcialidad del periodismo. Código Europeo de Deontología del Periodismo.

6.- El acceso libre a la información y la opinión es un derecho de todo ciudadano. La vocación de la prensa es suministrar un amplio y objetivo servicio de información y opinión. Por tanto, debe haber libertad de acceso a todas las fuentes de información. Código de Práctica Periodística de la Federación Internacional de Periodistas (FIP).

7.- Actos contra la profesión periodística: La actuación confidencial para los servicios secretos y organismos de inteligencia. Código de Ética del Periodista Dominicano.

Indefectiblemente, la ética apalanca como el ancla protectora de los periodistas. Normatiza la narrativa para garantizar el libre flujo de la información y para que el periodismo sea un verdadero contrapoder, y no un amasijo de contenidos proestadounidenses, prorusos o prochinos.

El autor: Redactor principal del Código de Ética del Periodista Dominicano y del libro “La Ética en el Periodismo. Los cinco factores que interactúan en la deontología profesional”.
Por Elizabeth Rijo Rijo
Diario Azua / 7 diciembre 2025.-

Hoy abro mi voz al mundo, no para hablar de mis heridas, sino de mi victoria.
No para recordar el dolor, sino para mostrar lo que Dios hizo con el.

Yo soy Elizabeth Rijo Rijo, nacida en Higüey, Provincia La Altagracia, República Dominicana.

Soy la mujer que caminó por desiertos que pocos conocieron…
La mujer que fue empujada por la vida una y otra vez…
Pero también soy la mujer que se negó a quedarse en el suelo.

Porque cuando todos pensaban que mis fuerzas se habían agotado,
Dios me levantó.

He pasado por pruebas que solo Dios y yo sabemos: 
Traiciones profundas, batallas interiores, silencios que desgarran, noches donde solo la oración sostenía mi alma.
Pero cada una de esas experiencias formó la mujer que hoy se presenta ante el mundo.

Hoy quiero que sepan quién es Elizabeth Rijo Rijo:

Una mujer que enfrentó sus tormentas sin perder su fe.
Una hija que honra sus raíces, a su madre y a su familia.
Una madre que lucha por dejar un legado de fuerza y dignidad.
Una servidora que ama a su prójimo con corazón genuino.
Una guerrera que entendió que su propósito es más grande que su dolor.

Dios no permitió mis desiertos para destruirme, sino para prepararme.

Para que hoy pueda decirle al mundo entero:
¡No te rindas!
Aunque tu alma esté cansada… no te rindas.
Aunque hayas sido herido… no te rindas.
Aunque parezca que nadie cree en ti… cree Dios, y eso basta.

Yo soy prueba viviente de que los desiertos no matan:
Transforman.
De que lo que parecía final, era solo el inicio del propósito.
De que la mano de Dios nunca llega tarde, llega perfecta.

Hoy hablo al mundo con identidad y propósito:
Dios quiere que sea luz, voz, guía y esperanza.
Y lo seré.
Por Él.
Por mi familia.
Por cada persona que necesita fe.
Por cada corazón que necesita volver a levantarse.

Mi nombre es Elizabeth Rijo Rijo,
y mi vida es un testimonio de que Dios convierte las lágrimas en fuerza
y el dolor en misión.

Y si yo pude resurgir… tú también puedes.

Elizabeth Rijo Rijo
Siempre contigo

jueves, 4 de diciembre de 2025

Por Emilia Santos Frias
Diario Azua / 4 diciembre 2025.-

Este siglo XXI, caracterizado por su cuarta revolución industrial; Industria 4.0, integración de tecnologías digitales inteligentes en procesos industriales, que utilizan tecnologías como el Internet de las Cosas (IoT), la Inteligencia Artificial (IA) y el Big Data para mejorar la productividad y la eficiencia. Digitalización y globalización, impulsadas por la transformación en la forma en que nos comunicamos, trabajamos y vivimos.

Conjuntamente con estos avances actuales de tecnología rápida hay grandes desafíos, entre ellos, el cambio climático, transformación en las estructuras sociales, familiares y políticas. Es que en esta moderna sociedad del consumo, el ser humano, en la generalidad, vive en una constante rueda de la rata. Este ciclo económico y social, como es descrito por Robert Kiyosaki en su obra Padre Rico, Padre Pobre, designa a la rutina de trabajar para cubrir gastos y deudas.

Por tanto, quien lo vive nunca llega a obtener independencia financiera. Es una metáfora que muestra cómo las personas son atrapadas en un ciclo de ingresos y gastos constantes. Lastimosamente, en este estilo de vida se vive solo para trabajar. Un reflejo claro de nuestra realidad, que acarrea además, efectos negativos en la salud física, emocional y mental. Entre ellos, descuido en las relaciones personales, riesgo de padecer enfermedades y condiciones patológicas como estrés crónico; deterioro cognitivo, depresión y dificultad física...

Vivir afanosamente en una sociedad de consumo: sistema económico y social caracterizado por el gasto masivo en bienes y servicios, que ata a las personas a la oferta de la industrialización, mediante la publicidad que vende una falsa felicidad emanada de la adquisición de productos, y reproduce ese ciclo continuo de compra. El fenómeno responde al nombre de obsolescencia programada.

