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lunes, 30 de junio de 2025

Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 30 junio 2025.-

¿Cómo podemos, como individuos y sociedad, fomentar una cultura que valore la verdad y el pensamiento crítico en un entorno cada vez más propenso a la desinformación y las realidades subjetivas, y así reconstruir la confianza en la palabra?

Está claro que vivimos en un mundo donde la información fluye sin cesar y la opinión a menudo se confunde con el hecho, emergiendo así un fenómeno que al menos a mí me resulta inquietante: la mitomanía social, la creación y adhesión a realidades fabricadas, cimentadas en la mentira. Este no es un mero capricho individual, sino un síntoma alarmante de una crisis más profunda: la devaluación de la verdad en la era patética de las post verdad. Nos encontramos en un precipicio donde el subjetivismo extremo y el relativismo absurdo amenazan con desintegrar los cimientos de la comprensión compartida, erosionando con ello el valor intrínseco de la palabra.

La mentira, junto con su contraparte, la verdad, ha sido una preocupación central para la filosofía desde su nacimiento. Platón, en su diálogo “La República”, ya nos advertía sobre los peligros de la falsedad, especialmente cuando se disfraza de verdad para manipular la opinión pública. Para él, la verdad no es un constructo subjetivo del lenguaje, sino una realidad trascendente, accesible a través de la razón. En contraste, la mentira nos aleja de esa realidad, sumiéndonos en un mundo de sombras y engaños. Concretamente, en la obra precitada, afirma que “si alguien es capaz de percibir lo bello en sí mismo, y de percibir todas las cosas que participan de lo bello, sin confundir lo bello en sí con lo que participa de lo bello, ni lo que participa de lo bello con lo bello en sí, ¿no diremos que éste es un hombre despierto, y no un soñador?” (Platón, La República, Libro V, 476c). Así, Platón está marcando la distinción entre realidad y apariencias, una demarcación fundamental para la comprensión de la verdad y la falsedad.

Ahora bien, es preciso que pensemos en la era de la post verdad como un fertilizante para la fábrica de mentiras masivas y la normalización y trivialización de la mentira como estilo de vida cotidiano. Nuestra contemporaneidad ha exacerbado esta problemática al promover una suerte de licencia para la invención: el sentimiento y la emoción priman sobre la evidencia, y la resonancia con las creencias preexistentes se vuelve más valiosa que la veracidad de los hechos. Como señala Harry Frankfurt en su ensayo titulado “Sobre la Falsedad” (traducción de On Bullshit, 2005), la mentira no es lo mismo que la “patraña”. Mientras que el mentiroso busca deliberadamente ocultar la verdad, el que profiere patrañas “no se preocupa en absoluto por la verdad. Ni siquiera miente, porque al mentir la verdad le importa. Simplemente está inventando cosas”, o sea, es un patán. En este escenario, la indiferencia hacia la verdad es quizás más peligrosa que la propia falsedad, pues anula cualquier incentivo para su búsqueda y defensa. Frankfurt lo explica con precisión al indicar que “la ‘patraña’ no es una mentira. El mentiroso y el que dice ‘patrañas’ pretenden que su discurso represente las cosas como son, y por lo tanto, ambos engañan. Pero lo hacen de diferentes maneras: el mentiroso intenta que sus afirmaciones sean creídas por su audiencia, mientras que el patán que dice ‘patrañas’ no se preocupa en absoluto por la verdad” (Op. cit., 2005, p. 55).

Este relativismo desenfrenado, donde “mi verdad” es tan válida como “tu verdad”, sin importar la evidencia empírica o la coherencia lógica, es una afrenta directa a la tradición filosófica que ha buscado un fundamento sólido para el conocimiento. Aristóteles, en su “Metafísica”, sostenía que “decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es falso, mientras que decir de lo que es que es, y de lo que no es que no es, es verdadero” (Aristóteles, Metafísica, Libro IV, Capítulo 7, 1011b26-27).

Tengamos en cuenta que la concepción clásica de la verdad como correspondencia con la realidad ha sido el ancla de nuestra capacidad de discernir y construir conocimiento de manera colectiva. No es una simple aseveración, es, de hecho, el pilar sobre el que se erigió y se sigue sosteniendo el edificio de la ciencia moderna. Esta idea, que la verdad de una proposición radica en su adecuación a los hechos o a un estado de cosas en el mundo, es el fundamento metodológico que distingue el conocimiento científico de otras formas de saber.

Desde sus inicios, la ciencia occidental ha operado bajo la premisa de que existe una realidad externa, independiente de nuestra percepción, y que el objetivo del conocimiento científico es describir, explicar y predecir esa realidad de la manera más precisa posible: este principio se traduce en la búsqueda de la objetividad. No se trata de lo que creemos que es verdad, ni de lo que sentimos que es verdad, sino de lo que es verdad en un sentido verificable y contrastable.

La ciencia, en su esencia, es un proceso de observación empírica y experimentación. Cada experimento, cada medición, cada hipótesis puesta a prueba, busca determinar si una afirmación (una teoría, una ley) se corresponde o no con lo que ocurre en el mundo real. Cuando un científico formula una hipótesis, está proponiendo una posible correspondencia entre una idea y un fenómeno. El proceso científico subsiguiente- la recopilación de datos, el análisis, la replicación de experimentos por otros investigadores- es un esfuerzo colectivo para verificar si esa correspondencia se mantiene.

Por ejemplo, cuando el gran Isaac Newton formuló sus leyes del movimiento y gravitación universal, no las propuso como meras ideas agradables y convenientes. Las postuló como descripciones de cómo el universo realmente funciona. La validez de estas leyes se estableció a través de su capacidad para predecir con exactitud el comportamiento de los objetos celestes y terrestres, es decir, por su correspondencia con la realidad observable. Si las predicciones de las leyes de Newton no se hubieran correspondido con las observaciones astronómicas o los experimentos en la Tierra, habrían sido descartadas o modificadas.

De igual manera, en la medicina, cuando se desarrolla un nuevo fármaco, su eficacia no se basa en la fe o en la buena voluntad, sino en ensayos clínicos rigurosos. Estos experimentos buscan establecer una correspondencia verificable entre la administración del fármaco y un efecto medible en la salud del paciente. Si esta correspondencia no se demuestra con datos empíricos, el fármaco directamente es desaprobado.

Como hemos intentado demostrar, la concepción de la verdad como correspondencia es, en definitiva, lo que permite que la ciencia sea acumulativa y autocorrectiva. Los descubrimientos anteriores sirven de base para nuevas investigaciones porque se asume que las verdades establecidas se corresponden a aspectos fiables de la realidad. Cuando nuevas evidencias sugieren una falta de correspondencia, las teorías se revisan, se mejoran o se reemplazan. Este mecanismo de autocorrección es vital y se apoya en la premisa de que hay una realidad objetiva a la que nuestras teorías deben adaptarse, y no a la inversa. Sin esta concepción fundacional, la ciencia se disolvería en un mar de opiniones y narrativas subjetivas; si la verdad fuera meramente un constructo social sin anclaje en lo empírico, no habría forma de distinguir una teoría científica de una creencia pseudocientífica o de una invención personal. Así, la objetividad y la intersubjetividad, cruciales para que el conocimiento científico sea compartido y validado por una comunidad global de investigadores, dependen intrínsecamente de la búsqueda de esa correspondencia.

Volviendo a nuestro problema, lo que más nos preocupa de esta coyuntura es la lamentable tolerancia que tenemos los seres humanos hacia la mentira. Pareciera que ser mentiroso hoy en día no es un problema, un estigma, sino un rasgo más de la personalidad, o incluso una habilidad estratégica en ciertos ámbitos. La desvergüenza y el engaño se han normalizado y el juicio social hacia quienes operan en la falsedad ha disminuido drásticamente. El problema no es sólo que se mienta, sino que a menudo el mentiroso sale impune, e incluso es recompensado, lo que refuerza este ciclo pernicioso. Esta promoción del subjetivismo, donde cada quien fabrica su “propia verdad” sin anclaje en lo verificable, desdibuja los límites entre lo real y lo ficticio, haciendo que la deshonestidad se perciba como una simple diferencia de perspectiva moral.

Tengamos en cuenta que cuando cada individuo se convierte en el arquitecto de su propia realidad, la palabra, el vehículo fundamental de la comunicación y el entendimiento mutuo, pierde su peso. Si lo que se dice no tiene una conexión con la realidad verificable, ¿qué valor posee? La promesa, el juramento, el testimonio, todos los pilares de la convivencia social y jurídica, se desmoronan cuando la palabra se vacía de su contenido verídico.

