Titulares

martes, 22 de agosto de 2017

Atentados con vehículos y filosofía


Por Edwin Santana

En días recientes hemos presenciado varios casos frente a los que el mundo se ha estremecido por hechos terroristas perpetrados con el solo uso de un automóvil como arma mortal. 

Indudablemente el automóvil ha representado un avance sin igual por las facilidades de desplazamiento que otorga al ser humano. Sin embargo, ¿se puede afirmar que este artefacto es del todo bueno? o, basados en aquellos sucesos en los que ha sido utilizado como arma en vez de transporte, ¿se debe decir que es un artefacto dañino?

Ya hemos hecho referencia con anterioridad a eso que Ortega y Gasset (1977) en su Meditación de la técnica ‘sobrenaturaleza’, que no es más que todas las cosas con las que el hombre se desenvuelve en el medio y que no se las provee la naturaleza directamente, sino que se las construye él mismo para tales fines. Esa sobrenaturaleza está compuesta por lo que hemos denominado artefactos tecnológicos. Si estamos de acuerdo en que el carro no nace, sino que es fabricado por el hombre para satisfacer necesidades o deseos, pues también estaremos de acuerdo en que el automóvil es producto del avance tecnológico.

El progreso tecnológico ha sido ponderado por muchos pensadores que han vivido los avances de las últimas décadas. Algunos de esos pensadores creen que la tecnología es neutral y, dependiendo de las manos que la manejen, se le dará un uso positivo o negativo. Como el caso de Herbert Marcuse (1993) quien, en El hombre unidimensional, proclama que la maldad detrás de la tecnología en la actualidad se debe al control que de ella hacen los gobernantes; entiende que en un sistema más justo, la tecnología obrará en favor de la gran mayoría, contrario a como sucede hoy en día, pues actualmente es una minoría la que controla los medios de producción, el capital, y consecuentemente, la tecnología y sus usos.

Otros creen que la tecnología trae consigo más problemas que soluciones. Jacques Ellul, en sus Reflexiones sobre la ambivalencia del progreso técnico, insiste en que “el progreso técnico causa más problemas de los que resuelve” (Ellul, 1965, pág. 6). Mientras que, Mario Bunge (2012), por ejemplo, se inscribe entre los que creen en una ambivalencia real de la tecnología. Desde su perspectiva, los artefactos tecnológicos acarreran, tanto beneficios como aspectos dañinos o no tan benéficos. 

Pero ¿qué tiene que ver esto con los atentados que se han realizado utilizando carros como arma mortal? ¿y qué tiene que ver todo aquello con la filosofía?

Sencillo: la reflexión ética que se hace en el seno de la tecnología es determinante para los códigos de conducta moral que se observan en la sociedad. Si el comportamiento de los hombres y mujeres que componen nuestras sociedades actuales atentan contra la convivencia pacífica, se hace necesaria una revisión de los códigos de conducta a que estos responden, y esa revisión solo se hace desde la ética.

El Dr. Báez Bisonó (2014), en La filosofía de la delincuencia, afirma que la decadencia moral es el presagio, como mínimo, de una catástrofe social, y si eso es así, ante el avance aparentemente desmedido que ha tenido la tecnología en los últimos años, es menester que se revisen las implicaciones éticas que este avance trae consigo para que la reflexión que se haga, y la moral que se proponga, sea la más idónea para una real convivencia pacífica.

La clave, para muchos, está en la responsabilidad. Hans Jonas cree que “la inminente posibilidad de destruir o de alterar la vida planetaria hace necesario que la magnitud del ilimitado poder de la ciencia vaya acompañado por un nuevo principio, el de la responsabilidad”. (El principio de responsabilidad, 1995). Mario Bunge va por esa misma línea, y en ese sentido, entiende pues que “la cuestión es encontrar la manera de maximizar sus efectos benéficos y minimizar sus efectos maléficos” por lo tanto, “lo que corresponde no es declamar contra la técnica sino bogar por su control democrático para bien de todos”. (Filosofía de la tecnología y otros ensayos, 2012)

Lo cierto es que, sea como fuese, es decir, sea que la tecnología fuera del todo mala, que fuera neutral o que fuera ambivalente, está claro que hay que pensar en ella, pensar en sus posibilidades positivas y negativas y no dejar a la irracionalidad el manejo del avance tecnológico, de modo que el ser humano sea capaz de manejar este fenómeno, controlar este hijo suyo y que no suceda lo inverso, como preconizan algunos pensadores a través de libros y películas distópicas: un futuro en el que el hombre es esclavo de las máquinas. 

Por lo pronto, podemos echar mano de la propuesta ética bungeana, el agatonismo, una ética que nos invita a tomar las decisiones en nuestras vidas teniendo en cuenta qué tanto afectarán las vidas de los demás, y cuya máxima fundamental es: “disfruta de la vida y ayuda a otros a vivir una vida digna de ser disfrutada”. (Bunge, Treatise on Basic Philosophy, 1989).
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