Deliberadamente la industria ejercita la práctica de diseñar productos con vida útil limitada. Al dejar de funcionar o se vuelven obsoletos después de un período de tiempo establecido, el consumidor es obligado a comprar uno nuevo. Así, nos mantienen atrapados en esta sociedad del consumo, siempre corriendo en círculo en la malsana rueda de la rata.

Si a estos fenómenos sumamos, el exceso de positividad, conque viven o exhiben algunas personas; autoexigencia y la visible autoexplotación, tanto en trabajadores formales como en freelance, llegamos al agotamiento. Este conduce a enfermedades neuronales como se citó precedentemente. Así aterrizamos en la Sociedad del Cansancio, que nos indica Byung-Chul Han. Paradójicamente en esta sociedad donde se tiene libertad individual para hacer lo que se desea. Nos rendimos, porque nos explotamos a sí mismos en pro de ser continuamente personas productivas y exitosas. ¿Pero éxito que menoscaba la salud, puede ser llamado como tal?

Se ha perdido la aptitud de asombro y de esperanza. Se extravió “la capacidad de aburrirse, reflexionar y contemplar, actividades esenciales para la creatividad y el bienestar. La falta de tiempo para el no hacer, lleva a una vida fragmentada y ansiosa..... Esto así, porque hoy, cada persona es su propio verdugo”.

Por ello, poniendo en una balanza las grandes bondades del siglo XXI: acceso a información, tecnología global, desarrollo de nuevas habilidades: creatividad, avances en longevidad y salud. Potencialización de la tecnología digital que facilita estudio a distancia, trabajo y comunicación. Avances en las ciencias, como la Medicina, que ha mejorado la calidad y esperanza de vida. Contradictoriamente, hay que tener presente que este es el siglo también aumentó la pobreza, desigualdad, crisis climática, deterioro ambiental, como se coligió anteriormente. Conflictos armados, inseguridad en los Estados; disminución de la salud mental, incremento de estrés; falta de acceso a servicios básicos...

Evidencia de hambre, violencia de todo tipo: psicológica, económica, patrimonial, sexual, intrafamiliar, de género..., exclusión, problemáticas de salud física, emocional y mental a nivel mundial. Otra incongruencia es que las personas exhiben demora voluntaria para realizar tareas importantes. De acuerdo con autores como: Solomon y Rothblum, genera malestar, al ser una conducta irracional basada en la mala percepción de los costos de estas o en la incapacidad para manejar emociones negativas. Se hace referencia a la procrastinación.

Estamos de rodilla ante la época donde todas las adicciones convergen, entre ellas, la vinculada al celular. Un cambio de conducta visto desde el uso excesivo y compulsivo de los dispositivos móviles. Lógicamente emparentado con la nomofobia o miedo a no tener el celular y el FOMO, temor a perderse alguna información de actualidad.

“Una dependencia que limita la libertad y puede reemplazar otros hábitos nocivos..., el uso desmedido causa problemas como aislamiento social, conflictos familiares, afectaciones en el sueño y problemas de desarrollo en jóvenes”. Refieren algunos autores.

Como se precisó anteriormente, la rueda de la rata acarrea adicciones, una de ellas es a las compras. También denominada oniomanía: “un trastorno del control de impulsos con deseo incontrolable de comprar productos innecesarios para aliviar malestar, aunque temporalmente genera gratificación..., una enfermedad crónica, recurrente que altera la estructura y función cerebral, afectando el sistema de gratificación”.

En ese sentido, algunos estudiosos la catalogan como una forma para tapar otros problemas, y que se debe a disfunciones en la producción de serotonina, que regula el estado de ánimo, y dopamina, responsable de la motivación, así como, estilos de crianza disfuncionales. La personalidad se basa en tener y el modo de ser, una identidad construida desde la posesión de objetos y búsqueda de la felicidad en el consumo, como se ha reiterado.

“Un vacío que solo se alivia con más consumo, pero que eventualmente puede llevar a la infelicidad”. Precisó Erich Fromm, autor de la obra El miedo a la Libertad, al hablar de este tema. Estos aspectos, sin lugar a dudas nos hacen replantear el norte de nuestra existencia para vivir con bienestar en el siglo actual.

Encontrar el propósito de nuestra vida terrenal, cumplir con nuestros acuerdos, adoptar hábitos saludables, como aprender manejo del estrés, mediante relajación y concentración en la agendas, sin obviar accionar ante temas y cosas importantes..., es esencial para alcanzar bienestar generalizado.

Hasta pronto.

La autora reside en Santo Domingo
Es educadora, periodista, abogada y locutora.
Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 4 diciembre 2025.-

“La apuesta a la dominación mundial es fundamental para el grupo dominante norteamericano. Y hay varias apuestas contenidas en la actual coyuntura”

Noam Chomsky, Hegemonía o supervivencia: La estrategia imperialista de Estados Unidos (2016, p. 19).

El drama que hoy se despliega en el Caribe, con Venezuela como centro del huracán geopolítico, no es sólo una disputa entre administraciones contrapuestas sino la tragedia de un Estado cuya soberanía se encuentra sitiada por dos fuerzas destructivas: la pulsión hegemónica de una potencia externa y la ilegitimidad intrínseca de un poder interno ejercido de forma tiránica.