En este punto, las reflexiones de Friedrich Nietzsche se vuelven particularmente pertinentes. En su obra titulada “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” (1873), intentó desafiar la noción tradicional de una verdad universal y objetiva: para él, la verdad no es un descubrimiento, sino una invención humana, una “armada de metáforas, metonimias, antropomorfismos”. La verdad, en el sentido en que la entiende Nietzsche, es el resultado de un acuerdo social para la supervivencia y la convivencia, una convención lingüística que nos permite vivir en sociedad: “¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en suma, un cúmulo de relaciones humanas que han sido realzadas, transferidas y adornadas poéticamente y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible; monedas que han perdido su troquelado y ahora son consideradas como metal y no ya como monedas” (Nietzsche, F.,1873).

La perspectiva nietzscheana, a menudo malinterpretada como un cheque en blanco para el relativismo absurdo, es en realidad una hermosa y profunda crítica a la ingenuidad con la que se asume la objetividad de la verdad. Sin embargo, en la era de la post verdad, esta crítica puede ser peligrosamente tergiversada para justificar la proliferación de la mitomanía. Si “toda verdad es una ilusión”, entonces ¿por qué no crear nuestras propias ilusiones, nuestras propias “realidades” a la medida de nuestros deseos? La respuesta de Nietzsche a esto no es un nihilismo que anule toda validez, sino un llamado a la honestidad intelectual y a la voluntad de poder que busca la superación y la creación de valores vitales, no el autoengaño cómodo. La mitomanía, al fabricar realidades cómodas y sin fundamento, es precisamente lo contrario de esa voluntad de poder que se atreve a enfrentar la dureza de lo real. El problema no es Nietzsche, son los nietzscheanos.

Frente a esta marea de subjetivismo y patrañas naturalizadas, la filosofía tiene un papel crucial. No se trata de regresar a dogmas inamovibles, sino de reafirmar la importancia del rigor intelectual, el pensamiento crítico y la búsqueda honesta de la verdad. Como diría Kant, la razón debe ser nuestra guía, instándonos a “pensar por uno mismo” y no aceptar verdades prefabricadas sin un examen crítico. La ética de la creencia, es decir, la responsabilidad moral que tenemos al formar y mantener nuestras creencias, se vuelve más urgente que nunca. Recordemos que en su ensayo titulado “¿Qué es la Ilustración”, Kant exhorta: "¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!" (Kant, I. (1784), convirtiéndose así en un llamado perenne a la autonomía intelectual frente a la heteronomía del pensamiento ajeno o la ceguera autoimpuesta por la creencia infundada.

En fin, queridos lectores, la mitomanía social no es un simple problema psicológico de los tantos patanes que nos rodean, sino que se trata de un síntoma de una sociedad que ha comenzado a perder su ancla en la realidad compartida. Reafirmar el valor de la verdad, la importancia de la evidencia y la necesidad de un lenguaje que aspire a la precisión y no a la manipulación, es una tarea filosófica, educativa y cívica impostergable. Solo así podremos reconstruir los puentes del entendimiento y evitar que la realidad se disuelva en un mar de invenciones y caprichos personales.

El autor es Docente. Escritor. Filósofo
San Juan - Argentina

domingo, 29 de junio de 2025

Por Alfredo Cruz Polanco
alfredocruzpolanco@gmail com
Diario Azua / 29 junio 2025.-

“Podré ser derrocado como cualquier presidente, puede ser derrocado en América Latina, pero no seré deshonrado. Cuando salga del poder tendrán que reconocer mi honestidad”. J.B.

Al conmemorarse el 30 de junio de lo corriente, el 116 aniversario del nacimiento del prócer dominicano Juan Bosch y Gabiño, propicia es la ocasión para recordar algunas de sus cualidades, valores y virtudes morales que siempre lo caracterizaron en todos sus actos públicos y privados, así como algunas muestras de desprendimiento, sacrificios y humildad, en un momento en que estas brillan por su ausencia en el liderazgo político de nuestro país, el cual está siendo afectado por una gran crisis de valores, de principios éticos y morales.

Del expresidente Juan Bosch es mucho lo que se ha escrito, hablado y aclamado sobre su figura como escritor, educador, cuentista, historiador, ensayista, político y humanista, pero son muy pocos los que se han detenido a emular su trayectoria de vida; a reconocer y a practicar con el ejemplo dichas virtudes morales, tal como él lo hizo.

Durante los siete meses de su gobierno, Juan Bosch evitó que las riquezas que el pueblo dominicano logró preservar de la dictadura de Trujillo fueran festinadas y repartidas entre los sectores de la oligarquía y por los depredadores del sistema político.

Aplicó un plan de austeridad, evitando el derroche y renunció a los privilegios existentes. Disminuyó el sueldo de los funcionarios públicos, comenzando con
el suyo.

Hoy que muchos funcionarios, senadores y diputados no han presentado su declaración de patrimonio, o no la han presentado correctamente, de acuerdo a la Ley 311-14, es importante que observen cómo fue su conducta y su accionar en la política.

En la declaración jurada de bienes de él y de su esposa, Doña Carmen Quidiello de Bosch, hecha antes de juramentarse como Presidente de la República el 27 de febrero de 1963, hicieron constar que no poseían ninguna clase de bienes muebles e inmuebles, propiedades ni acciones de ningún tipo; fondos ni dinero, tanto en el país como en el extranjero, que vivían en una humilde vivienda rentada, cuyos escasos ajuares fueron adquiridos a crédito y estaban aún pendientes de pagos.

La Constitución con la cual gobernó el Presidente Bosch, conocida como la “Constitución del 63”, de la cual fue su principal ideólogo, fue respetada hasta el último día de su gobierno, considerada como la más progresista, avanzada, democrática y la de mayor justicia social.

Cuando renunció del PRD para fundar el Partido de la Liberación Dominicana en 1973, no contaba con recursos financieros para poder llevar a cabo las tareas políticas y para la logística que requería un partido de esta envergadura.

De ahí que sin pensarlo dos veces, se desprendió de un valiosísimo reloj Rolex que le había obsequiado el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, John F. Kennedy, durante la visita que hizo a la Casa Blanca, para que fuera vendido.

En otra ocasión, la pensión como expresidente de la República, que nunca quiso aceptar, pidió autorización al partido para reclamarla, entregando la suma acumulada por este concepto al PLD, unos 67 mil pesos, para la compra de vehículos.

A pesar de ser un expresidente de la República y un prolífero escritor de renombre y de fama internacional, no tenía una vivienda digna para su familia, sin embargo, inició un movimiento de recaudación de recursos para dotar a Don Pedro Mir, Poeta Nacional, de una vivienda, pues no se concebía que una persona de su categoría, no tuviera una vivienda digna.

Estas acciones deben llamarnos a la reflexión. Juan Bosch emuló las actuaciones del fundador de la Patria, Juan Pablo Duarte.

No es con falsos discursos de barricadas y de doble moral ante su tumba, que se le debe rendir honores a su figura.

Es actuando correctamente, cumpliendo su ejemplo de honestidad y modelo de vida en todos nuestros actos, que lo debemos siempre recordar y rendirle honores. Eso es lo que el deseaba, no con edificaciones públicas ni calles con su nombre. Al país le urge recobrar los principios y valores Boschistas. Que así sea.

domingo, 22 de junio de 2025

 

Por Oscar López Reyes
Diario Azua / 22 junio 2025.-

En 237 fosas, cadáveres lloran en el desconsuelo de la tristeza y exhalan vapores que irritan la conciencia, desabrochan picazón en la piel del “Estado de derecho” y cortan la respiración en el pecho de la ebullición colectiva, por la preocupante sospecha de una prevaricación judicial al rojo sangre. Y ese vaho de temperatura crítica que emana desde los sepulcros de los revictimizados por las leyes fabricadas para la liberación carcelaria de poderosos, que se aplican sin pudor en la parcialidad del conflicto y el santuario de la complicidad múltiple que, a menudo, desemboca en la amarga “justicia por mano propia” y en otros indeseados brotes de arrebatos por dolientes impotentes.

¡Oh, República Dominicana! ¡Oh, justicia con jueces venales y cobardes en sus malditas excusas jurídicas!, lo que no ocurre en otras latitudes. El domingo 27 de enero de 2013, en un incendio en la discoteca Kiss, en Brasil, hubo 242 muertos y 636 heridos, e inmediatamente la Justicia dictó detención preventiva contra su propietario, Elissandro Spohr, quien en un hospital intentó ahorcarse con una mangua. Y el 11 de diciembre de 2021, un tribunal sentenció a 18 y 22 años de prisión a este y otros tres imputados. Y por abusos de responsabilidad, negligencia grave, omisiones antes de las catástrofes, uso de licencias ilegales y otras tragedias en discotecas han sido condenados a prisión decenas de personas en Estados Unidos, Rusia, Rumanía, Tailandia, Macedonia del Norte y otros puntos geográficos.

¡Oh, República Dominicana!, sojuzgada por la ausencia de castigo judicial primario, cobijada en el atlas de una camarilla superestructural identificada como poder fáctico, que extralegalmente influye en favor de posesionarios de bienes, cuya adquisición reclama una investigación seria. En la tragedia del 8 de abril de 2025, ningún líder o caudillo político se pronunció contra Antonio Espaillat, dueño de la discoteca Jet Set. Para congraciarse con una persona de poder, por una motivación laboral o de otro género, periodistas de distintas estirpes abogaron por la impunidad. La historia registrará esta ignominia.

