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lunes, 29 de julio de 2019

Ferrer Rodríguez explica el impacto de la magia en el Caribe hispano de la época colonial


De izquierda a derecha, Manuel García Arévalo, Joan Ferrer Rodríguez, Mu Kien Sang Ben, Adriano Miguel Tejada y José del Castillo. Karina Valentín
El investigador Joan Ferrer Rodríguez manifestó que durante la época colonial caribeña la práctica de la la magia otorgó a los sectores anónimos, oprimidos y marginados una buena dosis de visibilidad social, al tiempo que les ofreció una válvula de escape mediante la cual podían dar rienda suelta a sus sentimientos de libertad, rebeldía, inconformismo, venganza y resistencia. 

Al pronunciar su discurso de ingreso como miembro nacional correspondiente a la Academia Dominicana de la Historia, Ferrer Rodríguez dijo: “Bajo estas premisas, parecería lógico pensar que el demonio contribuyó a conectar la cultura dominante con la cultura subalterna. De alguna manera, los negros comprendieron que el miedo a Satanás, a lo mágico y a lo sobrenatural podría ser utilizado en contra de ese racismo teológico que intentaba proscribirlos y ocultarlos por todos los medios a su alcance”. 

Afirmó, además en su discurso titulado “Por la fe, por las obras o por la fuerza. La inquisición en el Caribe hispano”, que durante la época colonial la hechicería amorosa fue la más solicitada en el ámbito caribeño. 

Agregó que su afirmación se comprueba en la prolija nómina de fondos disponibles, compuestos por probanzas, crónicas, cartas y testimonios inquisitoriales y que la corrobora Crespo Vargas, al recoger uno de los conjuros utilizados por Jusepa Ruiz, negra oriunda de Santo Domingo. 

Indicó que en el Caribe hispano el oficio de la hechicería fue extremadamente popular entre mujeres españolas y criollas pobres, negras y mulatas esclavas o libertas y aseguró que, no en vano, la literatura teológica de la época solía representar a la bruja o hechicera en clave femenina, como una mujer de vida poco ejemplar –vieja, liviana, fea, enajenada o pobre– curtida en el manejo de las dolencias físicas y espirituales y en la preparación y uso de pócimas, recetas, amuletos, remedios, ungüentos y brebajes. 

“Ejercitadas en el arte de sanar, estas personas practicaban una especie de medicina empírica, tolerada por las autoridades para compensar la sempiterna ausencia de médicos que siempre padecieron las zonas periféricas del imperio”, indicó Ferrer Rodríguez, quien preside la Academia Dominicana de Genealogía y Heráldica. 

Aseguró que los “dominicanos” abrazaron, sin disimular, todas estas prácticas heréticas que no necesariamente casaban con la línea trazada por del magisterio eclesiástico. 

“Por eso, encontramos clientes de cualquier clase social, desde hateros, estancieros, señores de ingenio y funcionarios de la Audiencia, a frailes, mujeres rechazadas, despechadas e insatisfechas. A fin de cuentas, los parroquianos que precisaban de estos servicios intentaban resolver sus problemas personales. Porque la magia, como es sabido, siempre ha ejercido una función social, vibrando al compás de tres grandes dilemas humanos: el amor, el dinero y la salud”, expresó. 

Indicó que los motivos “de consulta” más socorridos eran la sanación, la fertilidad, la procura de una buena cosecha y la conquista de un amor imposible o no correspondido. 

Cuando concluyó su exposición, Mu Kien Sang Ben, presidenta de la Academia Dominicana de la Historia, le entregó a Ferrer Rodríguez su diploma de ingreso y le colocó en la solapa el botón de entidad. 

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