La retórica de intervención por parte de Estados Unidos, sumada a la profunda crisis institucional y humanitaria generada por el degenerado régimen de Nicolás Maduro, dibuja un escenario donde el derecho internacional y la voluntad popular son doblemente vulnerados. En este punto de inflexión, la filosofía política debe interpelar la naturaleza de la amenaza: la violencia imperial se nutre de la debilidad y el autoritarismo doméstico para justificar sus acciones, mientras que el tirano bananero utiliza la amenaza externa como coartada para recrudecer su represión interna.

Desde una perspectiva crítica, los movimientos de presión de Estados Unidos se inscriben perfectamente en la estrategia de dominación global que Noam Chomsky ha diseccionado a lo largo de toda su obra. El objetivo del imperio no es la “estabilidad” democrática de Venezuela, sino la eliminación de cualquier proyecto que encarne la “amenaza de un buen ejemplo” o, en su defecto, la neutralización de un territorio clave. Cuando Chomsky afirma que “la apuesta a la dominación mundial es fundamental para el grupo dominante norteamericano” (2016, p. 19), se refiere puntualmente a casos como esta crisis, la cual se revela como una de esas “apuestas” clave, necesaria para confirmar el destino del hemisferio sigue siendo unipolar y que Hispanoamérica, tal como se acordó tras terminar la Segunda Guerra Mundial, seguirá siendo territorio dominado por intereses norteamericanos.

No obstante, la crítica al imperialismo pierde su rigor moral si se omite el análisis de la figura que hoy ocupa ilegalmente la jefatura del Estado. Nicolás Maduro, a través de la manipulación electoral y la represión sistemática, representa un caso paradigmático de autoritarismo posmoderno. Al respecto, el politólogo Juan Linz, al definir los regímenes autoritarios, señala que estos se caracterizan por contar con un “pluralismo político limitado, no responsable” y una “mentalidad” que sustituye a la ideología, permitiendo a un líder o a un pequeño grupo de sátrapas ejercer el poder dentro de límites formalmente mal definidos (Linz, 1975, p. 176).

El régimen venezolano encaja en esta descripción: si bien conserva una fachada institucional (asambleas y elecciones, de dudosa procedencia), la realidad es que el ejercicio del poder es totalmente arbitrario. Las elecciones, como las presidenciales del 2024, han sido cuestionadas por observadores internacionales y la oposición, que denuncian la falta de transparencia, la inhabilitación arbitraria de candidatos y la omisión de las auditorías de ley. Más grave aún, la Misión Internacional Independiente de determinación de los hechos sobre Venezuela, un organismo de la ONU, ha documentado que las autoridades estatales han cometido “crímenes de lesa humanidad” para reprimir la disidencia, incluyendo ejecuciones extrajudiciales, torturas y detenciones arbitrarias, revelando un patrón de represión coordinado y respaldado por altos funcionarios del gobierno y las fuerzas armadas (ONU, 2020). En este marco, la figura de Maduro no es la de un líder desafiante, sino la de un dictador mediocre cuya ilegitimidad política y violencia sistemática proveen el pretexto ideal para la injerencia externa de los golosos del norte.

A esta reflexión, se suma la perspectiva del clásico Thomas Hobbes, cuyo marco teórico ofrece una clave para comprender la patología de las relaciones internacionales. A pesar de la existencia de organizaciones supranacionales, las grandes potencias operan de facto en un “estado de naturaleza” global.

En este escenario, la potencia dominante se comporta como un individuo sin un Leviatán que lo contenga, donde la única ley es la propia conservación y la conquista del dominio. La amenaza de intervención no es, por tanto, una desviación del orden, sino la manifestación brutal de este orden anárquico subyacente. Estados Unidos, al actuar sin sujeción a un poder superior, ejerce su propia “razón natural” para eliminar cualquier obstáculo a su seguridad percibida, relegando a Venezuela, y a cualquier Estado que se encuentre en debilidad de condiciones, al destino de la “guerra” definida por la potencia que detenta la espada más grande.

La inminencia de la incursión militar nos obliga a meditar sobre la diferencia esencial entre poder y violencia, una distinción crucial que Hannah Arendt postuló para comprender la vida política. La violencia, en su sentido más puro, es siempre instrumental. Es revelador que la acción militar, la forma extrema de la violencia, sea esgrimida cuando los mecanismos diplomáticos y económicos no han logrado el colapso deseado. Por ello, Arendt en su fundamental obra titulada “Sobre la violencia”, remarca la antítesis al afirmar que "el poder es siempre potencial, inherente a un grupo, y desaparece cuando el grupo se disuelve. La violencia, por el contrario, es instrumental. Si no hay poder que la guíe, la violencia es perfectamente estéril” (1970, p. 56).

Desde esta última perspectiva podemos afirmar que la intervención militar, al depender de las herramientas (bombas, portaaviones, misiles, aviones, soldado, etc.) y no del acuerdo humano (el pueblo venezolano o la comunidad internacional), sólo produce una destrucción que requiere una justificación extrínseca a la política misma. De igual forma, el régimen decadente de Maduro, al depender de la violencia de los cuerpos de seguridad y no del consenso electoral, revela su carencia de poder genuino, evidenciando que su autoridad se sostiene únicamente mediante la coerción instrumental.