¡Oh, República Dominicana! Avasallada por legisladores que son gendarmes del conciliábulo para obstruir la aprobación de leyes sancionadoras de los actos delictuales, y togados del mercurialismo metálico que fungen como carabineros para timar, con pícara malignidad, a personas con la dignidad quebrada. Y en esa guarida se anida un árbitro con el globo ocular encorvado frente a un crucifijo, cabizbajo en su comportamiento cachazudo, maniatado y atrapado en la jaula de la presión, que avaló la libertad del imputado de un hecho que hirió las fibras más sensibles de la sociedad, para que duerma con aire acondicionado, coma a mandíbula batiente y brinde una copa de vino, junto a sus abogados defensores, para celebrar el “triunfo”.

Estamos en presencia de la máxima expresión de la anarquía y la perplejidad en el imperio de la ley, ante la mirada frustrante de la comunidad y regocijante de juristas, periodistas y políticos que se doblegan ante los ricos. Y, encogidos en ese panorama sobrecalentado por la impudicia, la deshonestidad y la desfachatez, no ayudan al imprescindible y urgente cambio del sistema económico-social los dispersos y arrugados grupos de izquierda, que con su divisionismo, sectarismo y desfase mercadológico son más activos para marchar con los homosexuales y amparar a los ilegales haitianos.

Y tenemos que reprochar, también, a los que han torpedeado la aprobación del Código Penal, que consigna condenas de hasta 40 años, como los ya mencionados congresistas; el feminismo fanático, catalizador fragmentario de los feminicidios, las estropeadas organizaciones profesionales y los comisionados de derechos humanos, que tan solo lanzan gritos favorables a los delincuentes.

Episcopales de la Iglesia Católica también han enmudecido, con los ojos vendados en la simulación de sus túnicas largas, sin desgarrarse las vestiduras ante la desolación humana. La voz del Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, el escurridizo monseñor Francisco Ozoria, solo hace sentir sus joyas ornamentales y escuchar su voz con acento ruidoso para pedir protección para los inmigrantes indocumentados.

Espantaba ver a más de 100 mujeres tiradas dolorosamente en la morgue de Patología, con las cabezas y órganos exteriores destrozados y aplastados, en un tablado dantesco, removiéndolas como bultos pesados para poder identificarlas, en el entrecruce de un olor que imponía la colocación de hasta tres mascarillas y el derrame de lágrimas resecas y enrojecidas por el impacto emocional y la intensidad de los latidos del corazón.

Ese episodio rutiló por la culpabilidad consabida en esas muertes terribles de los hermanos Antonio y Maribel Espaillat, gerente y administradora del Jet Set, que se compila en la muy conocida sobrecarga del techo de la discoteca, en el descuido concienzudo ante las señales de alerta, en las reiteradas omisiones bien sabidas e ignoradas, en la negligencia evidenciada en múltiples denuncias y revelaciones, y en el desprecio ante los reclamos de seguridad, para garantizar el ahorro de recursos con fines de lucro, como una ave carnívora.

El Ministerio Público, que hace ingentes esfuerzos por conseguir condenas -ahora sin adentrarse en el fondo creativo de las consecuencias- está facilitando la negación de la prisión preventiva de los dos imputados, porque ante la Oficina Judicial de Servicios de Atención Permanente del Distrito Nacional se limitó a tipificar el acaecimiento como un homicidio involuntario. El informe pericial preparado por una comisión de experimentados ingenieros civiles, a solicitud del Gobierno, señala como causa del colapso del tejado la acumulación progresiva de peso sobre el techo y un mantenimiento deficiente o inexistente ante las fallas visibles, las decisiones estructurales imprudentes, las intervenciones sin permisos, la negligencia y la torpeza.

¿Homicidio involuntario, simplemente, ante tantas advertencias?, o más bien culpabilidad consciente y acrecentada intencionalmente por la omisión deliberada, y un “homicidio por negligencia agravada con móvil económico”.

Toca al Ministerio Público y a los jurisconsultos más avezados estudiar más profundamente el valorado Informe Pericial dispuesto por la máxima autoridad de la nación y los más variados artículos del Código Penal para formular otra tipificación que amplíe la tesis del homicidio involuntario y logre un castigo severo en el calabozo de no menos de 20 años.

Se precisa desvertebrar la correlación de los déficits, aplicar justicia para aplacar el subyacente sentimiento de dolor colectivo, que medra en la panza de la insaciabilidad financiera o hasta dolosa y la inmoralidad, que erosionan los secretos de la estulticia, la hipocresía y el conventículo auspiciado por juristas que son perros guardianes para justificar la inculpación del crimen y burlar a la raza humana.

La ausencia de justicia levanta crespones negros, promueve el malestar individual y colectivo en la ruta de la destrucción de la democracia y la imposición del autoritarismo. Quien ha cometido o ha sido culpable de una mortalidad alta en número, jamás tendrá paz, y estará siempre en el espinazo del escarnio público. Y podrá ser juzgado, así lo concebimos, por tres instancias o sistemas de justicia oficial, informal y místico:

1.- La Justicia Legal del Estado. Ese ordenamiento se revela vulnerable, ya por la errática interpretación de los jueces de las normativas legales, ya por ser vendibles o por presión ante el acusatorio del Ministerio Público o afectados.

2.- La Justicia del Pueblo. Este mecanismo individual y no instrumentado aparece por la indignación e impotencia latente en el corazón de cada ciudadano o perjudicado, que consiste en protestar ante la ausencia de castigo de un imputado, como son juzgarlo en la audiencia en una plaza pública, quemar su fotografía, despreciarlo en espacios públicos, efectuar manifestaciones con pancartas, encender velas, dar cacerolazos o accionar -fórmula improcedente- con un puñal o arma de fuego contra el impetrante no castigado por la justicia del Estado.

3.- La Justicia Divina. Los creyentes confían en la implacable justicia paradisiaca: arder en el infierno, sufrir en el lecho de muerte, y los ateístas axiológicos o constructivistas creen en el castigo por la fiereza de un ciclón, un terremoto y un tsunami; o penando en la hoguera de la angustia existencial por el sentimiento de culpabilidad.

Apostemos a uno de los tres eslabones, porque uno de ellos se impondrá en el juicio de la razón, amparado en la ética secular. Nadie que haya sido responsable de masivas pérdidas de seres humanos morirá en la comodidad, porque el sufrimiento lo abrazará aunque también evada el fuego del infierno y llegue, con trapisondas, más allá de las nubes, en un paraíso de paz y gloria, en la vereda del trono Dios del cielo y los ángeles.

El autor es:
Periodista-mercadólogo, escritor y artículista de El Nacional y diarioazua.com
Ex Presidente del Colegio Dominicano de Periodistas

sábado, 21 de junio de 2025

 

Por Emilia Santos Frias
Diario Azua / 21 junio 2025.-

"Más bienaventurado es dar que recibir”. Este texto encontrado en Hechos 20:35, nos invita a ofrecer una mano amiga a quien sufre, a las personas más vulnerables, sin pensar hacerle un gran favor para llenar nuestro ego..., o mostrar cuán buenos, bondadosos, generosos y compasivos somos.

Lo cierto es que más allá de reconocernos y alabar nuestras cualidades, nos convoca a reflexionar acerca de la actitud de servicio: un compromiso incluso espiritual, cristiano, inculcado por nuestro Padre Creador, quien es bondad.

Cada corazón compasivo, generoso, desinteresado, tiene a Dios como norte, y lo exhibe en su amor al prójimo. Al buscar el bienestar para la colectividad. “Hay más bendición en dar que en recibir”. Afortunadamente, podemos hacer el ejercicio de servir a los demás desde diferentes áreas de la vida, al perdonar, ofrecer ayuda material, orar y extender nuestra mano amiga a quien sufre o está necesitado de apoyo...

En ocasiones ese apoyo no necesariamente es dinero, puede ser tiempo de calidad, un oído que sabe escuchar con paciencia, un abrazo, una acertada recomendación, incluso simplemente acompañar en silencio.

En ese aspecto, para alcanzar paz y el bienestar que esta nos aporta, es necesario vivir una vida desde la generosidad y el servicio a nuestros semejantes. Cuando ejercitamos dar a los demás, encontramos para nosotros y para quienes amamos, felicidad y bendición.

Si el omnipotente en su magnanimidad inherente es benevolente con nosotros, ¿qué nos impide emular o reciprocar sus acciones en nuestro prójimo? Ejemplos de generosidad, compasión, amabilidad, benignidad, y amor, nos elevan como seres humanos.

Sin lugar a duda, hay felicidad y satisfacción cuando damos sin esperar recibir nada a cambio. Sin trueque, simplemente ofreciendo solidaridad desde el amor. De forma genuina y sin imposición, desde la alegría.

“Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría”. 2 Corintios 9:7.

La actividad de dar, fortalece nuestro sentido de propósito en la vida. Se recalca que: “Dios ama al dador alegre”, y sencillamente, quien se convierte en uno, posee actitud positiva, dispuesta, motivada, voluntaria..., al hacer la obra: realizar ofrendas y donaciones.

Estamos seguros de que el Divino derrama bendiciones sobre el dador alegre, y estas, fortalecen su espiritualidad y vida terrenal. Él nos ama tanto que nos dio a su propio Hijo, Jesús, para bienaventuranza de toda humanidad. Para ello, debemos afianzar nuestro plan de salvación conforme sus designios.

Abracemos entonces, con amor y júbilo, la virtud denominada generosidad. Como indica Filipenses 4:4, “Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!”. Tengamos presente que nuestro servicio, ayuda a quien sufre, al estar privado o con carencia de garantía de derechos humanos, fundamentales..., impactamos de forma positiva vidas.

El desinterés es felicidad y plenitud personal. El que es generoso prospera, dice Proverbios 11:25. Estas líneas hacen hincapié en ello. Mediante ellas, hoy te invito a que juntos cultivemos este agradable hábito. A que ejercitemos gratitud, generosidad, escucha activa...,. no solo ofrezcamos cosas materiales, sino, también atención y tiempo significativo, estos, son actos de bondad.

Hasta pronto.

La autora reside en Santo Domingo
Es educadora, periodista, abogada y locutora.


Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 21 junio 2025.-

"Solo la ignorancia nos hace intolerantes." Charles Peguy

Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre un dilema que, a pesar de su antigüedad, aún tiene urgente vigencia, a saber, la intrínseca conexión entre la intolerancia y la necedad. Nos adentraremos en cómo esta peligrosa amalgama no solo dificulta, sino que a menudo hace prácticamente imposible la consecución de la paz en un mundo que parece inclinarse, cada vez más, hacia la insensatez. A través de la filosofía, siempre crítica, nunca servicial, explicaremos cómo esta ceguera intelectual y moral se convierte en el cimiento de conflictos y divisiones, pero también, y de manera crucial, intentaremos abrir una ventana a la esperanza de que la razón y la comprensión aún pueden prevalecer.

En su “Libro de los seres imaginarios” (1967), Jorge Luis Borges atribuye a Confucio la siguiente máxima: “El hombre superior es tolerante, el hombre inferior es intolerante” (Borges, 1967, p. 245). Esta sentencia poderosa, tan concisa como profunda, nos introduce en la complicada relación entre la intolerancia y la necedad, un binomio que se impone como obstáculo insalvable para la paz en un mundo que, con frecuencia alarmante, se revela sumido en la estupidez y la maldad.

En su acepción filosófica, la necedad trasciende la mera falta de conocimiento. Es, más bien, una obstinada adhesión a la propia ignorancia, una cerrazón a la posibilidad de la duda y del aprendizaje. Es, como diría Sócrates- de acuerdo con la interpretación platónica-, la ignorancia de la propia ignorancia. El necio se aferra a sus verdades preconcebidas, a sus prejuicios y dogmas, con una convicción que raya en la patología mental. No hay espacio para el diálogo, para la confrontación de ideas, para la crítica y mucho menos para la autocrítica. Su mundo es un monolito inquebrantable, ajeno a la complejidad del mundo y a la pluralidad de todo lo que en él acontece.

La precitada cerrazón es el caldo de cultivo ideal para el surgimiento de la intolerancia. Si la verdad es una y monolítica, si yo soy el poseedor de esa verdad, entonces todo aquel que disienta de ella es un error, una desviación, un enemigo o una amenaza. La intolerancia, por tanto, no es sólo la incapacidad de aceptar lo diferente, sino la necesidad de exterminar lo diferente. Como afirma con atino Hannah Arendt en su obra “Los orígenes del totalitarismo” (1951), “la intolerancia, como la comprensión, se ha manifestado en la capacidad de comprender lo que no se había entendido antes y la incapacidad de concebir aquello de lo que no se tenía experiencia” (Arendt, 1951, p. 438). En pocas palabras, para Arendt el necio, al no poder comprender la multiplicidad, busca imponer la uniformidad.

El resultado de esta fusión entre la necedad y la intolerancia es, sin duda alguna, la violencia, en sus múltiples manifestaciones. Desde la agresión verbal hasta la persecución física, desde la discriminación sutil hasta el genocidio más aberrante, la historia de nuestra humanidad es un testimonio elocuente de cómo la cerrazón mental se traduce inevitablemente en sufrimiento. Al respecto, José Ortega y Gasset, en “La rebelión de las masas” (1930) advirtió sobre la “barbarie del especialismo”, una forma de necedad que se manifiesta en la incapacidad de ver más allá del propio ámbito del conocimiento, generando así una intolerancia hacia todo lo que no encaja en su estrecho horizonte: “El especialista ‘sabe’ muy bien su mínimo rincón del universo, pero ignora de raíz todo lo demás” (Ortega y Gasset, 1930, p. 177). En este contexto, el “hombre-masa”, en su autocomplacencia y autosuficiencia intelectual, se vuelve refractario al pensamiento crítico y a la apertura de los aportes de los otros.

Ahora procedamos a analizar el concepto mismo de paz que, desde la filosofía, dista de ser la inexistencia de conflicto o el simple interludio entre guerras. Pensadores gigantes, a lo largo de la historia, han buscado dotar a la paz de un significado más profundo, elevándola de un estado pasivo a una condición activa y virtuosa de la existencia humana y social. Si bien encontraremos diferencias entre perspectivas, notaremos una sola coincidencia: en un mundo regido por necios y estúpidos, es imposible que haya paz.

Para Platón, por ejemplo, la paz en la polis (ciudad-estado) estaba intrínsecamente ligada a la justicia y la armonía interna. En su obra “La República”, la ciudad ideal es aquella donde cada parte cumple su función y donde la razón gobierna sobre los apetitos y las pasiones. La discordia y el conflicto (la stasis) dentro de la ciudad eran vistas como la antítesis de la paz. Por tanto, para Platón, la paz se lograba a través de una correcta organización social y una vida individual virtuosa, donde la justicia garantiza el equilibrio y la estabilidad (Platón, La República, Libro IV, 433a-b). Evidentemente, la paz no era un mero cese de hostilidades, sino un estado de orden y rectitud por el que valía la pena esforzarse, cada uno desde su lugar.

Por su parte, Aristóteles también valoraba la paz como un bien, pero la entendía como el fin de la guerra, no como un fin en sí mismo absoluto, sino más bien como condición necesaria para la vida buena y la búsqueda de la virtud. Para él, la eudaimonía (felicidad o florecimiento humano) era el objetivo supremo, y la paz permitía el desarrollo de las actividades que conducen a esa plenitud. En su “Política”, Aristóteles discute cómo la mejor constitución debe orientarse a la paz para que los ciudadanos puedan dedicarse a la vida virtuosa y al ocio noble- es decir, tiempo libre para formarse, no para ser fanáticos de noticieros mediocres- que permite el desarrollo intelectual y moral (Aristóteles, Política, Libro VII, 1333a-b). Vista así, la paz es la base para el ejercicio correcto de la razón y el funcionamiento armónico y ordenado de la vida cívica.

Pero es quizás Baruch Spinoza quien ofrece una de las definiciones más concisas y poderosas para la paz, alejándose definitivamente de la idea de una mera pasividad. En su estupendo “Tratado teológico-político”, Spinoza afirma que “la paz no es una ausencia de guerra, es una virtud que brota de la fortaleza de ánimo, de la confianza y de la justicia” (Spinoza, 1670, Capítulo III). Aquí, la paz se convierte en una cualidad intrínseca del ser, una disposición activa del espíritu que se manifiesta en la benevolencia, la confianza mutua y el establecimiento de la justicia. Para él, la verdadera paz no puede ser impuesta desde el exterior, sino que surge como una fuerza interior y de un compromiso con principios éticos y racionales.

Finalizando con el marco teórico filosófico, Kant en su ensayo titulado “Sobre la paz perpetua”, aborda la paz desde una perspectiva jurídica y moral, proyectándola no sólo como un estado interno sino como una aspiración global. Kant argumentaba que “la paz no es el estado natural de los hombres” sino que “debe ser instaurada” (Kant, 1795, Primera Sección). En esta perspectiva, la paz perpetua es un ideal regulativo hacia la cual la humanidad debe tender a través del establecimiento de una federación de estados libres, regidos por el derecho público y el respeto a la autonomía de cada nación y cada individuo (pobre Kant, si pudiera ver cómo funciona la ONU en la actualidad, se llevaría menuda decepción). Se trata de un concepto de paz que se orienta hacia un orden internacional basado en la razón, la justicia y la cooperación, donde la guerra es proscrita como un medio ilegítimo de resolución de conflictos. Es, en pocas palabras, una paz que se construye activamente, a través del derecho y la moral, y no una simple cesación de la violencia.

