Titulares

miércoles, 12 de junio de 2019

La filosofía de Pomo: “Si Pomo no cuida a Pomo…”

Alejandro El Inglés y la increíble “paila” de Demetrio


Cuando Alejandro El Inglés, Demetrio y Pomo decidieron encontrarse en “Los cuatro bancos” de la avenida Libertad, se creó una expectativa en toda la población y zonas circundantes. Acudieron allí gentes de Neyba, Vicente Noble y los bateyes, en las cercanías de Tamayo, porque según se difundía vox populi, nunca en la historia de la región se habían reunido tres grandes “cuentas historias” de las dimensiones de estas personas.

–“Esto será de padre y madre, estos tres cuentistas juntos”, dijo entusiasmado Plutarco. –“¿Ay Dios, con qué falsedades vendrán esta vez…?”.

Para el común de la gente ellos ya habían contado las mentiras más grandes que pudieran existir. Eran populares en “velatorios” de muertos conocidos por echar cuentos increíbles y estrambóticos. Cada uno hacía relatos a su manera y saltaban con mentiras tan ilusorias que la gente afirmaba jamás haberlas escuchados.

Esta vez no se juntarían en un velatorio. Corrió la voz de que estarían en Los cuatro bancos y que ocurriría la “más grande batalla de las mentiras”, ya que según se comentaba, Alejandro El Inglés echó un cuento en el velatorio de Francicolo tan insólito, que la inverosímil historia rebotó en la “Loma del Curro” y volvió a Tamayo “montada en una bicicleta”.

Nadie sabía explicar cómo Alejandro El Inglés llegó a esta comunidad. Algunos dijeron que surgió de la nada y otros especularon que había llegado de manera sorpresiva en un burro y unos expusieron que fue a caballo; no, en mula; o en uno de los escasos vehículos que circulaban en la zona. Un día, según contaban mis tíos Silvestre y Cornelio, el legendario Alejandro El Inglés se apareció en el poblado y que su origen era un misterio para todos. Era un hombre negro, pero no un negro cualquiera, era un negro diferente al negro haitiano que veíamos con frecuencia; éste era un negro fino que hablaba un “idioma raro” que no se había escuchado antes en el poblado.

Los más pequeños oíamos decir que Alejandro fue un soldado del honorable ejército inglés que participó en grandes batallas en África, Asia y el Medio Oriente, ocurridas durante las dos últimas guerras mundiales. Corrió la voz de que éste sobrevivió gracias a sus extraordinarias dotes militares.

Era de mediana estatura, cuerpo fornido y manos ásperas, propias de un herrero. En principio no se le entendía bien y cuando algún curioso se le acercaba y le preguntaba, solía decía: “yo ser Alexandor, ser inglés”. De una vez se corrió la voz de que un inglés se había mudado al poblado y que era “un diablo” como herrero, que “comía candela” y forjaba “hierros incandescentes con las manos”.

La presencia de este extraño cambió la perspectiva de la comunidad. En lo adelante, todo el que quería hacer un machete, mocha, azada, hachas o cualquier trabajo de herrería, o arreglar pinches de gomas de vehículo, ya no tenía que ir a Barahona, Azua o a San Juan de la Maguana, porque ya estaba allí, en esta pequeña comunidad, el gran Alejandro El Inglés.

Alejandro instaló un improvisado taller de herrería en las cercanías del mercado, próximo al único molino de vientos para extracción de aguas subterráneas que abastecía a la comunidad. Allí tenía un rústico fuelle que operaba con los pies para producir el aire que iba a la fragua que este hábil artesano usaba para forjar los hierros que convertía en pulidas herramientas.

Como ciudadano súbdito de la realeza inglesa, Alejandro era noble, cortés y muy amable. Se integró a la sociedad con una afabilidad memorable, creando una laboriosa familia. Se le veía en los velatorios donde relataba historias fantásticas sobre las victoriosas guerras que libraron los ingleses en los más disimiles continentes del mundo.

Se identificaba como veterano de la primera y segunda guerra mundial. – “Y con Dios delante, estaré en la tercera, si es que se da…”,decía con sorprendente convicción.