Esta justificación moralizante es el campo de estudio de Michel Foucault, para quien el poder no es meramente represivo, sino profundamente productivo a través del poder-saber. La amenaza de intervención no es sólo un acto de fuerza, sino un complejo dispositivo discursivo que produce la “verdad” necesaria para su ejecución. En este sentido, Foucault nos advierte que “no es posible que el poder se ejerza sin el saber, es imposible que el saber no engendre poder” (1977, p. 76). En la crisis venezolana, la retórica de la “crisis humanitaria” o la “restauración democrática” se erige como ese “saber” que legitima la injerencia. Al mismo tiempo, el régimen chavista utiliza la retórica antiimperialista como su propio “saber” que justifica la supresión de la disidencia interna, configurando el espacio geopolítico y estableciendo, mediante la difusión masiva de esa narrativa, los límites de lo tolerable para la comunidad internacional.

Adicionalmente, la situación de amenaza constante resucita la lógica de la política como campo de batalla existencial, un concepto central en el pensamiento de Carl Schmitt. Para él, la esencia de lo político reside en la distinción decisiva entre amigo y enemigo. La inminente incursión militar de Estados Unidos, al ser una “decisión” soberana de una potencia sobre un país quebrado, desmantela cualquier ilusión de neutralidad jurídica y revela la política en su forma más pura: la posibilidad real de la guerra. El enemigo, para Schmitt, no es simplemente un competidor, sino “el otro, el extraño, con el que se está combatiendo en una extrema posibilidad, existencialmente” (2009, p. 56). Así, la escalada militar norteamericana transforma la disputa ideológica en una hostilidad existencial, forzando a Venezuela a asumir la única posición que la lógica schmittiana le permite: la de enemigo absoluto.

Ahora bien, no podemos concluir esta reflexión sin enfocarnos en un aspecto que es crucial: la amenaza de acción militar en el Caribe no es un evento anómalo dentro de la política exterior estadounidense, sino la reconfirmación de un patrón histórico donde la soberanía del “hegemón” se ejercerse como una autoridad que suspende la ley cuando ésta interfiere con sus intereses. Este historial está marcado por intervenciones militares directas que carecieron del mandato explícito del Consejo de Seguridad de las inútiles Naciones Unidas, operando bajo la justificación de la “autodefensa” o la “promoción de la democracia”, conceptos que actúan como sustitutos políticos de la verdadera voluntad política.

Un ejemplo paradigmático lo encontramos en la invasión de Panamá en 1989 (Operación Causa Justa), lanzada para deponer y capturar a Manuel Noriega, bajo pretextos que incluyeron la protección de ciudadanos estadounidenses y la restauración democrática. A pesar de que la inservible Asamblea General de la ONU condenó la acción como una “flagrante violación del derecho internacional”, Estados Unidos procedió unilateralmente. Este episodio ilustra cómo el poder decide cuándo aplicar o ignorar las normas globales, actuando como el soberano schmittiano que define la excepción a la regla. De modo similar, la invasión de Iraq en 2003, bajo el pretexto de las armas de destrucción masiva que nunca se encontraron, se llevó a cabo sin una resolución específica del Consejo de Seguridad que la autorizara. Estos precedentes documentados establecen una peligrosa tradición de la suspensión legal que normaliza la coerción y sienta las bases para justificar futuras injerencias, incluyendo la actual crisis venezolana.

Al contemplar el telón de fondo de esta crisis, la reflexión filosófica no se puede contentar con la crónica de los hechos o la mera denuncia virtual, sino que debe enfrentar la doble moralidad que representa este conflicto. La tragedia de Venezuela es la de la soberanía capturada: comprometida externamente por la ambición hegemónica y carcomida internamente por la tiranía de los simios con navajas que administran hace décadas la miseria y el terror.

Si la ilegitimidad de Maduro es evidente, y sus acciones constituyen crímenes de lesa humanidad documentados por la ONU, ¿qué implicaciones tiene para el derecho internacional el hecho de que la superpotencia utilice precisamente esta criminalidad como una herramienta de justificación para su propia violación del principio de no intervención?

Y a la inversa, si la acción militar se basa, como argumenta Arendt, en la esterilidad de la violencia para generar poder político, ¿cuál es el verdadero objetivo de la dictadura venezolana al utilizar la amenaza externa como un simulacro de guerra para mantener la cohesión interna y justificar la represión?

La tarea urgente, entonces, reside en desmantelar el dispositivo de poder-saber foucaultiano para construir una verdad sobre Venezuela que sea autónoma de los intereses hegemónicos y, a su vez, que denuncie sin ambages la naturaleza autoritaria y criminal del régimen interno. La única conclusión digna de este conflicto es la urgencia moral de restablecer la primacía del derecho internacional para todos los Estados, al tiempo que se exige la rendición de cuentas a los tiranos que han hecho de la soberanía un simple instrumento de su perpetuación en el poder.

Referencias

Arendt, H. (1970). Sobre la violencia (M. González, Trad.). Joaquín Mortiz.

Chomsky, N. (2016). Hegemonía o supervivencia: La estrategia imperialista de Estados Unidos (3.a ed.). Ediciones B.