La paz, en este panorama, se convierte en una quimera. ¿Cómo construir la armonía social si cada individuo o grupo se atrinchera en sus propias “verdades”, negándose a escuchar y a comprender al otro? La paz no es la ausencia de conflicto, sino la capacidad de resolverlo de manera constructiva, a través del diálogo y el respeto mutuo. Pero, para ello, se requiere una dosis de humildad intelectual, la disposición a reconocer que nuestra propia “verdad” puede ser parcial o incompleta, y que la verdad del otro puede enriquecernos. Esto es, precisamente, lo que le falta al necio intolerante.

A pesar de este panorama sombrío, queridos amigos, no todo está perdido. La esperanza reside en la capacidad del ser humano para trascender su propia necedad. La educación, en su sentido más amplio, es una herramienta fundamental para liberar de este tipo de estupidez naturalizada a los ciudadanos del presente y del futuro (lo que vienen de arrastre, poco arreglo tienen realmente). No se trata sólo de acumular conocimientos, sino de cultivar el pensamiento crítico, la empatía, la capacidad de dudar y de cuestionar, como también de participar activamente en el rol cívico en pos de un bien común. Se trata de formar individuos que, como diría Immanuel Kant en “Qué es la Ilustración” (1784), sean capaces de salir de su “minoría de edad” y de pensar por sí mismos: “La minoría de edad es la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro” (Kant, 1784, p. 25).

La filosofía, en este sentido, juega un papel crucial, en tanto que al invitarnos a la reflexión, al análisis de nuestras propias ideas y a la confrontación con las ideas de los demás, nos abre las puertas a una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo en el que habitamos. Nos enseña que la verdad es un camino, no un destino, y que la tolerancia es el combustible que nos permite transitarlo junto a otros. En este sentido, la paz no es un regalo que cae del cielo, sino una construcción colectiva que exige un esfuerzo constante por despojarnos de la necedad y abrirnos a la complejidad del mundo y a la riqueza de la diversidad sin pretensiones de imposición alguna. Solo así, superando la tiranía de la propia ignorancia, podremos vislumbrar la posibilidad de un futuro más pacífico y justo, o sea, menos necio y violento.

jueves, 19 de junio de 2025


Por Lisandro Prieto Femenía
Diario Azua / 19 junio 2025.-

"No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero sí sé que la Cuarta Guerra Mundial será con palos y piedras." Albert Einstein

Otra vez, la sombra de una gran guerra se cierne sobre el Medio Oriente, una región que parece estar condenada a un ciclo interminable de violencia y tensión. Los recientes intercambios de ataques directos entre Israel e Irán han encendido todas las alarmas globales, llevando a la comunidad internacional al borde de un abismo cuya profundidad y consecuencias aún son incalculables. Lo que hasta hace poco se manifestaba a través de guerras subsidiarias y enfrentamientos asimétricos, ha escalado a una confrontación abierta que redefine el tablero geopolítico y exige una profunda reflexión sobre las verdaderas causas y los devastadores efectos de semejante beligerancia.

La situación actual es de una volatilidad extrema. Tras el ataque israelí a un consulado iraní en Damasco, al que siguió una represalia iraní con drones y misiles, y una posterior respuesta israelí sobre objetivos militares de inteligencia dentro de Irán, la región se encuentra en un punto de inflexión. Cada acción parece estar generando una reacción, tejiendo una red de represalias que amenaza con arrastrar a más actores a un conflicto a gran escala. Las informaciones de inteligencia y los análisis militares se centran en la capacidad de disuasión de cada parte, en la precisión de sus armamentos y en la contención- o la falta de ella- de sus aliados internacionales. Sin embargo, más allá de la fría lógica estratégica, subyace una serie de interrogantes que, desde una perspectiva filosófica y crítica, resultan ineludibles.

En este ciclo de venganza interminable, ¿a quién le sirve realmente este conflicto? ¿Quiénes son los verdaderos artífices de esta espiral de violencia y quiénes se benefician de la inestabilidad perpetua en una región tan rica en recursos y tan vital estratégicamente? En contrapartida, ¿quiénes son los grandes perdedores, aquellos que pagarán el precio más alto por decisiones tomadas en despachos y palacios lejanos o en la euforia del fervor imperial o nacionalista?

Este tipo de preguntas no circulan en ningún medio de comunicación ni salen de la boca de ningún comunicador del prime time, justamente porque nos obligan a pensar, es decir, ir más allá de la mera descripción de los eventos y a indagar en las capas más profundas de poder, interés y sufrimiento humano. La geopolítica nos ofrece un marco para entender las dinámicas de poder entre Estados, las alianzas cambiantes y la lucha por la hegemonía regional. Pero la filosofía nos interpela sobre la ética de la guerra, la responsabilidad de los líderes y el valor intrínseco de la vida humana.

La retórica del “ojo por ojo” que ha dominado estas últimas semanas de confrontación directa entre Israel e Irán ha cristalizado en acciones militares muy precisas y calculadas, pero de un riesgo incalculable. Los ataques iraníes, que incluyeron el lanzamiento de cientos de drones y misiles hacia el territorio israelí, fueron presentados como una respuesta directa al bombardeo de un anexo consular iraní en Damasco que resultó en la muerte de altos mandos de la Guardia Revolucionaria. La defensa israelí, apoyada por una coalición internacional liderada por Estados Unidos, logró interceptar la vasta mayoría de estos proyectiles, minimizando los daños materiales y, crucialmente, evitando víctimas mortales significativas. Sin embargo, la posterior respuesta de Israel sobre objetivos militares y de inteligencia en Isfahán, Irán, aunque de alcance limitado y con aparente intención de enviar un mensaje de capacidad más que de aniquilación, mantuvo viva la llama de la tensión.

Detrás de los titulares sobre interceptores y drones, la verdadera tragedia se desarrolla lejos de los cálculos estratégicos. Son los civiles, de ambos lados y en toda la región, quienes se encuentran atrapados en la encrucijada de esta peligrosa escalada. En Israel, la población vivió horas de incertidumbre bajo la amenaza de los misiles, con el trauma latente de la guerra. En Irán, la noticia de los bombardeos, aunque minimizada oficialmente, alimenta el temor a una confrontación abierta que podría devastar la infraestructura y la vida cotidiana. Como señalaba el filósofo Immanuel Kant en su ensayo titulado “Sobre la paz perpetua”, “el estado de paz entre los hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza… el estado de paz debe ser establecido”. La realidad de hoy dista mucho de esta visión kantiana, con la seguridad de los ciudadanos constantemente en vilo, y la esperanza de una vida normal sacrificada en el altar de las ambiciones geopolíticas de dos o tres degenerados que deciden por ellos y sobre ellos. Las familias se preparan para lo peor, los niños crecen bajo la sombra de la amenaza constante, y la vida se convierte en una serie de pausas entre alarmas y ataques de noticias. Las economías locales, ya frágiles, se resienten aún más, y la inversión en armas desvía recursos que podrían destinarse a producción, salud, educación o desarrollo social.

En el tablero de este conflicto, los actores principales se encuentran impulsados por su propia percepción de seguridad existencial y ambiciones regionales. Teherán, con su teocracia y una Guardia Revolucionaria que extiende su influencia más allá de sus fronteras, busca consolidar su poder en el “eje de la resistencia”, desafiando la hegemonía regional y protegiendo sus intereses, incluyendo sus programas nucleares y de misiles. Del otro lado, Jerusalén, con un gobierno que prioriza la protección de su población y su territorio, percibe la expansión iraní y su retórica como una amenaza directa a su supervivencia, lo que pareciera justificar sus acciones preventivas y reactivas.

Pero esta confrontación no se limita a dos capitales. Se extiende como una vasta red de intereses y alianzas, donde los actores indirectos ejercen una influencia considerable. Grupos como Hezbollah en Líbano, Hamas en Gaza o los Hutíes en Yemen operan como brazos armados de la proyección de poder iraní, capaces de abrir múltiples frentes y desestabilizar rutas comerciales vitales. Del lado israelí, el apoyo inquebrantable de los Estados Unidos ha sido un pilar fundamental en la disuasión y defensa, con Washington actuando como garante de seguridad y, a su vez, como mediador para evitar una escalada incontrolable. Sin embargo, el rol de Estados Unidos no es ajeno a sus propios intereses estratégicos en el control del flujo energético global y la contención de rivales.

Mientras tanto, potencias como Rusia y China observan con cautela, buscando proteger sus propias esferas de influencia y sus relaciones con todos los actores, a menudo utilizando su peso diplomático para oponerse a intervenciones occidentales o para abogar por una estabilidad que favorezca sus intereses económicos. Los países árabes moderados, como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, aunque comparten la preocupación por la influencia iraní, temen ser arrastrados a una guerra regional que devastaría sus economías y sociedades. Europa, por su parte, clama por la desescalada, consciente de las ramificaciones económicas, energéticas y migratorias de un conflicto ampliado.