En una de sus historias Alejandro El Inglés relató, sentado en uno de Los cuatro bancos junto a Demetrio y su entrañable amigo Pomo, que estando en un barco que navegaba por el Mediterráneo frente al Estrecho de Gibraltar, observó a distancia que algo extraño salía del fondo del mar. Regresaba entonces a su amada Inglaterra después de participar en cruentas batallas en África en el introito de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando se acercó al lugar se percató de que se trataba de un “humito” que surgía de las aguas profundas y se dijo para sí, ese tiene que ser mi “cachimbo”.

–“Ese humo es de mi “pipa”, de mi “cachimba”, que todavía no se ha apagado desde la última vez y aún está humeando…”, expresó.

Narró ante el auditorio que escuchaba en silencio, y sin inmutarse, que cuando observó que se trataba de su “cachimbo”, puso en marcha la vieja motocicleta Harley Davidson que llevaba en el barco y se tiró en ella a la mar, y tras avanzar entre fuertes oleajes, llegó al lugar desde donde brotaba la estrecha, pero visible columna de humo.

Rememoró, con visible entusiasmo, que su pipa o cachimba había caído precisamente ahí, en esa inhóspita zona marina, hacía unos 25 años, durante otro de sus viajes de regreso de exitosas batallas libradas en el discurrir de la Primera Guerra Mundial.

Demetrio, reconocido productor agrícola de la zona, escuchó atentamente, aunque perplejo, la inverosímil historia de Alejandro, atinando a decir:

–“Diaaaablo Alejandro, usted si es jabladó (mentiroso) esa no se la cree nadie…”

Pero para refutar la fantástica historia del extranjero, y no quedar desentonado en su propio relato, Demetrio dijo que éste, por muy inglés que fuere no se comería una auyama que produjo su abuelo Nicasio en la Loma de Bahoruco. Expresó que era una calabaza tan grande, pero tan grande, que cuando la cosecharon, en su interior tenía una marrana que había parido 300 cerditos.

–“Carajo, pero usted si es mentiroso Demetrio”, exclamó Pomo un poco exaltado. Pero no se quedó solo con el pique, sino que arremetió diciendo que en su casa había una “paila” que había fabricado con la ayuda de Alejandro El Inglés, que era tan grande, pero tan grande, que si la golpeaban en un asa, el sonido se oía seis meses después en el otro extremo.

Se hizo un extenso silencio que fue interrumpido por los presentes con estruendosas carcajadas:

–“Y qué caldero del diablo es ese…”, vociferó un parroquiano.

–“En esa paila o caldero como tú le llamas es que vamos a cocinar la maldita auyama de Demetrio”, ripostó Pomo.

Terminada la velada, Pomo se refugió en su hogar donde tenía una ebanistería. Preparaba él mismo su alimento para cenar ante críticas de personas que decían no comprender por qué su hija Pedacito no le cocinaba a su padre.

–“Ya ustedes quieren que me deje sin comer. Ella cocina para la docena de hijos que tiene, pero estos apenas huelen los alimentos porque ella los deja sin comer, refunfuñó.

A decir de vecinos chismosos, – y que conste que no fue mi tía la difunta Kilimba que era su vecina más cercana, Pedacito era extremadamente gorda mientras sus hijos se veían famélicos y enclenques, porque según se rumoreaba en el pueblo, se comía toda la comida que cocinaba y que cuando le daba a los hijos, primero se la mostraba y luego, si tardaban en cogerla, ella se la engullía.

–“Ahh, con que tú no quieres comer, pues me la como yo…ñequee…”, decía mientras los hijos se quedaban boca abierta.

Pedacito vivía en la casa de Pomo, pero era conocido en todo el lugar que éste no esperaba que ella le preparara la comida. Había desarrollado la práctica poco común para la época de cocinar sus propios alimentos. Por eso se le veía regordete, tanto que tenía que usar breteles para sujetar sus pantalones.

Cuentan que Pomo, cabeza de una extensa y laboriosa familia del barrio La Sombra, mantenía su extremada gordura porque decía que él se cuidaba solo y aplicaba su propia filosofía de vida: –“Si Pomo no cuida a Pomo, quien cuida a Pomo…”, decía éste lleno de visible entusiasmo.

*El autor es periodista
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