Foucault, M. (1977). Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión (A. Garzón del Camino, Trad.). Siglo XXI Editores.

Hobbes, T. (2005). Leviatán: La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil (A. Escohotado, Trad.). Gredos.

Linz, J. J. (1975). Totalitarian and Authoritarian Regimes. En F. I. Greenstein & N. Polsby (Comps.), Handbook of Political Science. Volume 3: Macropolitical Theory. Addison-Wesley.

ONU. Misión Internacional Independiente de Determinación de los Hechos sobre la República Bolivariana de Venezuela. (2020). Informe sobre violaciones graves de los derechos humanos en Venezuela. [Referencia documental sobre crímenes de lesa humanidad].

Schmitt, C. (2009). El concepto de lo político (R. Agapito, Trad.). Alianza Editorial.
El autor es docente, escritor y filósofo


San Juan - Argentina (2025)

Por Néstor Estévez
Diario Azua / 4 diciembre 2025.-

Hay hitos que no solo marcan un antes y un después: obligan a repensar el país que queremos ser. La reciente acreditación internacional de la Denominación de Origen (DO) “Oro Verde Cambita” para el aguacate Semil-34 es uno de ellos. No se trata de una medalla institucional ni de un acto simbólico. Es, en términos de política pública y desarrollo territorial, una puerta abierta a transformaciones profundas.

El reconocimiento otorgado por el ODAC con respaldo del MICM coloca a República Dominicana como la primera nación del Caribe en contar con una DO acreditada bajo la norma ISO/IEC 17065. Pero más allá del orgullo nacional, esta conquista revela algo aún más valioso: somos capaces de producir calidad con identidad territorial, de manera verificable, trazable y competitiva.

El ministro Víctor Bisonó lo dijo con claridad: hemos ganado soberanía técnica. Ya no dependemos de organismos extranjeros para validar la autenticidad de nuestros productos. El sistema dominicano de calidad dio un salto institucional que rompe la inercia y amplía nuestras posibilidades de competir en mercados que exigen rigor, no discursos.

Pero el reconocimiento no cayó del cielo. Como recordó José Rosa, presidente del Clúster, hubo que certificar parcelas, crear normas, documentar procesos y asumir las auditorías del modelo 1B. Detrás de cada aguacate “Oro Verde Cambita” hay ciencia, disciplina y un entramado de actores que se decidieron a hacer lo correcto, no lo fácil.

Espejos para vernos

Aquí conviene mirar más lejos. Para quien se anime, experiencias latinoamericanas pueden servirnos como “espejo” para vernos. Diversas Denominaciones de Origen en América Latina ofrecen lecciones claves para entender lo que viene.

Casos como el Cacao Amazonas (Perú) y el Cacao Grijalva (México) muestran que una DO puede convertirse en un motor de desarrollo territorial… o en un sello bonito sin efectos reales. ¿La diferencia? La gobernanza.

Los sistemas de DO más sólidos se caracterizan por:

Articulación real entre actores públicos, privados y comunitarios.

Reglas claras y mecanismos de vigilancia permanente.

Participación efectiva de los productores, no solo nominal.

Instituciones capaces de mediar conflictos y evitar capturas de poder.

Visiones compartidas de territorio, sostenibilidad e identidad.

Existe documentación suficiente para demostrar que, cuando estos elementos se debilitan, la DO se convierte en un objeto misterioso para los productores, una figura ajena o distante que pierde capacidad transformadora. Y no se trata de “meter miedo” ni de “buscar la quinta pata”. Solo se trata de advertir para que cuidemos tan importante logro y no perdamos el rumbo.

Una clave trinitaria

El exitazo de Cambita Garabito podría diluirse si no consolidamos una gobernanza territorial robusta. Una DO no se sostiene con entusiasmo, sino con instituciones vivas. Por eso propongo tres blindajes urgentes:

1. Evitar la burocratización y la captura. Una DO no puede convertirse en un espacio dominado por élites que impongan criterios sin diálogo. El Consejo Regulador debe garantizar transparencia, participación y acceso equitativo para todos los productores que cumplan el estándar.

2. Asegurar acompañamiento técnico permanente. La calidad no se improvisa. Requiere monitoreo, asistencia, investigación aplicada y sistemas de trazabilidad que evolucionen. Si descuidamos esto, la DO pierde credibilidad y el mercado lo castiga sin piedad. Y

3. Construir narrativa y valorización territorial. Jesús Martín-Barbero lo decía: el territorio no es geografía, es cultura articulada. Oro Verde Cambita debe convertirse en sinónimo de identidad local, cohesión social y orgullo comunitario. La comunicación —bien hecha, estratégica, participativa— es parte del sistema de calidad.

La Denominación de Origen del aguacate de Cambita no es solo un triunfo local. Es un recordatorio de que República Dominicana puede competir desde su identidad, no a pesar de ella. Pero este logro no se conservará por inercia. Requiere gobernanza, visión y compromiso territorial sostenido.

Si hacemos lo correcto, Oro Verde Cambita será la primera página de una nueva historia agroalimentaria. Si no, corre el riesgo de pasar como una estrella fugaz. De lo que hagamos con este logro, como es lógico, dependerá lo que consigamos.