Así, las posibilidades futuras se mueven en una cuerda floja, tensa entre el estallido total y la precaria esperanza de un cese el fuego. La doctrina actual parece ser una disuasión mutua, donde ambos bandos calibran sus golpes para enviar un mensaje de capacidad y voluntad sin provocar una guerra abierta que, dadas las consecuencias catastróficas, ninguno parece desear plenamente. Pero esta línea es peligrosamente fina. Cualquier error de cálculo, cualquier ataque no intencionado o cualquier acción percibida como una humillación insoportable, podría romper el delicado equilibrio y desencadenar un conflicto a gran escala con ramificaciones globales.

La búsqueda de un acuerdo de paz o un cese el fuego requeriría una diplomacia hoy inexistente, es decir, exhaustiva y multifacética, involucrando a potencias globales y regionales. Sería necesario abordar las causas subyacentes de la desconfianza y la hostilidad, incluyendo las ambiciones nucleares de Irán, la cuestión palestina, la seguridad de Israel y la influencia iraní en la región a través de sus proxies. Como argumenta el teórico político John Mearsheimer en su obra “La tragedia de la política de las grandes potencias”, los Estados “están condenados a competir por el poder, porque el sistema internacional es anárquico y las capacidades militares son los medios con los que los Estados pueden sobrevivir”. Superar esta lógica de suma cero requeriría un cambio paradigmático en la percepción de seguridad y una voluntad genuina de compromiso. Básicamente, un milagro. No obstante, la historia nos enseña que, incluso en los escenarios más sombríos, la diplomacia y el diálogo pueden abrir brechas hacia la desescalada. El cese el fuego, por más precario que sea, es siempre preferible a la anarquía de la guerra, ofreciendo un respiro a los civiles y una oportunidad para la razón y la sensatez.

Más allá de las fronteras de Oriente Medio, la escalada actual entre Israel e Irán proyecta una sombra ominosa sobre el orden mundial. Como dijimos previamente, las ramificaciones económicas son inmediatas y profundas: la interrupción del suministro de petróleo a través del Estrecho de Ormuz, una arteria vital para el comercio global, disparará los precios energéticos a niveles insostenibles, desestabilizando los mercados y las economías ya fragilizadas. Las cadenas de suministro globales, aún recuperándose de crisis anteriores, se verían severamente afectadas, impactando desde la producción industrial hasta el coste de vida de millones de personas en cada rincón del planeta.

En el ámbito político, un conflicto abierto desafiaría la ya patética y erosionada arquitectura de la gobernanza actual. Las organizaciones internacionales y el derecho internacional, también en terapia intensiva hace años, se verían aún más debilitados si las potencias no logran contener la beligerancia. Se intensificarían las divisiones entre bloques, con el riesgo de acudir a una nueva Guerra Fría que polarice aún más las relaciones internacionales, desviando la atención y los recursos de desafíos globales apremiantes como las pandemias, la desigualdad y la pobreza. La proliferación nuclear, ya una preocupación latente, está cobrando una urgencia aterradora, ya que la inestabilidad puede incentivar a otros Estados a buscar capacidades atómicas como medida de seguridad.

Los grandes perdedores, en última instancia, somos todos los seres humanos que no tenemos acceso a la protección total de los jefes de Estado. La guerra, en su esencia, es un fracaso de la razón y la empatía. Cada explosión, cada vida perdida, cada desplazamiento forzado no es sólo una estadística, sino una herida en el tejido colectivo de nuestra ya vapuleada civilización. Este conflicto, como tantos otros, revela la cruda realidad de que la seguridad de una nación a menudo se persigue a expensas de la seguridad y el bienestar de otras, creando así un círculo vicioso de miedo, agresión y muerte masiva.

Frente a este panorama espantoso, nuestra postura no puede ser otra que la de una neutralidad activa en favor de la paz. No se trata de culpar a unos u otros, sino de reconocer la complejidad histórica y las múltiples capas de agravios que alimentan esta confrontación. La paz, sin embargo, no es la ausencia de conflicto, sino la capacidad de resolverlo sin recurrir a la violencia, a través del diálogo, la negociación y el respeto mutuo. Es imperativo que la comunidad internacional abandone la red social X y redoble sus esfuerzos diplomáticos. La presión concentrada sobre todos los actores, directos e indirectos, para que se abstengan de nuevas acciones militares y se sienten a la mesa de negociaciones es crucial. Se necesitan garantes confiables y marcos robustos que permitan una desescalada sostenida y el inicio de un proceso de construcción de confianza a largo plazo.

Por último, queridos lectores, es preciso indicar que el cese el fuego no es sólo una tregua militar, sino un imperativo moral. Es la única vía para romper el interminable ciclo de venganza, para sanar las heridas, para reconstruir las sociedades y para que las futuras generaciones no sigan heredando un legado de odio, resentimiento y destrucción. Es hora ya de que la razón sensata guíe la geopolítica, y que la humanidad elija el camino de la ardua concordia sobre el abismo de la exterminación.
 El autor es:
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan - Argentina

Por Néstor Estévez
Diario Azua / 19 junio 2025.-

Señores, la estupidización “va en coche”. Aunque, en honor a la verdad, creo que cuenta con medios mucho más veloces.

Me explico: lo que antes implicaba espera, que muchas veces parecía eterna, ahora suele ser asunto de “un clic”. De entrada, todo parece color de rosa. ¡Se acabó el esperar! Y eso, cuando se toma a la ligera, parece bueno y hasta genera una extraordinaria sensación de poder.

Pero, ¿es realmente positivo que todo ocurra “a la velocidad del rayo”? ¿Cómo influye la rapidez en las interacciones humanas? ¿Cuáles son las consecuencias de conseguir objetivos “más rápido que a la carrera”?

Al tema se refiere Daniel Kahneman, en su libro Pensar rápido, pensar despacio. El científico reseña que el pensamiento rápido resulta eficiente para situaciones donde la solución es conocida y hasta familiar, mientras que el pensamiento lento es necesario para problemas difíciles o que requieren un análisis cuidadoso, como resolver una operación compleja o tomar una decisión de negocios.

Estupidización por sus fueros

De manera generalizada asociamos la estupidez con la lentitud para pensar y entender. De hecho, la RAE la define como “torpeza notable en comprender las cosas”. Pero algunos estudiosos plantean que se trata de algo mucho más profundo y dañino.

Dietrich Bonhoeffer, pastor y pensador alemán, dice que “la estupidez es más peligrosa que la maldad”. Explica que el mal se ve y se puede combatir, pero la estupidez es como un muro: no escucha razones ni acepta hechos, y puede ser usada por personas malintencionadas para engañar o controlar a otras. Así, un grupo de gente que no piensa por sí misma puede permitir que sucedan cosas malas sin darse cuenta.

La tecnología, sobre todo cuando se usa sin criterios claros, se convierte en generadora de estupidez. Una muestra de ello es un fenómeno con nombre en inglés: el phubbing. Es algo muy común. Consiste en poner más atención al teléfono celular que a la persona con la que se “interactúa”. El término está compuesto por las palabras inglesas “phone” y “snubbing” (teléfono y desaire, en español).

Estudios recientes han demostrado que el phubbing provoca que las personas se sientan tristes, excluidas y desconfiadas. Algunos tratadistas han encontrado que, si alguien interrumpe la conversación tres veces por estar pendiente al teléfono, la otra persona experimenta una emoción negativa y termina perdiendo la confianza.

Y todavía más: explican que el phubbing no solo afecta a quien es ignorado, sino que también causa malestar en quien lo practica. Sostienen que el hecho de no hablar cara a cara puede ser una forma de "estupidez". Explican que, en esos casos, por no prestar atención, no usamos la razón para entender a la otra persona.

Esta situación genera serias dificultades en las relaciones humanas. Provocar o permitir que el teléfono interfiera puede llegar a ser motivo de conflictos y sentimientos heridos entre amigos, familiares, en el trabajo y hasta entre parejas. A esto se suma la reducción en la confianza ante quien parece dar más importancia a su celular que a la relación. Y, como si faltara más, el daño se completa con la soledad y desconexión, que se disfrazan de “compañía virtual”, y terminan reduciendo el rendimiento por déficit de concentración.

Por fortuna hay ejercicios sencillos que solo requieren disposición y terminan ayudando a que nos mantengamos humanos, felices y productivos. Hay muy buenos resultados con prácticas como compartir sin celulares o tener momentos de juego sin pantallas. Esto ayuda a escuchar y conversar cara a cara.

Algunos expertos recomiendan silenciar notificaciones y apagar celulares durante las comidas, en clase o en otras actividades que requieran concentración. Otra ayuda clave consiste en leer textos largos, pensar y hacerse preguntas al respecto. ¿Cómo me siento con esto? Esa pregunta es de gran valor para escoger lo que aporta y desechar lo que daña.

Existen valiosos juegos de concentración que ayudan a prestar más atención. Pero también hablar con respeto y honestidad sirve para apoyar a relacionados que van en camino a dejarse arrastrar por la corriente.

Como se puede apreciar, con prácticas sencillas nos encaminamos a analizar lo que nos llega y a no asumir todo sin pensar. Pero lo más importante: así logramos escaparnos de la estupidización acelerada.


Testigo del tiempo

Por J.C. Malone
Diario Azua / 19 junio 2025.-

El ataque de Israel contra Irán es una copia al carbón del que lanzó George W. Bush contra Irak en el 2003. Usan los mismos argumentos. Ayer, acusaron a Sadham Hussein de tener armas de destrucción masiva, todo era mentira, hoy acusan a Irán de “querer tener” las mismas armas, también es mentira. Tulsi Gabbard, la Directora Nacional de Inteligencia, niega que Irán tenga programa nuclear.

Bush quería controlar el petróleo iraquí, y el presidente Donald Trump quiere controlar el iraní.

Ayer el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu estuvo detrás de las decisiones de Bush, hoy está “delante” de las decisiones de Trump, esta es una operación conjunta. Trump hizo el planteo más descabellado que ha hecho desde “desalojar” a los palestinos de Palestina. Trump “invitó” a los residentes de Teherán, la capital de Irán, unos 10 millones de personas, a “desalojarla”.

Esto se puede complicar, si esta guerra interrumpe el suministro de petróleo iraní a China su economía colapsará. Esto podría duplicar los precios del petróleo de $75 a $150 el barril la inflación se tragará todas las economías.

Quizá Trump espera que esta Guerra unifique la nación en torno a él.

Estados Unidos perdió en Vietnam, Iraq y Afganistán, Irán es superior a esos países, y está militarmente más preparada.

Esta aventura fratricida no es improvisada, está fríamente calculada. Todo esto empezó dentro de la perversa cabeza de Netanyahu, quien está haciendo guerras para evitar la cárcel.

En su libro “Luchando contra el terrorismo”, (enero 2001) Netanyahu pide destruir los gobiernos de Irak, Irán, Siria, Libia, Líbano, Somalia y Sudán, por “patrocinar terroristas” (ellos defienden a Palestina). Nosotros ponemos votos e impuestos, para que los presidentes estadounidenses ejecuten las aventuras guerreristas de Netanyahu.

George W. Bush destruyó Irak, Barack Obama destruyó Libia, empezó a destruir Siria, Joe Biden terminó, Trump bombardeo Somalia, Israel bombardeó el Líbano, juntos, Netanyahu y Trump, atacan a Irán.

Trump prometió terminar las guerras de Ucrania y el Medio Oriente, pero ahora inicia esta Guerra con Irán.

domingo, 15 de junio de 2025

 

Por Emilia Santos Frias
Diario Azua / 15 junio 2025.-

Hoy nuestras líneas hacen análisis a otras de las grandes obras de Robin Sharma: ¿Quién te llorará cuando mueras?, un libro que ofrece más de 100 sugerencias para vivir una vida significativa, satisfactoria y encontrar su verdadero propósito al enfrentar desafíos y desarrollar habilidades.

Es un documento que aporta soluciones a dificultades que el ser humano enfrenta diariamente. Entre sus consejos está: dormir menos, pero procurar mayor calidad del descanso. Centrarnos en la calidad del sueño, no en la cantidad de horas dormidas. Por consiguiente, es preferible no comer después de las ocho de la noche.

Cenar temprano, evitar leer en la cama, ver o escuchar las noticias. Es recomendado dormir menos, pero de manera inteligente, para no perder oportunidades. Nunca dormir para evadir responsabilidades.

“Los mayores placeres suelen ser los más sencillos, como disfrutar la belleza y simplicidad de la naturaleza…, los alimentos, animales, regar una planta, sembrar un árbol…, descubrir la paz que da la naturaleza en sus pequeños detalles”.

Siempre con hincapié en descubrir nuestra vocación en la vida, porque eso, nos hace únicos y especiales. De esta forma podemos convertirnos en extraordinarios. “La vida es un camino lleno de opciones y decisiones que tomamos diariamente”.

Otra recomendación es buscar lo que nos hace feliz. Conectar con nuestro potencial y agregar valor a la vida de quienes nos rodean. Trabajar para que sea plena y llena de significado. “Mi vida es única y merece ser vivida al máximo”.

De igual forma, crear buenos hábitos, vivir cada momento con intención y propósito. “Las oportunidades perdidas rara vez vuelven a presentarse. Por eso, debemos tener autodisciplina. Ser más estrictos con nosotros mismos, para alcanzar las metas propuestas.

Para ello, tenemos que descomprimir; hacer una actividad que nos relaje: cocinar, levantarnos temprano, meditar, reír, llevar un diario, tomar fotos, leer, llevar un libro con nosotros…

El autor indica que requerimos de 21 días para crear un nuevo y buen hábito saludable. Pero, solo lograremos todo lo propuesto, con disciplina y perseverancia. ¿Quién se preocupará por mí cuando muera? Es necesario que programemos nuestras tareas diarias y dediquemos tiempo a lo que es importante para nosotros: lo que es realmente importante, como la familia, amigos, naturaleza, tiempo a solas…

Identificar en nuestra lista de tareas diarias esenciales, qué debemos dejar de hacer para ser más productivos. Al no perder oportunidades importantes, alcanzaremos el éxito y con él la felicidad que merecemos. Otra recomendación es que seamos más honestos: ser el mejor tú, más auténtico y transparente en todo lo que hacemos. Esto es, más cariñoso. 

También, realizar pequeños actos de bondad, que forman parte de nuestra cuenta de amor. Asimismo, practicar la humildad, el perdón y la gratitud. Al mismo tiempo, aprender a aceptar a los demás como son. Esto nos ayudará a vivir feliz.

Asimismo, ser positivo y vivir en el presente, son recomendaciones significativas. Poseer menos preocupación, decidir enfrentar el futuro, dejar atrás el pasado y sus errores. Porque la positividad puede cambiar nuestras vidas. De igual forma, el autor nos dice que los primeros 30 minutos al despertar cada día, son cruciales para dedicarlos a nuestras metas.

Por ejemplo, 15 minutos de ellos a contemplar en silencio la naturaleza, todos los regalos que poseemos, y visualizar un día positivo. Además, leer para mantenernos inspirados, y algo muy importante, aprender a decir no con elegancia.

Es necesario, tener un enfoque selectivo y estratégico; realizar actividades importantes y enfocarnos en ellas. Hacer las cosas correctas, y para ello, hay que seguir el ejemplo del niño curioso. Bondad, inocencia, sencillez, acción..., jamás detenernos, nunca perder la curiosidad.

Sencillamente, pensar positivo y tener una actitud creativa. En ese orden, aprender cosas nuevas cada día. ‘El que pregunta podrá ser tonto 5 minutos, pero el que no lo hace, lo será toda la vida”.

Esencial leer un libro que nos haga reflexionar y nos llene de ideas. Ver una película que me haga soñar. Escuchar música edificante, que nos llene de energía y nos haga sentir vivos. Asistir a una conferencia que aporte nuevas perspectivas y ayude a alcanzar las metas. Al tiempo de tener momentos de inspiración y motivación, para alcanzar nuevo nivel y objetivos con éxitos.

Al probar algo nuevo cada día nos reinventamos. “El éxito también se mide por los obstáculos superados en busca de triunfar”. Esto es asumir riesgos, no conformarnos con la seguridad que podamos poseer. Si no, buscar oportunidad diariamente, sin temor a los obstáculos.

En consecuencia, es necesario no olvidarnos de vivir. “La vida es una tragedia cuando dejamos morir cosas dentro de nosotros, mientras vivimos. Morimos cuando dejamos de pensar, soñar y crear nuevas ideas, cuando abandonamos nuestros sueños”. Hay que vivir plenamente y no permitir que algo lo impida.

De igual manera, revisar nuestro tiempo, priorizar el que dedicamos a nuestras familias, relacionados y amigos…, iseamos selectivos al responder llamadas o atender el teléfono o el celular!, y siempre practicar el perdón. Porque el rencor es veneno que roba paz y felicidad. Al liberarnos de el avanzamos. Dejar ir el pasado, concentrarnos en el presente y el futuro.

Es preciso que planifiquemos nuestras metas y objetivos de vida, con los plazos para alcanzarlos. No podemos perder de vista esos objetivos y metas. El pensamiento positivo tiene poder, por lo tanto, debemos evitar pensamientos negativos, estos impactan nuestra salud física y mental.

“Son fuego que queman por dentro y privan la libertad de vivir plenamente”. Como es bien sabido, producen estrés que causa daños a largo plazo: enfermedad cardiovascular…, en ese aspecto, la recomendación es cuidar nuestro cuerpo para tener vida plena y satisfactoria.

“En un cuerpo sano descansa una mente sana”. Por este motivo, la sana alimentación y hacer ejercicio nos ayuda a vivir más y en buen estado. Con una mente tranquila y equilibrada.