Por Narciso Isa Conde
Diario Azua / 4 diciembre 2025.-

En el 2009 Honduras fue la primera víctima del contra-ataque estadounidense a los cambios hacia la segunda independencia continental.

Esto porque el Presidente Zelaya anunció importantes reformas sociales y políticas, incorporó a Honduras a PETROCARIBE y al ALBA, fortaleció la alianza con Chávez y estableció relaciones con Cuba; al tiempo de organizar una consulta popular para llevar a cabo una Constituyente Soberana.

La conspiración golpista, tutelada por EEUU con una saña propia del coloniaje, no se hizo esperar y finalmente, con el apoyo de Obama e Hillary Clinton, la lograron consumar y tumbaron a Zelaya

El presidente Porfirio Lobo fue impuesto en el 2009 mediante un gran fraude e igual aconteció en el 2013 con la candidatura de Juan Orlando Hernández-JOH; quien gobernó - abrazado a varios cárteles de la droga y con apoyo gringo- a base de trampa, represión y terror paramilitar, hasta el 2021.

A JOH, ya desplazado por Xiomara Castro, vuelto un bagazo, EE UU le quitó la alfombra roja, lo recibió preso en extradición y lo condenó a 45 años de prisión y, de paso, le sumó al capo de su hermano con cadena perpetua.

Un destino muy común, reservado por el imperio estadounidense para las crápulas lacayas cuando se tornan inservibles para gobernar.

Especial incidencia tuvieron en la instrumentación del terror, el paramilitarismo y la gansterización de las instituciones hondureñas, el narco-estado terrorista colombiano, bajo el mando del Pentágono y la CIA, con la colaboración de los gobiernos de Uribe y Duque y de narco-mafias colombianas y mexicanas.

El Cartel del Valle de Colombia se destacó en el patrocinio del negocio de las drogas y la violencia paramilitar, y se sumaron a él tres grandes carteles mexicanos: Sinaloa, Jalisco (Nueva Generación) y los Z; todos conectados y asociados al presidente Juan Orlando Hernández y a uno de sus hermanos.

En estos días, Trump, junto el poder profundo y maloliente de EEUU-después de apoyar abiertamente al candidato neofascista Nasry Asfura y anunciarle la guerra a Nasrala- decidió sorpresivamente indultar a JOH y retornarlo a Honduras para contrarrestar a los adversarios de Asfura, que es el capo político neofascista asociado a JOH y al propio Trump.

Trump y sus padrinos se han visto forzado a ejecutar en Honduras una política perversa, totalmente ajena y contraria a su supuesta guerra anti-narco terrorista, que es pura simulación: sólo el disfraz para asaltar violentamente el poder, el petróleo y muchas otras riquezas en Venezuela y, a continuación, intentar cambiar los regímenes de Cuba, Colombia, México, Nicaragua…

¡Que feo y desacreditado ha quedado Abinader!... acompañando a Trump y al Pentágono en esa farsa, embarcando a nuestro país en esa cruzada criminal encubierta, y haciendo el papel de auspiciador y cómplice de la intervención militar del aeropuerto de Las Américas, de la Base Militar de San Isidro y del espacio aéreo y aguas territoriales dominicanas; compartiendo crímenes de guerras en los bombardeos a lanchas civiles e inminentes genocidios contra países hermanos.

Sumado todo esto a su apasionada promoción de la nueva invasión militar imperialista a nuestra vecina Haití

La condena a esa ominosa determinación, será histórica, pero también actual: el Gobernador de Colonia de RD, en lo inmediato y más allá, está muy feo para la foto.

martes, 2 de diciembre de 2025

 

Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 2 diciembre 2025.-

“El problema moral del mal es su 'trivialidad', y esta trivialidad, a su vez, está estrechamente ligada a la incapacidad de pensar, de pensar desde la perspectiva de otro”

Arendt, La vida del espíritu, ed. 2002, p. 248
La reflexión sobre el poder como fuerza de desinhibición, más que corruptora, tiene sus cimientos en la filosofía clásica. La interrogación sobre la naturaleza de la justicia, a menudo instrumentalizada por sus beneficios externos, encuentra en el ejercicio del dominio una prueba de fuego para la verdad del carácter. Platón, en su diálogo fundamental “La República”, no lega el ineludible mito del anillo de Giges, precisamente para dirimir esta aporía. El argumento es tan sencillo como demoledor: la invisibilidad que confiere el anillo no inocula un vicio nuevo, sino que suprime la única contención que mantenía a raya una voluntad ya inclinada hacia el exceso. El poder, en esta lectura, no es un factor de cambio, sino el disolvente de los frenos sociales que ocultan una verdad moral latente.

Tal como se examina en el Libro II, el propósito de la fábula es interrogar la relación intrínseca entre el poder y la moralidad, demostrando que la posibilidad de obrar sin ser descubierto sirve de prueba, no de transformación. Aquello que emerge ante la ausencia de visibilidad social no es una nueva disposición moral, sino la manifestación irrefrenable de una “inclinación” que las leyes y el escrutinio público mantenían contenida (Platón, La República, libro II, ed. 2010, pp. 48–54). El poder, en este sentido prístino, no engendra un nuevo carácter, sino que despliega la verdad ontológica del sujeto.

Por su parte, Aristóteles, en una clave complementaria, ofrece una exégesis que enlaza el poder con la ética del hábito. Para el estagirita, la virtud no es un mero estado interior o un conocimiento teórico, sino una disposición estabilizada que se confirma y se verifica en la práctica libre y reiterada. Como afirma en su “´Ética a Nicómaco”, “la virtud moral es un hábito electivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello que decidiría el hombre prudente” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, libro II, ed. 2009, p. 35). Desde esta perspectiva, el poder deviene en el escenario que posibilita la expresión sin el obstáculo de las disposiciones ya asentadas: si el ejercicio del dominio propicia la justicia y la templanza, es la virtud cultivada la que se manifiesta. Si, por el contrario, exacerba la crueldad, es la latencia del vicio la que se actualiza. El poder sólo proporciona la amplitud de la acción, y en estos casos de mediocres, el juicio y el hábito ya estaban fraguados de antemano.

Estas intuiciones clásicas fueron desafiadas por la experiencia histórica moderna, condensada en la célebre máxima de Lord Acton: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Si bien esta sentencia propone una dinámica causal directa- el poder como agente corruptor-, su relectura crítica contemporánea nos invita a sostener una hipótesis más matizada, donde el poder opera primordialmente como una lupa o un catalizador. El poder es una variable contextual que reduce el costo de oportunidad de ser fiel a la propia inclinación. Lo que se constata no es la creación de nuevos deseos, sino la alteración del contexto para que los deseos y disposiciones preexistentes encuentren una resistencia significativamente menor para su expresión.

En este punto, la psicología contemporánea aporta evidencia empírica que enriquece la tesis. Investigadores como Dacher Keltner y su equipo han descrito la “paradoja del poder”: los individuos en posiciones de dominio experimentan una notable reducción de la empatía situacional y una mayor sensación de desinhibición. El poder, por tanto, modula el campo atencional, reduciendo el enfoque en las perspectivas de los otros, lo cual facilita que los rasgos latentes afloren (Keltner et al., 2003; Anderson & Berdahl, 2002). Estos hallazgos no sugieren que el poder sea un demiurgo moral, sino un catalizador que, al atenuar los frenos externos e internos, intensifica las tendencias ya existentes.

Sin embargo, la manifestación más patética de esta revelación se observa en aquellos a quienes la vida o el mérito han dotado de una miserable cuota de poder sin que posean la estatura moral e intelectual para administrarlo: la mediocridad súbitamente investida de autoridad. Lo que en el individuo común era un rasgo de inseguridad o una falta de autoestima, bajo el influjo del poder se transfigura en soberbia. Esta ranciedad ética, lejos de ser un signo de grandeza, opera como una auténtica discapacidad moral que incapacita para la escucha y el juicio prudente. La persona mediocre, al sentir el poder, interpreta la ausencia de consecuencias como una validación de su propio ego inflado, confundiendo la prerrogativa circunstancial con el mérito intrínseco. Así, el poder desvela su insuficiencia, su vacuidad interior, obligándole a compensar la falta de contenido con violencia y arrogancia formal.

Este análisis contextual también encuentra un eco particularmente trágico y profundo en el diagnóstico que Hannah Arendt realiza sobre la “banalidad del mal”. Al estudiar el caso de Eichmann, desvela cómo la obediencia acrítica y la rutina burocrática permiten que los individuos comunes se conviertan en ejecutores de actos atroces. Su tesis no es que la situación invente monstruos, sino que revela la pasividad, la indiferencia y el despojo total de responsabilidad que, bajo la coacción de la estructura administrativa, se vuelven operativas: “cuanto más obediente es el burócrata, cuanto más se olvida de que es un ser humano y un fin en sí mismo, más cruel y criminal se vuelve” (Arendt, Eichmann en Jerusalén, ed. 2005, p. 34). De esta forma, la estructura del poder funciona como un escenario masivo donde las deficiencias del carácter- la incapacidad de pensar y juzgar, o la soberbia compensatoria del mediocre- se despliegan en toda su dimensión. El poder ofrece el pretexto institucional para que el mal, ya trivializado, se ponga en marcha con toda su fuerza.

Ahora bien, tampoco podemos olvidar el análisis correspondiente del rol que juega el desafío de la autoafirmación en consonancia con la responsabilidad. La filosofía de la voluntad y la ética de la responsabilidad profundizan el alcance de esta revelación. Recordemos que Nietzsche nos ofrece una lectura afirmativa al concebir el poder como el espacio para la manifestación del querer, posibilitando la autoafirmación y la creación de valores, lo cual expone de forma sincera la altura moral del sujeto. No obstante, frente a esta autoafirmación, emerge la exigencia de la responsabilidad preventiva.

El pensamiento de Kant exige que la autonomía moral sea una tarea constante, en tanto que la ética requiere formar el carácter mediante el cultivo de la voluntad. Si el poder descorre el velo de lo que somos, entonces la moral kantiana nos impone la obligación de educar el respeto al deber antes de asumir posiciones de dominio (Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, ed. 2014, pp. 45–57). A su vez, Simone Weil advierte sobre el desarraigo ontológico que genera el ejercicio del poder y reclama la atención y la austeridad como antídotos ante la posibilidad de ejercer el dominio (La gravedad y la gracia, ed. 2008, pp. 90–102).