Además, ser productivos, no ocupados. Asegurarnos de que las tareas sean positivas y alineadas con los objetivos y las metas. Entender que el dolor es un maestro y el fracaso es un camino hacia el éxito. Así que, todos los seres humanos lo enfrentamos, pero solo se transforma si lo usamos para auto descubrirnos: crecimiento personal.

Es sensato encontrar felicidad en cada situación, sabiendo que cada dificultad nos hará más fuertes. “Centrarnos en nuestras bendiciones en vez de en nuestros sufrimientos, como forma de encontrar la felicidad interior”, entendiendo que: “siempre hay algo porque agradecer”. ¡Hay que avanzar hacia el objetivo con pequeñas acciones!

En conclusión, usar nuestras palabras con cuidado, recordar el poder de ellas. Por eso, debemos ser cuidadosos con lo que decimos y hacia dónde dirigimos nuestras conversaciones. “Las palabras son las herramientas más poderosas e importantes cuando se usan de forma responsable”.

El autor nos invita a imaginar una realidad más rica, al cultivar pensamientos positivos, porque nuestras percepciones moldean nuestra realidad. De ahí que, debemos tener una actitud optimista, y eso atraer. Las palabras tienen un impacto duradero.

Entonces, no nos preocupemos por las cosas que no pedemos cambiar; no puedo atrasar ni adelantar el tiempo. Como bien nos dice el autor. Enfoquémonos en nuestro potencial, dejando atrás preocupaciones.

Creemos momentos perfectos e impecables para nosotros y quienes amamos: nuestros entornos..., y siendo el tiempo nuestro, hay que aprovecharlo al máximo.

Sencillamente, esta obra nos invita a vivir fortaleciendo relaciones significativas y duraderas, con verdadera felicidad, creando anécdotas e historias. Contiene consejos prácticos para vivir con gratitud. Conscientes de la vida y nuestros sueños, para perseguirlos con valentía, al tiempo de entender y encontrar nuestro propósito en la vida.

Hasta la próxima entrega.

La autora reside en Santo Domingo
Es educadora, periodista, abogada y locutora.

Por Néstor Estévez
Diario Azua / 15 junio 2025.-

¿Y qué hacemos con el negocio de la comunicación? Así me preguntó un amigo y colega. Lo hizo mientras yo hablaba de educomunicación, como urgente necesidad para superar esta etapa en la que cualquiera dice y, además de que le creen, le ayudan a difundir el más soberano disparate.

Para responder a la pregunta, partamos del hecho de que los negocios nacen como una “negación del ocio”. Sencillamente, alguien detecta una necesidad y ofrece soluciones tan valiosas que otros deciden pagar por ellas. Así pasa con áreas tan básicas como la salud, la alimentación y la educación.

Bajo esta premisa, el de la comunicación se ha convertido en uno de los negocios más influyentes y, a la vez, más controvertidos de nuestro tiempo. Informar, entretener y conectar son funciones esenciales para la vida democrática y social.

Una diferencia clave para entender las complejidades del negocio de la comunicación es su carácter transversal. Cualquier negocio, incluyendo los de las tres áreas básicas que he mencionado, necesitan de la comunicación. Basta con la sencilla prueba de suponer lo que ocurriría con un establecimiento de salud, alimentación o educación que no hace saber de su existencia.

Ahora bien, con cierta frecuencia escuchamos y hasta vivimos experiencias relacionadas con quejas por malos servicios y hasta malos tratos, además de fraudes y otros delitos, en determinados negocios. Podríamos afirmar que esas y otras situaciones reñidas con el bien hacer son “pan de cada día” en múltiples negocios. Pero ¿qué ocurre cuando el negocio de comunicar entra en conflicto con los principios éticos que deberían regirlo?

Los medios de comunicación —prensa, radio, televisión, redes sociales— son hoy más empresas que nunca. Su sostenibilidad económica depende de la publicidad, las suscripciones y, cada vez más, de la famosa “monetización”.

Como es entendible, esta lógica de mercado suele tener efectos perniciosos: el más común es la primacía del clic sobre la calidad. Pero también el sensacionalismo, la polarización y la erosión de la confianza pública son síntomas de un ecosistema mediático que suele poner los intereses comerciales por encima de su función social.

Estamos viviendo una etapa con transformaciones muy aceleradas. La aparición de las famosas “plataformas” ha forzado una transformación en las narrativas mediáticas, acercando a quienes las usan a diversidad de audiencias mediante la inmediatez y la interacción directa.

Pero esta “modernización” implica serios riesgos: de un lado, el entretenimiento prima sobre la veracidad; pero también el negocio amenaza con devorar la esencia misma del oficio. Eso nos remite al reputado periodista y escritor polaco Rysard Kapuściński: "Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante".

Y como si faltara más, ahora tenemos un aceleramiento extraordinario con la irrupción de la inteligencia artificial (IA) en la producción y distribución de mensajes. Si bien la IA acelera y pone “eficiencia” a la relación con las audiencias, su uso plantea desafíos éticos significativos. Ahora se ha vuelto más necesario y urgente que los denominados medios (empresas) de comunicación adopten estándares claros para el uso ético de estas tecnologías.

Pero los retos éticos del negocio de la comunicación no se limitan a la tecnología. La transparencia y la rendición de cuentas siguen siendo asignaturas pendientes. ¿Qué ocurre en los medios con temas como participación del público y transparencia editorial? Lo real es que estos principios deberían ser adoptados como requisito para merecer la confianza ciudadana.

Hoy, la llamada “economía de la atención” recompensa los contenidos que polarizan y escandalizan, deteriorando la calidad del debate público. Las redes sociales, más que herramientas de amplificación informativa, operan como canales de desinformación y manipulación.

En este contexto, el empresariado y los comunicadores tenemos una responsabilidad urgente. Los negocios basados en la comunicación no son como cualquier otro: su materia prima es la verdad, y su impacto modela la opinión pública y la salud democrática. Es por eso que la ética no debe ser un adorno, sino el cimiento para construir modelos de negocio sostenibles y responsables.

En definitiva, el negocio de la comunicación debe preguntarse para quién y para qué comunica. Solo así podrá recuperar la legitimidad y la confianza que tanto necesita. En un mundo saturado de información, la ética es el verdadero diferencial competitivo.

 

Por Narciso Isa Conde
Diario Azua / 15 junio 2025.-


¿Entonces, no dizque EE.UU. era el país de los grandes sueños, el más desarrollado, poderoso, civilizado, libre y democrático, mágico y maravilloso del mundo? Dónde las oportunidades caían del cielo para hacer realidad todas las ilusiones.

Hasta hace unos días el sistema de medios de comunicación y opinión de este país derramaba esas y otras alabanzas, dirigidas a presentar a EE. UU. como modelo de libertades.

¿Qué le pasó al imperio y a su llamada democracia? Estamos frente a un sistema de dominación en absoluta y agresiva decadencia y descomposición, con un tránsito hacia un neofascismo desconocedor de todos los derechos de sus pueblos y demás pueblos del mundo. Fabricante de inmensas desigualdades sociales, racismo, xenofobia, homofobia, guerras y ecocidios.

Es el imperio de la minoría mega-capitalista que se consideraba dueña del mundo: represivo, genocida, criminal… El que se convirtió en el centro del sistema imperialista occidental y arrastró hacia el abismo de su descomposición a la UNIÓN EUROPEA y a sus principales potencias capitalistas.

Por mucho tiempo, su dictadura mediática, su sistema de agencias y medios de comunicación y plataformas digitales, impusieron silencios y mentiras para ocultar sus podridas entrañas; pero lo mucho, lo tanto, en el ejercicio maldades y perversidades, no solo lo ha obligado a chorrear más sangre y mucho más pus, sino a develar sus hipocresías y simulaciones, y a exhibir en grado superlativo su descomposición interna y externa.

La propia y la de sus aliados y subordinados. EE. UU. y la Unión Europea se han quedado en cuero, exhibiendo sus indecencias, sus crueldades y mentiras. Sus silencios y ocultamientos ya no pueden encubrir sus fechorías. Lo mucho hasta los dioses los vislumbran y los diablos también.

La heroicidad palestina y la rebeldía del mundo migrante y países empobrecidos y sin soberanía, los tiene en jaque. El recurso de culpar de su crisis a las mayores víctimas, se le ha vuelto en contra. Palestinos y migrantes, manifestando las más variadas formas de insumisión, junto a la solidaridad mundial y el despertar de amplios sectores de sociedades cínicamente vejadas, están erosionando los pies de barro del ex Coloso del Norte.

No es accidental que el inicio del quiebre o caída del imperialismo occidental, lo protagonicen los más brutalmente oprimidos y excluidos, que ya han entendido que no valen súplicas ni ruegos, que lo que vale es luchar dignamente en defensa de derechos conculcados, por la autodeterminación y por un orden mundial justo y solidario.