Complementando esta exigencia, la fenomenología de Paul Ricoeur puntualiza la responsabilidad del yo, del “sí mismo”, frente a la acción. La responsabilidad no desaparece al aumentar las prerrogativas del poder, por el contrario, se hace ineludible, pues “la imputabilidad no es sino la proyección sobre la acción de la exigencia de responsabilidad” (Ricoeur, Sí mismo como otro, ed. 1990, pp. 128–140). Desde este enfoque, el poder, al multiplicar el impacto de la acción, amplifica esta exigencia narrativa de quién es el agente que responde por lo obrado. En pocas palabras: si antes eras prudente, ahora que tienes poder, debes ser más prudente aún.

Por último, Foucault desplaza la cuestión del poder desde la simple posesión a las redes de relaciones que disciplinan y producen sujetos. En tanto técnica social, el poder transforma los escenarios en los que las disposiciones latentes se normalizan o se sobreactúan, demostrando que “su luz” no sólo revela, sino que también modula y condiciona la expresión de lo revelado, a veces amplificando las tendencias sociales antes que las individuales (Foucault, Vigilancia y castigo, ed. 1996, pp. 73–89). Es la trama misma del poder la que expone, y a veces deforma, el carácter que se intenta manifestar.

Procedamos, pues, a cerrar este asunto, sobre todo mediante el reto de la deuda moral y el autoconocimiento. La evidencia empírica contemporánea que vincula poder con la reducción de la inhibición permite sostener una tesis ineludible: el poder no corrompe per se, sino que desvela la corrupción ya alojada en la voluntad. Ello remarca que la diferencia entre corrupción y revelación depende de la formación previa del carácter, de las estructuras institucionales que condicionan el ejercicio del poder y, fundamentalmente, de la responsabilidad moral que el sujeto se impone.

Tengamos en cuenta que Søren Kierkegaard, al describir la desesperación como una desconexión del “sí” auténtico, y Heidegger, al distinguir entre la “propiedad” y la “impropiedad” del ser, sugieren que el poder puede funcionar como una experiencia límite que revela dimensiones del yo inaccesibles en la pasividad. El poder es un examen ontológico sin opción a borrador. Tal vez sea posible el pleno autoconocimiento sin la confrontación con la capacidad de acción sin límites que el poder confiere. Sin embargo, ese conocimiento no redime la responsabilidad. Conocer lo propio en la oscuridad del privilegio exige, ineludiblemente, reconocer la deuda con los demás.

Como siempre les digo, queridos lectores, es fundamental cerrar esta humilde reflexión dejándolos en la incomodidad de las preguntas no resueltas. Si la linterna se encenderá inevitablemente al ejercer dominio, ¿preferimos acaso vivir en la ignorancia apacible, sin conocer la verdad sobre la crueldad o la bondad que la desinhibición podría mostrar, o nos comprometemos activamente a forjar un carácter que merezca ser revelado? ¿Cómo podemos desmantelar la ilusión de la soberbia en aquellos que, por su mediocridad, confunden el rango con la grandeza del ser, y que usan la autoridad para proyectar su inseguridad? La soberbia del mediocre, esa patología del poder fugaz, es la prueba de que el ser que se manifiesta estaba vacío. La verdadera tragedia no reside en que el poder corrompa a algunos individuos excepcionales, sino en la inquietante posibilidad de que su posesión revele a muchos ciudadanos comunes, instalados en roles cotidianos, ejerciendo crueldades bajo el manto de una estructura que se lo permite.

Si el poder es, simultáneamente, un espejo ineludible y un escenario amplificador, la deuda moral última del ser no es con la ley externa, sino con el “sí mismo” que el poder nos obliga a confrontar. Y es en esa confrontación donde la esperanza de un ejercicio ético del dominio debe, inexorablemente, comenzar.
Referencias Bibliográficas

Anderson, C., & Berdahl, J. L. (2002). The experience of power: Examining the effects of power on approach and inhibition. Journal of Personality and Social Psychology, 83(6), 1362–1373.

Arendt, H. (2002). La vida del espíritu. (E. García, Trad.). Paidós.

Arendt, H. (2005). Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal. (C. W. F. de Rivas, Trad.). Lumen.

Aristóteles. (2009). Ética a Nicómaco. (M. Araujo & J. Marías, Trads.). Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

Foucault, M. (1996). Vigilancia y castigo: Nacimiento de la prisión. (A. G. Morata, Trad.). Siglo XXI Editores.

Kant, I. (2014). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. (J. M. G. de la Mora, Trad.). Porrúa.

Keltner, D., Gruenfeld, D. H., & Anderson, C. (2003). Power, approach, and inhibition. Psychological Review, 110(2), 265–284.

Kierkegaard, S. (2007). Temor y temblor. (V. Gutiérrez, Trad.). Tecnos.

Platón. (2010). La República. (C. Eggers Lan, Trad.). Gredos.

Ricoeur, P. (1990). Sí mismo como otro. (A. Neira, Trad.). Siglo XXI Editores.

Weil, S. (2008). La gravedad y la gracia. (M. M. de C. J. A. V. P., Trad.). Trotta.

El autor es docente, escritor y filósofo
San Juan - Argentina (2025)